Relaciones: miedo al compromiso

Muchas son las personas que acostumbran vivir su vida solo de una manera. Y cuando esa receta mágica se modifica, entran en caos y huyen. Qué es lo que nos pasa cuando la vida nos presenta otras formas de transitarla y tememos sumergirnos en esas aguas de

El miedo al compromiso puede manifestarse de diversas maneras: desde el no querer tomar un nuevo puesto de trabajo por las responsabilidades y deberes que despierta, hasta huir de la idea de tener una pareja y, por consiguiente, formar una familia. A algunas personas les invade el terror cuando su “zona de confort” se ve amenazada por la presencia de algo nuevo que invita a “moverse” de lugar, comenta la psicóloga Margarita Márquez.

La palabra “cambio” puede generar la incipiente necesidad de querer huir por los callejones de la mente o, literalmente, por las calles de la ciudad.

Pasa que, muchas personas, acostumbradas a tener toda su vida en orden se paralizan ante una mínima variación. Pero, esto quiere decir “crisis y oportunidad. Crisis de lo ya conocido y establecido, de aquello a lo que estoy acostumbrado. Y oportunidad de crecer, de aprender al atravesar esa crisis y adaptarme a lo nuevo”, analiza María Magdalena Moscuen, psicóloga y adscripta en la cátedra de Pareja, Familia y Grupo en la Facultad de Psicología de la Universidad del Aconcagua.

El miedo surge ante aquello desconocido y la incertidumbre que esto nos provoca, “la incertidumbre y el miedo son el trasfondo de la ansiedad, que en niveles adecuados nos ayudan a tomar impulso pero, en exceso, puede paralizarnos o llevarnos a una actitud de huida”, agrega Moscuen. Ahora, la huida se da porque la persona  cree que no podrá afrontar ese cambio y a su vez no tolera la posibilidad de que algo no salga como desea. Entonces, ante la duda, puede suceder que trate de evitarlo.

Pero lo interesante de este análisis es saber que el miedo no es algo negativo. Es normal sentirlo frente a todo aquello que percibimos como “situación de riesgo” que puede afectar lo que conocemos o cómo lo conocemos. Creamos una especie de “burbuja” donde se desarrolla nuestra vida, ahí todo es armonioso -o intenta serlo- y conocido; por lo tanto, controlable. Cuando creemos que puede dejar de serlo, ahí aparece la sensación de miedo.

En el caso de las parejas, comenta Moscuen, “las relaciones requieren cierta adaptación y cambio constante. Enamorarse es también asumir la posibilidad y el riesgo del dolor, y de que el otro quizás no sea lo que espero y que con seguridad no pueda ser ‘todo’ lo que espero, como yo no puedo ser ‘todo’ lo que se espera de mí”.

Construir una relación implica poder tolerar esto, y cuando hay baja tolerancia a la frustración y esta se mezcla con inseguridad y temor a ser decepcionado o a decepcionar, algunas personas tienden a huir en vez de apostar al sacrificio de intentar construir con el otro. Y, agrega la profesional: “hablo de sacrificio porque -en esa construcción- siempre hay algo que debo sacrificar, algo que tengo que ceder y otras cosas que debo tolerar”.

Para algunos el miedo a comprometerse puede tomarse como una epidemia de este siglo. Y es que no todos afrontamos la vida de la misma manera, ni tenemos las mismas expectativas.

Las personas con este dilema “pueden verse como personas que están excesivamente entusiasmadas e interesadas al principio (motivadas por una necesidad de afecto), que contemplan solo los aspectos positivos de la nueva situación y luego, abruptamente, se alejan ante cualquier dificultad externa o interna”, dice Margarita Márquez.

“También puede ser que eviten involucrarse en la nueva situación desde un principio, sin siquiera intentarlo y evitando el cambio antes de que comience, porque el solo hecho de imaginarlo produce miedo y ansiedad”, añade la profesional.

En la actualidad hay un aumento significativo de las expectativas de las personas con la vida en general, los demás y sí mismos; lo que conlleva mayores probabilidades de fracaso y desilusión.

Y, reflexiona: “De esta manera, la ilusión se transforma en un estado al que es difícil de acceder. La desilusión es triste y necesaria, pero requiere de la posibilidad de haberse ilusionado previamente. Cuando iniciamos algo lo hacemos desde esta ilusión, pero cuando la desilusión es el punto de partida, se asocia con la desconfianza y solo trae desesperanza”.

La falta de confianza e inseguridad  están en la base de esta problemática y ubica a las personas en una actitud de postergación permanente.

Lo alarmante es que la falta de compromiso es general, “se ha producido un cambio de valores, creencias y preferencias donde el individualismo y egocentrismo predominan y en este contexto es difícil relacionarse con la diferencia y la tolerancia”, afirma Moscuen. Y esto se manifiesta en todos los escenarios sociales.

El sentido de responsabilidad también ha variado. Hoy en día la responsabilidad y compromiso con los otros ha dejado paso al compromiso consigo mismo. Los acuerdos sociales han perdido peso frente a los acuerdos personales e individuales y predomina la levedad de los afectos.

Y, para aclarar el panorama, Moscuen reflexiona: “hoy observamos falta de compromiso no solo en la vida sentimental de pareja, sino también con los hijos -por ejemplo-.

Esto abarca, no solo a aquellos padres o madres que al separarse se desligan de sus obligaciones (y derechos), dejando aún más desilusión en sus hijos; sino también a aquellos que quizás permanecen juntos, o están presentes, pero asumen un rol de par, de amigo y pierden la función de sostén, de guía y referente.

Por temor a poner límites o asumirse como responsables dejan a sus hijos a la deriva y sin contención, ponen en evidencia y les transmiten su propia inseguridad.

Esto también habla de una crisis general en la capacidad de asumir el rol adulto, de inmadurez emocional y de una sobrevaloración de la etapa de la juventud-adolescencia de la que no se quiere salir”.

Cómo saber si nos azota este temor

Según la psicóloga Márquez se puede observar “muchas dificultades para tomar decisiones y enfrentar los cambios. Además hay una gran inseguridad de base que a veces paraliza y se sostiene en la disonancia cognitiva y las autojustificaciones”.

El dar muchas vueltas para resolver una situación, presentar dificultades para expresar las emociones, o querer mantener siempre todo controlado también son características de esta problemática. Mientras que, Margarita Márquez agrega que “suele darse en personas inmaduras y con poca autonomía y en aquellas que son super exigentes y con notables rasgos de baja autoestima”, esos que dicen constantemente “no puedo hacerlo”, “qué pasa si fallo”, “cómo hago para resolverlo”, “no quiero pasar por lo mismo”, etc.

En cierta forma, el no conocerse a sí mismo hace que se recurra a la justificación constante del miedo e incluso de las mismas inseguridades no resultas. Y, como no se puede controlar el malestar que genera; se buscará por todos los medios romper con aquello que invita a un cambio en la vida: una pareja, una propuesta de trabajo, etc., para recuperar el “control” y la “estabilidad” que se “creía” tener.

Cabe destacar que, “las personas que sienten constantemente este miedo quieren realizar cambios en sus vidas, pero se sienten atrapadas en su propio miedo, y es ahí cuando desestiman cualquier cambio que los saque de lo conocido”, agrega Márquez. Temen adquirir un nuevo compromiso, pero por dentro desean hacerlo.

¿Cómo afrontar el miedo al compromiso?

Es importante reconocer las limitaciones emocionales que nos paralizan ante la toma de decisiones y/o en la aceptación de nuevos desafíos que la vida nos propone. “Trabajar fuertemente en la autoestima y la educación emocional es la clave principal. No tener miedo de expresar lo que se siente en el momento exacto. O sea, unir emoción con la realidad que se presenta”, dice Margarita.

Cualquier situación nueva produce ansiedades y temores, pero la diferencia está en atravesarlas confiando en nuestros recursos o evitarlas/huir. “Muchas veces los miedos desaparecen cuando los enfrentamos y comprendemos que huir no soluciona el problema”, añade Moscuen.

Lo importante es reconocer estas sensaciones y evaluar cuan limitantes está siendo para nuestra vida. En este punto siempre es bueno y recomendable buscar ayuda profesional en caso de ser necesario. Muchas veces la terapia es un buen lugar para comenzar a expresarse emocionalmente y aprender a comunicarse, y allí es donde comienzan a desarrollarse algunos cambios que luego son trasladados a la vida diaria.

Una vez que se produjo cierto insight (trabajo de autoobservación, toma de conciencia y aceptación) “es bueno comenzar a trabajar en el autoestima y autoconfianza, tomando conciencia de las propias limitaciones pero también de los recursos y capacidades que todos poseemos. Ir paso a paso, enfrentando pequeñas situaciones y tolerando pequeños cambios pueden ir ayudando a modificar y reemplazar de a poco nuestras creencias irracionales”, comenta Moscuen.

Y cierra diciendo que “entrenar la tolerancia a la frustración y aceptar que las cosas pueden no salir como se espera pero que el camino siempre vale la pena, es fundamental”.

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