Pedro Mairal: confesiones de invierno

Luego de ocho años, el escritor acaba de lanzar una nueva novela: “La Uruguaya”, una odisea en un día en la vida de un hombre que realiza un viaje que lo cambiará para siempre. Revelaciones de un narrador inquieto, en un café de Buenos Aires.

Pedro Mairal: confesiones de invierno

Una carta de amor puede tener muchas formas, tantas como formas tiene el amor. Ahora...

¿Cómo sería una carta completa, total, una carta donde junto al amor confesáramos todos nuestros miedos, deseos, culpas y engaños? Algo de todo eso hay en “La Uruguaya”, la nueva novela de Pedro Mairal que acaba de editarse por EmeCé.

De manera elemental, la trama podría resumirse así: un escritor sin dinero y con problemas familiares realiza un viaje de un día a Uruguay para cobrar un adelanto en dólares y así evitar impuestos, pero también para reencontrarse con una joven con la que había tenido un affaire, o casi.

Escrito a la manera de una carta confesional con ritmo intenso y tono coloquial, la novela nos arrastra a un atrapante y muchas veces divertido viaje donde asistimos no sólo a situaciones sino también a los fantasmas que las poseen, todo partiendo desde la inseguridad de un hombre imposibilitado de proveer a su familia y a la vez descorazonado por esa zona gris que existe en cualquier pareja, ese terreno de trincheras donde el deseo y los miedos no encuentran solución ni respuesta.

Mairal saltó a la fama a los 28 años en 1998, cuando su novela “Una noche con Sabrina Love” ganó el primer premio Clarín de novela con un jurado compuesto por Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante. Desde entonces publicó también las novelas “El año del desierto” (2005, acaba de ser reeditada) y la bellísima “Salvatierra” (2008), además de los libros de poesía “Tigre como los pájaros” (1996), “Consumidor final” (2003), “Pornosonetos” (2003, bajo el seudónimo Ramón Paz), “El Gran Surubí” (2013), el libros de cuentos “Hoy temprano” (2001) y las crónicas “Maniobras de evasión” (2015).

En un café de la calle Santa Fe de Buenos Aires nos juntamos a charlar con el escritor, con quien empezamos hablando acerca de por qué pasaron tantos años para que volviera a embarcarse en una novela:

–Salvatierra, de 2008, era hasta ahora tu última novela...

–Sí, ahora se reedita en septiembre.

–¿Con la misma tapa? Porque era muy buena...

–No, no creo, porque Esteban Pastorino, que era el fotógrafo de esa tapa, me la cedió para esa edición. Pastorino agarraba una cámara de alta velocidad, esas de fotos de carreras de caballos que hacen barridos, y la ponía en un auto... Ahí sincronizaba la velocidad del auto con la velocidad de la cámara e iba haciendo un barrido parejo de las cuadras que iba viendo.

Cuando vi esas fotos le escribí y le pregunté si podíamos usarlas, porque hay un espíritu muy parecido con la novela: el pueblo, las casas bajas, la idea del continuo...

–¿Por qué no publicaste otra novela desde entonces?

–Creo que me corrí un poco de la idea de escritor que saca una novela cada dos años. Me puse a escribir para prensa, para revistas latinoamericanas, artículos, un trabajo que me interesa mucho, me saca un poco de mí mismo, de mi zona cómoda. T

odo eso quedó en dos libros: por un lado está “El equilibrio”, que son las columnas que salieron en el diario Perfil, y después está todo en un libro que se llama “Maniobras de evasión”, que salió en Chile a fines del año pasado por la Universidad Diego Portales y fue editado por Leila Guerriero, con quien aprendí muchísimo acerca de cómo trabajar las crónicas.

–¿Tenías presión por parte de la editorial para publicar otra novela?

–No, tenía una agente literaria catalana que me pedía la novela, la novela... Cuanto más presión tenía menos ganas me daban de escribirla.

Estaba escribiendo todas esas otras cosas en realidad: en un punto, “Maniobras de evasión” tiene algo de autobiografía medio involuntaria de todos esos años. Mis libros no se reeditaban porque estaban esperando la novela nueva, que iba a ser punta de lanza para las reediciones, entonces quedé en una especie de limbo.

Cuando tengas la novela te reeditamos, decían, y yo me entregué a esa dinámica y quedé haciendo otras cosas. En la Feria del Libro de Frankfurt la editora me decía “Tú estás escribiendo una novela”. Y yo no estaba escribiendo una novela, pero ella insistía: “Tú estás escribiendo una novela”, como algo que tenía que decirle a quien preguntara.

Y me pareció muy absurdo eso, era meterme en algo que no soy. Entonces lo abandoné, cambié de agente, y cuando me liberé de esa imposición externa empecé a escribir de vuelta ficción y al final arreglé con EmeCé una reedición de los libros anteriores y un par de libros nuevos.

–"Salvatierra" tiene un tono más lírico que "La Uruguaya". ¿Buscaste hacer algo diferente acá?

–“Salvatierra” tiene un tono raro, es otra cosa. Y no tiene cosas sexuales. Es un libro... Hay algo como armonioso ahí, sin incomodidades.

¿Sin hablar mal del libro, eh? Porque a mí me gusta mucho Salvatierra, pero me doy cuenta de que esta novela es un poco más erótica, como “Sabrina Love”, y quizás eso choca un poco.

Esto es un tipo de cuarenta y pico que le está confesando a su mujer una historia que tuvo en Uruguay, y esa confesión lo lleva a un tono más íntimo, más coloquial. Espero que no sea un habla que caduque enseguida, pero sí traté de que el tono fuera cercano.

–Hay un tema muy presente en el libro que es el de la familia como una zona gris que cuesta pensar. ¿Cómo lo trabajaste?

–Tenía un personaje de cuarenta y algo con un matrimonio desgastado que se escapa a Uruguay para tener una aventura con una chica.

Eso lo fui profundizando con detalles acerca de lo que él piensa de la familia y de la intimidad. Me interesaba narrar a un tipo que se animara a contar eso tan antipático de que criar hijos tiene momentos pesados, insoportables, medio infernales.

Un tipo que está podrido, asfixiado, y saca para afuera toda esa frustración. Que quizá no tiene que ver con su mujer y su hijo sino que es una frustración de él: es un escritor que no está escribiendo, no está laburando, no gana guita, entonces las otras cosas que aparecen se le agigantan.

Y quizás con la historia de ese hombre en particular toqué una cuestión de época, este momento de incertidumbre de la idea de familia, qué está pasando, los tuyos los míos los nuestros, las parejas gays, cómo se va ensamblando todo eso y cómo nos vamos de a poco acomodándonos a abandonar esta especie de foto de los papás con los nenitos, como las calcomanías del auto...

–Y entre todo eso, el deseo y la monogamia...

–Claro. La monogamia está muy instalada, está por ejemplo el matrimonio igualitario pero sigue habiendo una idea de monogamia ahí dentro también. Me parece que es una cuestión que todavía no hemos podido resolver... Quizá las generaciones que vienen lo hagan mejor, pero para nosotros resulta todavía muy doloroso esa idea del engaño.

Y mirá que venimos del amor libre de los sesenta... Estoy curioso, me gustaría vivir muchos años para ver qué pasa con eso. No por mí, que ya voy a estar viejo (risas), pero ver cómo las siguientes generaciones lo resuelven. Hay que ver también cómo influyen las redes sociales o el tema de la reproducción, si va a seguir siendo hombre y mujer o si va a pasar como en “Un mundo feliz”, donde no existe más la familia y los bebés nacen de encubadoras.

–En la novela también tomás el poema de Borges "Montevideo" y analizás las correcciones que le hizo entre la primera y la última edición.¿Qué te atrapó de eso?

–Ese poema tiene algo de la intimidad que uno quiere sentir en Montevideo, con frases como “calles de luz de patio”. Es un poema precioso. Esto surge de un trabajo que realicé por placer, tomando las primeras versiones de los primeros poemas de Borges y analizando qué correcciones les hizo a lo largo de los años.

Me parece interesante por todo lo que se desprende de ahí, él mismo lo dice, era más barroco cuando era joven. Y creo que le pasa un poco a todos, de joven usás una palabra más difícil por inseguridad, para sentirte importante, y con los años en lugar de usar una palabra rebuscada buscó la más directa.

Y después tachó las cosas más sensibleras, quizá le dio pudor. De hecho la palabra que más sacó fue “corazón”.

–¿Vos corregís mucho tus libros?

–Sí, tardo bastante...

–¿Cuánto tardaste con "La Uruguaya", por ejemplo?

–No, “La uruguaya· fue una novela veloz, como “Sabrina”. Tres meses tardé, un capítulo por semana más o menos. Pero cada libro me exige una dinámica distinta. Me acuerdo que a “Sabrina” lo escribí en un verano, y este lo escribí el año pasado entre septiembre y noviembre.

Un capítulo por semana, me despertaba a las seis de la mañana, desenchufaba el wifi y me ponía a escribir antes de que se levantara mi hija chiquita y empezaran los llamados. Y escribía hasta las ocho, ocho y media.

Después a la tarde lo retocaba un poco. Y el último capítulo lo escribí de una sentada, en un solo día, un ataque fuerte de escritura.

–¿Sabías hacia dónde ibas cuando empezaste?

–Con las novelas es algo raro porque no son tan mecanismo de relojería como los cuentos, caben digresiones. Lo que me quedó claro desde el comienzo fue el pulso del libro, un pulso medio musical: improvisar dentro de una base, alejarse un poco y volver a caer donde tiene que caer la melodía.

–Esta es otra novela que tranquilamente podría llevarse al cine, cuánto te involucrarías luego de tu experiencia con "Sabrina Love"?

–Hay un par de productoras interesadas pero la cosa está muy en veremos. Lo otro depende del espacio que me den. Con tuve que pasar por el sacudón que implica la experiencia de que te adapten una novela al cine, el golpe al amor propio que eso implica, darte cuenta de que el director tiene que hacer la película a su manera, que necesariamente tiene que traicionar al libro.

Esto lo podés decir fácil de la boca para afuera, pero realmente aceptarlo me llevó mucho, sentí que le hacían cirugía estética a mi hijo. Me gustaría que se hiciera algo con “La Uruguaya”, pero me gustaría también que el libro tenga un tiempo sin película. Creo que el alma de un libro es la suma de toda la gente que lo imagina de maneras distintas.

El cine es muy poderoso, congela una versión y la superpone a la lectura. Y no estoy seguro de que eso sea bueno para un libro.

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