Levanta la mirada de su cuaderno y observa atentamente el pizarrón donde se ven escritas varias palabras en inglés. Toma un lápiz y trata de copiarlas, mientras conversa con sus compañeros, que promedian los 18 años.
Es una nueva mañana en la vida de Asencio de Velázquez, quien a los 90 años está cursando sus estudios primarios en el Centro de Educación de Jóvenes y Adultos (Cebja) 3-209 Artistas de Bermejo, en Guaymallén.
Nacido en el Chaco y dedicado al campo, nunca tuvo la oportunidad de asistir a la escuela. Pero hace tres años un amigo le dio la idea y él no quiso desaprovechar la chance de cumplir su gran sueño: aprender a leer y escribir.
Así es como todos los días se levanta temprano y se toma el micro que lo lleva al establecimiento educativo para comenzar una jornada llena de actividades. “Recién estoy aprendiendo a leer, igual que los niños. Ya deletreo, pero antes no sabía ni escribir mi nombre”, relata el hombre mientras recuerda que para firmar algún documento utilizaba su huella digital. “No sabía si me daban lo justo o no, pero no tenía forma de saberlo”, remarca.
Don Asencio reconoce que a veces se pone un poco ansioso cuando está frente a los libros: “Quisiera estar leyendo ya, pero está dura la cabeza. Igual no me importa porque pienso salir adelante. Mientras Dios me dé salud y vida yo voy a seguir, me reciba o no me reciba voy a seguir adelante”, dice convencido de su objetivo.
Cuenta que muchos amigos le preguntan para qué se preocupa por asistir a la escuela a su edad: “Y yo siempre les digo ‘tengo hijos, tengo nietos y bisnietos, qué van a pensar ellos si no puedo ni siquiera leer’”. Además, comenta que si se hubiera quedado como otros jubilados sin ninguna tarea, ya hubiera dejado este mundo. “Me gusta estar siempre lleno de actividades, me mantiene vivo”, subraya.
Entre las materias preferidas de Asencio aparece Lengua en primer lugar, a la que le siguen Inglés y Matemáticas. “Siempre hay que saber de números e idiomas también. Inglés me gusta, pero me parece muy difícil”, reconoce y comenta que él de chico aprendió a hablar guaraní, una lengua muy hablada en Paraguay y en menor medida en el norte argentino.
Para él las maestras del Cebja han sido una luz en el camino ya que siempre lo alientan y lo guían para que siga aprendiendo. “También me cuidan. Zulma -una de ellas- me dijo que cuando haga mucho frío no venga porque me puede hacer mal y le hice caso, no vine por un mes. Pero me dolió mucho todo lo que perdí”, admite.
Con respecto a sus jóvenes compañeros, se muestra muy agradecido: “Ellos me ayudan cuando hay cosas que no entiendo y yo siempre les doy consejos de vida; les digo que me miren a mí, si a mi edad estoy en la escuela ellos pueden hacer cualquier cosa que se propongan.
Crecer en el campo
“Mi vida ha sido a lo mejor triste, a lo mejor linda, pero yo la he vivido bien”, se sincera el hombre cuando la charla se centra en rememorar su historia personal. “Mi padre se fue a la guerra cuando yo estaba en el vientre de mi madre y ella me abandonó cuando tenía un año y medio”, detalla. Por este motivo, Asencio fue criado por su abuela paterna en Chaco: “Mi abuelita me enseñó valores y todo lo que sé, la verdad que me educó muy bien”. Ella vivía de la cría de animales, por lo que su nieto desde siempre dominó las tareas del campo.
Luego de vivir en Jujuy, en el 1955 llegó a Mendoza donde trabajó como cosechador de uvas y aceitunas, entre otros productos. “Al principio yo no sabía cómo hacerlo, pero con el tiempo fui aprendiendo y siempre me fue bien”, destaca. Tanto es así que pudo construirse una casa propia en Villa Nueva, donde vive con su mujer. “Tengo 3 hijos, 8 nietos y 10 bisnietos”, enumera.
Mucha perseverancia
En la comunidad educativa del Cebja, don Asencio es querido y admirado por todos. “Ahora va a ser famoso”, dicen en broma sus compañeros mientras es fotografiado para esta nota.
Para Agustín Paredes (15) y Jesús Campagnoli (16), dos de ellos, él es un ejemplo a seguir. “Es muy buen compañero en clase y muy responsable. Siempre nos cuenta sus historias y nos aconseja para que nos cuidemos y seamos buenos”, relatan.
En tanto, sus maestras destacan el empeño que tiene cada día. “Le pone muchas pilas, tiene una fuerza de voluntad impresionante”, dice Rocío González, su profe de Inglés. Por su parte, Zulma Godoy -otra docente- cuenta que se prende en todas las actividades que allí proponen: “Hace gimnasia como todos los demás, baila folclore y hasta prepara empanadas”.
Y María Inés Fragaliti, la directora, asegura que es una satisfacción muy grande tenerlo entre sus alumnos: “Te transmite alegría y te dan ganas de seguir adelante a pesar de todo. Llega cada mañana con una nueva y contagiosa sonrisa”.
Necesitan más espacio y equipamiento tecnológico
El Cebja 3-209 Artistas de Bermejo funciona en la Unión Vecinal del Barrio Policial, un inmueble alquilado. “Sería bueno tener un espacio propio”, dice su directora María Inés Fragaliti. Pero no es el único problema: les falta equipamiento tecnológico, ya que tienen una sola computadora ya obsoleta.
“No tenemos ni proyector, ni gabinete informático, ni fotocopiadora, nos faltan bastantes recursos”, remarca la mujer. Sin estos dispositivos no pueden aprovechar material digital que les envían como parte de distintos programas educativos. “Muchas veces te mandan un CD para ver los contenidos, pero nosotros no tenemos cómo verlo”, se lamenta.
Entre sus actividades cuentan con un proyecto de cine-debate que se lleva adelante gracias al esfuerzo de los docentes. “Los profes tienen que traer su propio televisor y reproductor para poder ver las películas”, cuenta Fragaliti, y agrega que tampoco fueron beneficiados con la entrega de netbooks: “Muy pocas veces se contempla a la educación de adultos en estos programas”.