León Leyson tenía ocho años y un juego: le gustaba colarse en los tranvías de Cracovia y hacer que el guarda lo persiguiera por todo el vagón lleno de pasajeros. Cuando estaba acorralado, se bajaba a toda velocidad y volvía a subir por el otro extremo. Así, junto con sus amigos, León conoció la ciudad a la que había llegado en 1938 desde su pueblo natal, Narewka, una zona rural cerca de la frontera con Bielorrusia.
Pero un día algo cambió. Había cuerdas que separaban los asientos del fondo, destinados a los pasajeros judíos. León nunca había sentido diferencia por su origen étnico: en Narewka había mil judíos que hablaban idish en sus hogares, hebreo en la escuela religiosa y polaco en la calle, donde convivían en paz con la mayoría católica. En Cracovia, en cambio, vivían 60.000 judíos: había templos, barrios y comercios que formaban parte de la vida cotidiana de la gran ciudad. La situación duró poco y la prohibición definitiva de viajar en tranvía se extendió por todo el país: el ejército alemán había invadido Polonia, iniciando así la Segunda Guerra Mundial.
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