Nosotros

Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Pensar que uno de los motivos por los que se eligió a Tucumán como sede del Congreso fue la equidistancia con los extremos de las Provincias Unidas, porque en Tucumán estuvieron diputados por Charchas, Chichas, Mizque, actuales territorio de Bolivia. Desde entonces las Provincias Unidas perdieron esos territorios, y Paraguay, y Uruguay. ¡Qué enorme país seríamos hoy, si hubiéramos tenido un poco más de contemplación, de paciencia, de diplomacia!

A Tucumán llegaron los diputados impulsados por caballos, en diligencias, berlinas, sopandas, volantas, a veces en soledad sobre sus cabalgaduras. Tres semanas desde Buenos Aires, tres semanas desde Mendoza, tres semanas desde Cochabamba. Andando por caminos hostiles y a veces, andando sin caminos, cruzando ríos a centímetros de ahogarse, siempre con los ojos alertas porque en cualquier recodo podían estar al acecho los bandidos. Viajaban mal sentados, mal dormidos, mal abrigados, mal comidos, para llegar a esa pequeña ciudad que entonces era el centro del territorio, a tratar de fundar un país.

Los que fueron, los que deliberaron, los que gritaron ¡Sí queremos!, sabían que eso que producían adentro de una casa que se hizo famosa iban a tener que salir a defenderlo con todo afuera. Que los abstractos conceptos de libertad e independencia, se encontrarían, en el inmediato futuro, con la realidad de persecuciones, batallas, guerras, que se jugaban todo por una idea abarcadora: bienes, dinero, familia y hasta sus vidas mismas. No solo ellos, también el habitante anónimo, sin presencia en los estamentos de las decisiones, que por ese amor inexplicable pero creciente, apoyó los designios, cumplió las consignas, se sacrificó sin recompensa tangible.

Recordamos a los próceres, pero los próceres fueron miles, decenas de miles, gente de puro pueblo que se sumó a la idea de los ilustrados y sacrificó todo por la causa, que donó su familia, a veces su familia entera, por hacer realidad una de las palabras más hermosas del castellano, la palabra “nosotros”, los otros que nos pertenecen, los otros que son nuestros.

El ciudadano común de los tiempos de la gesta, lo dio todo por la patria. ¿Qué damos hoy en aras de ese mismo sentimiento? Supongamos, viene a nuestra casa la Patria a pedirnos que le demos la medio sueldo, porque lo necesita para la subsistencia de la idea ¿Se lo daríamos? Viene la Patria a pedirnos que le donemos nuestro auto. ¿Se lo daríamos? Viene la Patria a pedirnos que le demos la vida. ¿Se la daríamos?

Está claro, el contexto no es el mismo, entonces la Argentina estaba en etapa embrionaria, todos los de entonces viajaban sobre el fervor de la iniciación, de concretar un anhelo. Ni siquiera el país se llamaba como hoy se llama. Hoy tiene doscientos años de consolidación, a pesar de desaciertos cometidos, somos nación reconocida en todo el planeta. No tenemos que pelear por ser, tal vez, ocasionalmente defender lo que somos.

Pero, al parecer,  la memoria, el orgullo, el reconocimiento, se van deshilachando con el tiempo. Los de hoy desconocemos a los que fueron del ayer. Los del presente no tenemos recuerdos y menos, agradecimiento, por los iniciadores. Modificamos las muertes de los próceres a gusto del negocio turístico, los días patrios son simplemente feriados.

No le rendimos  tributo a recuerdo natal. Sepamos al menos, que aquellos, los fundadores, no dudaron en morir por darle esperanza a los que somos, porque en su concepto de Patria incluían un futuro, no puede haber Patria sin futuro, y en ese futuro estábamos los de hoy.

¡Gloria a los abuelos!

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