Orgullo sin prejuicio

Este año se cumplen 240 del nacimiento de Jane Austen, precursora de la literatura romántica. Hoy la autora está nuevamente en boga, gracias a la ayuda del erotismo.

Orgullo sin prejuicio
Orgullo sin prejuicio

El delirio que despertó “Cincuenta sombras de Grey”, obra de E.L. James, la mujer que presentó la trilogía declarando: “Esta es mi crisis de mediana edad, con mayúsculas”, propicia dar un vistazo sobre los orígenes de la literatura romántica y los ecos que tiene en el presente (más allá de la cuota de sexo que pueda incluir).

Se nombra a “Corín Tellado” como un antecedente inevitable, pero no excluyente, porque el género puede contener, además de intriga y romance, fantasías amatorias e innumerables reflexiones sobre la sociedad y el alma humanas.

Actualmente, los elementos sexuales son más explícitos, aparecen en esta clase de narraciones con mayor frecuencia, o son directamente centrales, dando paso, por ejemplo, a una nueva literatura erótica hecha por autores inesperados, como la famosa porno star Sasha Grey, con su novela “La sociedad Juliette”.

Pero las dos referencias -el viejo y querido folletín y la erótica de moda por estos días- distan bastante de lo que se entiende por gran literatura y harían pensar que los libros de romance no tienen raíces demasiado eminentes (ni posibilidades de ser más que un entretenimiento superficial, si se escriben hoy).

Esto implicaría negar “Las confesiones del tocador” del Marqués de Sade o al Kama Sutra como libros eróticos (también filosóficos, pero con orientaciones distintas) y a la inglesa Jane Austen, como una de las pioneras de lujo dentro de la literatura romántica.

Su obra excede a la cuestión de la relación amorosa, y se complementa con su vida, muy diferente a la de sus heroínas. No se casó, y sus historias orbitan en torno al matrimonio de la protagonista.

“Es una verdad universalmente reconocida que todo hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita esposa”, dice la primera línea de su historia más celebrada, “Orgullo y prejuicio”, de 1813.

Desde muy joven, la escritora nacida en la comunidad rural inglesa de Steventon, el 16 de diciembre de 1775, desmenuzó, enalteció y también atacó, a la institución de la que no formó parte.

Lo hizo con seis novelas románticas, alabadas por su sutileza y sentido del humor, leídas por un público amplio y festejadas a través de ensayos, críticas, notas y adaptaciones para cine y teatro.

Empezó a escribir siendo adolescente y se suele dividir su trabajo en dos períodos de tres novelas cada uno: el primero abarca “Sensatez y sentimientos”, de 1811; “Orgullo y prejuicio”, llevada en 1996 al cine por Ang Lee y protagonizada por Emma Thompson, Hugh Grant y Kate Winslet, y “La abadía de Northanger” (1818), una ironía sobre las novelas góticas de moda a fines del siglo XVIII.

En una segunda instancia creativa de la autora, se ubica a “Mansfield Park” (1814), “Emma” (1816) y “Persuasión” (1818). Varios años después de su muerte, se publicaron novelas incompletas como “Los Watson” (1923), “Fragmentos de una novela” (1925) y “Plan para una novela” (1926). También se ha publicado su correspondencia (“Cartas, 1932”).

Algunos biógrafos señalan a Austen como una autora que promovió una suerte de protofeminismo, enfatizando la necesidad de estudios formales para la mujer y el derecho a la decisión propia en cuestiones económicas y sociales.

Sus personajes sufren, pero también disfrutan, cada uno con su particularidad: algunos voluptuosamente, otros con lirismo e ingenuidad. Sus heroínas están sujetas a las emociones devenidas de la vida social que, aunque pueblerina, resulta agitada para ellas en casi todas las novelas.

Lejos de la chatura que se les puede endilgar a los folletines, la literatura de Austen se basó en un penetrante -y mordaz- sentido de observación que lógicamente impregnó toda su vida social, como consta en las cartas que se publicaron años después de su muerte: “Me enorgullece decir que tengo buen ojo para las adúlteras, porque aunque me aseguraron repetidamente que ella era otra persona de la fiesta, yo la reconocí desde el principio. Me guié por su parecido con la señora L. no es tan guapa como esperaba... iba llena de colorete, y su aspecto era más el de una tonta tranquila y contenta que otra cosa”.

Murió tempranamente, a los 42 años, a gusto con su condición de solterona. Escribió en una carta a su hermana Casandra,  al llegar a la cuarentena: “... Ya que debo dejar de ser joven, encuentro muchos deleites en la perspectiva de ser una especie de señora de compañía, porque me ponen en el sofá cerca del fuego y puedo beber todo el vino que quiera”.

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