Raúl Capitani, adiós al maestro del grabado

El 15 de octubre falleció, en Mataró (Barcelona), el artista mendocino que supo plasmar la expresión latinoamericana con la fuerza de la denuncia. Su vida. Su obra.

“En mis grabados, pobres y mudos, pretendo rendir un homenaje a los héroes anónimos de esta época de los múltiples guernicas, del breve estallido solar del Napalm que recorre abriendo cráteres en la piel, el  pan, los ojos y el libro. Todavía no ha cesado el tiempo del desprecio. Mientras sigan humillando,  torturando y estallando al hombre, aprisionando al pan y encarcelando la esperanza, nadie puede hablar de  paz, de humanidad, sin sentirse sucio. Van Gogh tenía razón: ‘Antes de ser músico de los colores, prefiero ser zapatero’”, escribió sobre sí.

Raúl Capitani abrazó esa línea crítica del arte latinoamericano anticolonialista  que marcó a los intelectuales en la década del ‘60.

Había nacido en Godoy Cruz, en 1941. Había aprendido los primeros trazos con el dibujante de “Flash Gordon”, Alex Raymond, gracias a un curso de Historieta por correspondencia.

“A pesar de su popularidad en aquellos años, la historieta no era valorada como un arte. Así se lo dio a entender una de sus profesoras, cuando al verlo dibujar le dijo que era una lástima que desperdiciara su talento en un arte menor, teniendo la posibilidad de hacer arte en serio en la Universidad”, cuenta Pablo Chiavazza,  quien, en abril de este año, nucleó en una muestra el arte mendocino de los años ‘70, dentro de la cual Capitani es central. En ella se destacaba la línea sartreana del intelectual comprometido, del “artista que debe denunciar las desigualdades y los problemas de su tiempo”.

Ahora, el mismo curador ha recorrido la vida del artista, luego de su fallecimiento, el pasado 15, en Mataró, la ciudad barcelonesa en la que se afincó, luego de su exilio. “En 1978 -continúa Chiavazza-, Raúl Capitani se verá obligado a exiliarse en España. En 1976 había sido cesanteado del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de San Rafael, donde había comenzado a trabajar desde que emigró a dicho departamento en el año 1964. Su compromiso artístico-político, que había incluido además de sus obras, su actuación gremial como delegado de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos en San Rafael en 1973,  le cerraba las puertas en los tiempos duros de la última dictadura cívico-militar”.

Poco valorada en el ambiente académico, Capitani pasó de la historieta a la explotación de materiales y técnicas. Sus profesores fueron Julio Suárez Marzal, Sergio Sergi y Rosa Stilerman. Lo sedujo el cubismo y luego el expresionismo. Se opuso a la no-figuración y, en sintonía con los movimientos políticos y sociales de los ‘60, absorbió el muralismo.

“En su obra, arte y política se amalgaman en una mismo práctica: la de construir con gran pasión estética una representación alternativa a las visiones dominantes del poder que rige los destinos de la humanidad”, acierta Chiavazza.

En su juventud, Capitani leyó revisionismo histórico y biografías de artistas modernos. Solía reunirse con la bohemia local en el café de la esquina de Las Heras y San Martín.

“Estudiaban a los muralista mexicanos, en especial a José Clemente Orozco y la ‘anatomía expresionista’ de sus figuras, donde descubrían la clave del dramatismo de sus murales; admiraban la obra de José Guadalupe Posada y su Taller de Gráfica Popular; se apasionaban con los relatos de las vidas de Van Gogh, Gauguin y Lautrec; surge en ellos el interés por la literatura latinoamericana. Y también estaba la presencia de los artistas mendocinos que admiraban: Carlos Alonso, Enrique Sobisch, Orlando Pardo, Hernán Abal, Roberto Azzoni, José Bermúdez, Luis Ciceri, entre otros", precisa el licenciado en Historia del Arte.

Poco a poco, su coherencia halló un formato. “Cuando leyó que Diego Rivera había sostenido que José Guadalupe Posada había realizado un equivalente a la pintura mural a través de sus grabados, se volcó de lleno a las artes gráficas. Y ya nunca las abandonó. Desde 1967 en adelante se dedicó al grabado crítico-social”.

Luego del exilio, obtuvo la nacionalidad española.  Ilustró libros, dibujó cómics, participó en homenajes a escritores admirados como Lorca, Neruda o Borges. Dio clases de técnicas de grabado en su estudio. Nunca paró de denunciar las desigualdades y las injusticias de este mundo.

La radio de Mataró lo despidió como a uno de los suyos.  Pero su tierra natal jamás lo olvidará.

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