No está claro el futuro del mundo

Ningún gobierno debería preocuparse de los ricos. Sabemos que las clases medias altas, los ricos y los supermillonarios, no necesitan ayuda de los Estados. Con sólo reglas estables y controles para evitar excesos que los lleven a gozar de niveles de poder superiores al propio Estado, sería suficiente.

Las clases medias (empleados, obreros y comerciantes) son los que representan el músculo ejecutor de los mecanismos que sostienen la marcha de los países, brindando productos y servicios a la sociedad. Los Estados pueden ayudar a su funcionamiento con algún apoyo legal, financiero, crediticio, además de un régimen de derecho y Justicia independiente.

Los desocupados, los trabajadores informales y otras franjas caracterizadas por su falta de formación educativa, técnica, profesional o cultural, completan el espectro social y es ésta la que necesita regulaciones más amplias y detalladas relacionadas con las 5 funciones básicas del Estado, que son: administración, educación, justicia, seguridad, salud. Es decir, todas aquellas responsabilidades que permiten la vida social en armonía, de manera civilizada, facilitando y proporcionando a su población la ayuda necesaria para aspirar a un crecimiento integral de todos sus miembros.

La población mundial crece en un rango de 80 millones de personas al año. Ya el mundo está sobrepasando las 7.000 millones de almas, de las cuales 3.000 millones se han dado sólo en la segunda mitad del siglo XX o sea de una expansión fenomenal impensable hace un siglo.

Paralelamente a esto estamos viviendo una era tecnológica de extraordinarios avances en muchas áreas, lo cual es muy auspicioso para garantizar una vida cada vez más prolongada de los seres humanos, pero que en algunos niveles sociales es preocupante en cuanto a su nivel de confort.

Las tecnologías informáticas, de comunicaciones, la robótica y los cambios de paradigmas en la mayoría de los procesos industriales, sustituyen una sensible porción de mano de obra no calificada para la producción de bienes y servicios, al mismo tiempo que dan lugar a menor cantidad, pero mejores puestos de trabajo, en las franjas más capacitadas de la sociedad.

De este modo la parte menos capacitada y entrenada de mano de obra va quedando más alejada del mercado de trabajo formal.

Pues bien, aquí estamos entonces en uno de los principales nudos de riesgo que los Estados deberán desatar, en tanto y en cuanto no cambien sustancialmente algunas reglas sociales relativas a la relación entre el combo población, desocupación y medios de subsistencia.

Producir un habitante cuesta nueve meses y es una actividad sin regulaciones más que algunas de tipo moral, mientras que producir un trabajador formal lleva aproximadamente dieciocho años y con regulaciones más estrictas relacionadas con la protección laboral a la niñez y juventud. Al mismo tiempo, los recursos naturales que son la materia prima de transformación para casi todas las actividades resultan agredidos cada vez en mayor proporción, y su particularidad es que son finitos, por disponibilidad o por contaminación de su forma original.

Aquí las primeras preguntas que nos formulamos para el presente trabajo. ¿Hasta cuándo la sociedad laboral formal aceptará financiar con sus impuestos a la masa de desocupados? ¿Cómo debe el Estado actuar para mitigar este riesgo social? ¿Con asistencialismo? ¿Creando condiciones económicas que lleven a la plena ocupación? ¿Es posible esta última solución en cualquier contexto y tiempo?

No hay una respuesta de catálogo para estas cuestiones, aun suponiendo que los gobiernos tuvieran una acabada conciencia política, social y ambiental del problema que estamos aquí presentando.

Éste no es un tema nuevo. Ya Thomas Malthus había planteado hace más de 250 años que el mundo podría entrar en crisis si su población creciera infinitamente, mientras que los recursos naturales sólo podrían utilizarse hasta un cierto nivel debido a su posible agotamiento, es decir que tarde o temprano, tanto los alimentos como el agua potable y la energía irían desapareciendo cada una a su debido tiempo, limitando de ese modo la vida humana en el planeta. Esto último significa que un solo factor, como es el crecimiento desmedido de la población, genera dos problemas: uno político-social que termina sufriendo cada Estado en particular y otro ambiental, que naturalmente afecta al planeta.

Hoy la violencia en el mundo tiene algún tipo de relación con el proceso que estamos describiendo y hay mucha mano de obra ociosa que tiene tiempo libre para dar rienda suelta a la satisfacción de sus necesidades que, con todo derecho y seguramente, estarán orientadas al objetivo de confort de vida que hemos comentado más arriba. Sólo que ese confort antes se conseguía trabajando duro y muchas horas por día, mientras que ahora no sólo se necesita trabajar duro sino también de forma inteligente, y esto requiere maduración, capacitación y entrenamiento, proceso al que no todos tienen acceso.

Es probable que haya que cambiar algunas reglas existentes y crear otras según los problemas y necesidades sociales que cada país vaya identificando, incluso algunas que seguramente son conflictivas, como por ejemplo aquellas relativas a la migración de personas como así también a la concientización social sobre la responsabilidad que significa procrear teniendo en cuenta la calidad de vida probable que se dará a los futuros habitantes.

La verdad es que no se puede seguir viviendo en crisis permanente; el cúmulo de efectos sociales y ambientales negativos que de ella derivan ha generado una violencia tal que cada uno de nosotros, de cualquier clase que seamos, vivimos de forma contraria a lo que realmente deseamos. En paz y convivencia social en un entorno seguro y con la dignidad de ganar nuestro propio sustento con nuestro esfuerzo personal además de contribuir a la sustentabilidad del planeta, que es finalmente nuestra única casa, necesaria para albergar las generaciones futuras con mejores posibilidades de vida que las que hoy tenemos.

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