Me olvidé

Dicen que un pesimista es un optimista con experiencia, un amigo mío que reviste esta característica, una vez me dijo: “La esperanza es lo último que se perdió”.

Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Menos mal que existe el olvido, porque si uno debiera soportar, diariamente, la suma de momentos malos que ha tenido en la vida, de las veces en que la realidad nos cacheteó duramente, de los errores que hemos cometido, de las situaciones, más incomodas que calzoncillo de hilo sisal, que ha tenido que soportar, la vida sería francamente insoportable.

El olvido nos aleja del patrimonio de tristeza y nos permite un amanecer nuevo a cada segundo. Claro que el olvido puede, por otro lado, traernos consecuencias medianamente desagradables.

Por ejemplo, cuando uno se olvida del aniversario de casado, por ejemplo cuando uno se olvida de pagar la factura de la luz y esa noche debe ver televisión alumbrado con velas; por ejemplo cuando uno va a rendir un examen y se olvida del contenido de la bolilla dos, que es la que le tocó en suerte y para colmo la única que había estudiado.

Dicen que un pesimista es un optimista con experiencia, un amigo mío que reviste esta característica, una vez me dijo: “La esperanza es lo último que se perdió”. Pero entre los olvidos simples seguramente figuran las llaves, el teléfono, y los buenos modales.

Por supuesto que hay olvidos que no pueden quedar olvidados: olvidarse de reír, es uno de ellos.Yo sé que la realidad nos apaga las ganas, nos junta las comisuras de los labios, pero vamos,  reir cuando todo anda bien es muy fácil, no tiene mérito, el mérito está en reir cuando el momento es difícil, cuando la realidad nos pone alambres de púas alrededor del ánimo.

Usted, en el día de hoy, seguramente tendrá momentos desagradables. Que su memoria no se quede quieta, que no acepte la permanencia del desagrado, que luche contra ella. Hay una forma de borrar los malos recuerdos, creando buenos recuerdos nuevos. Cubrir el desierto con flores es una buena acción, y más si tenemos en cuenta, que es eso lo que hicieron nuestros abuelos menducos.

El olvido, !Ay!, con el olvido, o ¡bienvenido, olvido! El olvido es el hermano ausente de la memoria. Hay gente tan valiosa que ni la muerte puede con ellas, ni tampoco el olvido. Alguna vez el genial Gomez de la Serna, escribió en sus “greguerías”: “Tenía tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo.

“Puedo olvidar lo que me hirió de golpe / lo que no me tuvo piedad / puedo olvidarme de mí, de mi futuro / puedo olvidar hasta la eternidad / pero a vos, que pusiste otra vida entre mi vida / no te puedo olvidar”.

Porque también el olvido nos aleja de los buenos recuerdos, y seguramente en ellos, hay personas a quien agradecer. Puede ser un buen momento, el de este fin de semana, recetear nuestro cerebro y rescatar los felices nombres de los felices momentos y, ya que el celular está siempre a nuestro lado, marcar los números que habrán de acerarnos a ellos, otra vez, para decir “¿Te acordás?”, o menos tal vez, simplemente para decir “Gracias”.

Uno no se puede olvidar de ciertas cosas pero no se puede olvidar de ser feliz, aunque sea un trocito del día, que sea ese trocito el que se apoye junto a usted sobre la almohada, que sea ese trocito el “Valor final”, que alguna vez propuso Adam Smith. Aquel día en que no sonreímos ni una sola vez es un día que ha pasado en vano. Anote en la agenda de este día esta consigna “reir al menos una vez”, verá que, de cumplirlo, habrá de hacerse carne en usted en el futuro y entonces podrá reir sin agenda.

Yo no pensaba hablar del olvido en esta nota, tenía pensado hablar de otro tema, pero me olvidé.

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