Rasputín, el mito que pervive

A 100 años de su muerte, el que fuera asesor del zar y una de las personalidades más enigmáticas y propulsoras de leyendas en la cultura rusa zarista, mantiene el interés sobre su figura.

Su vida fue impetuosa, su muerte brutal. El 30 de diciembre de 1916 murió el clérigo Rasputín, en una fría noche de invierno en San Petersburgo, víctima de una conspiración. Por orden de unos parientes del zar Nicolás II el curandero milagroso fue brutalmente asesinado.

El 1 de enero de 1917 unos trabajadores encontraron su cadáver en el río Neva. El cuerpo presentaba heridas de bala y señales que evidenciaban que había sido sometido a duras torturas.

“Con su cercanía al poder y su libertino estilo de vida se granjeó numerosos enemigos”, dijo el historiador Ivan Uspenski. Cien años después sigue vivo el mito del legendario asesor del zar.

A Rasputín se lo suele relacionar más con las supersticiones que con la fe y apenas encaja en lo que sería un representante típico de la Iglesia Ortodoxa, señalan los expertos. El aniversario del sangriento asesinato en Petrogrado, como entonces se llamaba San Petersburgo, podría sin embargo arrojar luz sobre los vínculos que siguen existiendo hoy en día entre la Iglesia Ortodoxa y el Estado en Rusia.

La comunidad de fieles está considerada a nivel interno como uno de los principales bastiones del sistema. “Desde el fin de la Unión Soviética hace 25 años la fe ha ganado fuerza. La religión, tras años apartada, vuelve a figurar en el centro de la sociedad”, agrega el politólogo Serguei Ushakov.

El presidente Vladimir Putin ve en la Iglesia a un aliado para luchar contra el desmoronamiento de los valores tradicionales. Los analistas estiman que la Iglesia quiere legitimar a Putin desde el punto de vista moral.

Las voces críticas, sin embargo, han colocado en la picota a la “poco santa alianza” entre el Estado y la Iglesia. Así, desde 2013 se puede penalizar en Rusia el flexible concepto de blasfemia. “La ley de la blasfemia es claramente una reacción a la polémica actuación del grupo punk de mujeres Pussy Riot en la catedral de Cristo Redentor en Moscú”, dijo el líder opositor Alexei Navalny.

Cuando el patriarca Kirill, el pastor de unos 150 millones de cristianos ortodoxo, viaja a otros países y visita, por ejemplo al papa Francisco, como hizo en febrero, lo hace siguiendo una diplomacia eclesiástica que está en sintonía con el Kremlin.

En caso de que se pudiera hacer una comparación, también Rasputín buscó en un principio la cercanía al poder. En 1903 el carismático monje partió hacia San Petersburgo y comenzó a ganar influencia en la corte de los zares. A este hombre de dios, nacido un 21 de enero de 1869, en la localidad siberiana de Pokrowskoye, se le atribuyen curas milagrosas así como licenciosas orgías.

La sociedad de San Petersburgo, en parte consternada, en parte encantada, contemplaba con asombro a este hombre particular que solía vestir con ropa de labriego.

Sin embargo pronto comenzó a ser adorado como un hombre del pueblo temeroso de dios con el talento de un visionario. Cuando Rasputín fue capaz de detener las hemorragias que sufría el único hijo del zar y que podrían haberle costado la vida, comenzó a ganar prestigio en la corte y se convirtió en asesor cercano al zar. Y con la influencia política también aumentaron sus enemigos.

Su muerte está tan rodeada de leyendas como su vida. ¿Estuvo implicado en el servicio secreto británico? En medio de la Primera Guerra Mundial, para Reino Unido se perfilaba como una amenaza que Rusia y Alemania, como al parecer propuso Rasputín, hubiesen acordado la paz por separado.

En su pueblo natal, Pokrovskoye, una localidad de apenas 100 almas más allá de los Urales, se recuerda a su ciudadano más ilustre con un museo. La casa en la que nació Rasputín hace un siglo ya no existe, pero el edificio de al lado, en el que vivían sus parientes, todavía sigue en pie. En la actualidad alberga un memorial al que acuden visitantes de toda Europa.

“A menudo estuvo aquí como invitado y desde su muerte en 1916 apenas se ha cambiado nada”, dijo la directora del museo Marina Smirnova.

“Lamentablemente no hay muchos objetos personales, porque Rasputín era un vagabundo”, explicó en cierta ocasión Smirnova. Una silla, un plato, un espejo, datan todavía de la época. En la pequeña habitación hay varias vitrinas y en una imagen parece que Rasputín saluda a la cámara.

“Siempre me interesó Rasputín y enseguida abrí el museo cuando el comunismo nos lo dejó de prohibir”, dijo esta rusa, nacida en la localidad cercana de Tjumen. “No tenemos mucho con lo que atraer a turistas. Otros tienen a Casanova o a Drácula, nosotros tenemos a Rasputín”.

Entre los visitantes más curiosos del museo, ubicado a unos 2.000 kilómetros de Moscú, figuran el grupo pop Boney M., que en 1978 se hizo famoso con su canción “Rasputín”. “Pero no lo podíamos cantar en los conciertos en la Unión Soviética”, recuerda la integrante de la banda Liz Mitchell. “El que nos organizó el concierto creía que era una ofensa”.

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