Pare de fumar

Pare de fumar
Pare de fumar

La muerte se está fumando todos mis cigarrillos, no puede parar. Me saca uno y otro de la boca y entre bocanadas profundas, capaces de succionar la vida de cualquier mariposa, me insulta enojada porque se le coló el humo en el ojo y le arde, no tanto como cuando le toca saquearle el alma a un niño, pero le arde y  llora pus, porque la muerte no tiene lágrimas, solo pus, como si por dentro estuviera repleta de llagas que nunca cicatrizan.

Los párpados le tiemblan, se cierran y se abren sin parar como nunca, porque nunca necesita pestañear, está seca por dentro. Sus pupilas rojas parecen un mini flash de telo de poca monta, se encienden y se apagan en su danza contra el humo, que ahora se le coló por el otro ojo y no la deja en paz.

La muerte no sabe fumar y tose, llora pus y vuelve a toser con furia y gruñe, pero es demasiado orgullosa para darse por vencida, nadie le gana a la muerte jamás.

Un día le aposté:

¿A que no te fumás todos mis puchos?

¿Todos?

Todos.

Y me sacó el tabaco de la boca de un solo tincazo, lo tomó en el aire y lo mordió entre los dientes antes de inhalar el cilíndrico cuerpo y consumirlo de un solo saque como las ramas finas que se prenden en una coreografía ascendente, abrupta y efímera antes de extinguirse en cuestión de segundos.

Sabés... Hace rato que quiero dejar de fumar, pero no sé, siempre pensé que no iba a poder, ya es tan parte mío como una rodilla, ¿y qué hacés sin una rodilla?


Conocí a millones de personas sin rodillas, podés vivir perfectamente sin una rodilla, exagerado. El hombre es un animal de costumbre, ya te he dicho.    
Bueno che. Era un decir... ¡Que literal que sos! ¿Y vos decís que así voy a poder?

Yo creo que mientras sigas con la idea fija te vas a seguir prendiendo uno que otro, lo que cuesta es sacárselo de la mente, desterrar ese pedazo de ser que te pide humo, que necesita humo, que solo piensa en humo después de comer, antes del desayuno, en medio del desvelo.

O sea, depende de vos, y si realmente no querés dejar de fumar es al pedo que me pidas esto, pero que se yo, capaz que a la larga te cansas de que te tire todos los puchos, no sé, probemos. El tema es que una vez que hacés un pacto con la muerte no hay vuelta atrás, ¿estás seguro?

No sé, me encanta fumar, pero bueno, no quiero gastar más guita, es un presupuesto, y cada vez me agito más cuando subo las escaleras, estoy hecho bolsa.

Entonces el trato es así: yo me fumo todos tus cigarrillos y vos...

¿Y yo qué, me vas a pedir algo a cambio?

Por supuesto, ¿o qué te pensabas?

No sé, somos amigos, pensé que lo hacías de onda.

La muerte no hace nada de onda.

¿Por qué siempre hablas de vos en tercera persona?

Quiero tu juego de cuchillos.

Pero eso me lo regaló mi papá, y a mi papá su papá, y a su papá un soldado en plena guerra mundial... Y yo debería regalárselo a mis hijos o me caerá una maldición familiar. Mi abuelo lo dijo y te aseguro que el viejo es capaz de volver si se entera.

Cállate! Si tu abuelo está bien abajo, ese no vuelve más. Aparte, sí, bueno, las maldiciones existen, pero este no sería el caso. Dale, si los tenés ahí de adorno, nunca los usas... - Dijo en tono meloso, casi casi tan encantadora como un coro de ángeles ahogándose en el mar.

Porque son un tesoro y uno no usa los tesoros, los esconde por siempre.

Entonces no hay trato- Refutó caprichosa como una niña.

¿Y no te gusta la colección de tazas de mi abuela? O el auto, te doy el  Cadillac, lo podés pintar de rojo.

No, quiero los cuchillos, me vería bien con esos cuchillos, esta hoz ya está vieja, desafilada, no da miedo, es muy retro - Decía mientras se los probaba simulando piruetas frente al espejo.

Bueno, pero nada de matar gente.

¡Como si fuera una asesina!

Bue, te podrías hacer cargo alguna vez, un poco asesina sos, me sigue pareciendo raro eso de matar pero no matar...

Nunca lo vas a entender.

Es que no, en realidad lo que no entiendo es por qué lo negás.

Yo no niego nada.

No te hagas... ¿Hoy a cuántos mataste?

Hoy no maté a nadie.

Ah, es tu día libre, ¿por eso pasaste a tomar mates?

La muerte no tiene vacaciones.

Pero a la muerte le encantan los mates, pillina. Entonces ¿a cuántos hoy?

3. 579

Uh, ¿y no estás cansada?

Siempre estoy cansada, esto es eterno.

Jubilate, ya fue, ¿cuánto llevabas en esto? ¿3 mil, 4 mil años? ¿Contás antes o después de Cristo?

Te encanta molestarme, ¿ah? No voy a venir más, no sé porque me gasto... - Respondió con la vista gacha, casi triste.

Porque no tenés a nadie más, ¡si le das miedo a todos!

A todos no, hay muchos que me rezan y me llaman por las noches.

Pero eso porque quieren algo de vos, no a vos, en cambio yo, yo nada, yo te quiero zonza, toma otro mate, amarga.

Ponele azúcar.

No me gusta con azúcar.

Pero una cucharadita nada más y me tomo dos seguidos.

No, se siente igual.

Que mañoso, ¿yo si puedo tomar amargo pero vos no podés tomar dulce?

Claro, los fundamentalistas del amargo somos así.

Jajaja, no me hagas reír que me duelen las costillas.

Jajaja, es que me olvido. Que bajón eso de que no te puedas reír... ¿Nunca, nunca te reís?

Nunca.

Pero recién te reíste.

Sí, pero cuando lo hago me duele todo, es horrible.

¿Pero no lo vale?

No, odio sentir.

Que tipa che... 
Cerramos el trato con un brindis ficticio, la muerte no toma pero sabe chocar las copas. De gracioso le dije que me iba a prender el último para festejar, en realidad la quería poner a prueba, y plaf, voló por el aire y fue a parar a su boca no sé cómo, no alcancé a ver nada.

No contento prendí otro y otro y así hasta que la hice llorar pus, pobre. Entendí que con la muerte no se juega, o sí, un poquito, al fin que no te puede tocar hasta que no te toca, eso me dejaba tranquilo.

Pasaron meses, meses difíciles en los que no, no pude dejar de fumar. Soy tozudo, qué le voy a hacer, y cuando se me mete algo en la cabeza no hay muerte que me lo saque.

Midiéndola descubrí que alcanzaba a darle una seca profunda antes de que me lo vuele. Así, cada tanto, cuando me agarraban esas ganas insoportables de llenarme de algo podrido que me  sacuda por dentro lo tomaba con fuerza entre los dedos, lo prendía y ¡plaf! volaba el pucho.

Cuando estaba con gente se me quedaban mirando atónitos, mi cigarrillo saltaba mientras yo quedaba con la boca abierta y los ojos desorbitados del susto que me pegaba con la ágil maniobra de mi amiga invisible.

A veces, después de eso, se alejaban torpemente y me dejaban solo; otras, inventaba que era un truco de magia y lo repetía sin parar para el asombro de todos, que absortos no entendían cómo era que pasaba eso del tabaco elevándose por el aire sin nunca caer, porque claro, desaparecía.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA