“Hagamos de cuenta que es el 25 de Mayo”, le dice una señora que ronda los 50, a otra unos diez años menor, que ante el pedido de paciencia del locutor (“hay muchísima gente y es muy difícil el traslado”, dice), aprovecha para darle de tomar a la Presidenta, como si la Presidenta estuviera escuchándola, de su propia medicina, aquella que hace una semana Cristina Fernández lanzó desde la Casa Rosada: “¡Acá tenés el silencio!”.
Son las 19.17. El diálogo se produce al pie del camión estacionado frente al 460 de Hipólito Yrigoyen, el histórico edificio de La Franco Argentina, frente a la Plaza de Mayo, donde en el cuarto piso están las oficinas de la unidad fiscal especial del caso AMIA que Alberto Nisman ocupó desde poco después de haber sido designado en 2004.
El camión funge como escenario y punto final de la marcha que hace exactamente una hora y 17 minutos partió desde la Plaza Lorea, una de las esquinas de la Plaza de los Dos Congresos, por la Avenida de Mayo. No son más que diez cuadras, que la marcha encabezada por el grupo de fiscales que la convocaron y con la presencia de familiares de Nisman, tardará en recorrer exactamente dos horas.
Cómo no hacer de cuenta que se está ante otra “gesta” como la del 25 de Mayo de hace 215 años, aunque sea el 18F, a un mes de la misteriosa muerte de Nisman, pidiendo en una “Marcha del silencio” en la que se entremezclan por lo bajo los reclamos de “Verdad”, “Justicia” y “Basta de inseguridad”, aunque el único propósito originario haya sido homenajear al fiscal fallecido. Es que los paraguas se conjugaron con los pocos metros que en diagonal separan el edificio en el que está la fiscalía de Nisman del Cabildo. Obvia asociación, obvio comentario.
“Nunca vi semejante manifestación desde el cierre de la campaña de (Raúl) Alfonsín (en 1983)”, exagera, endulza a sus interlocutores/as, el veterano fotógrafo periodístico que está al pie del camión-palco. Desde la Policía Metropolitana dirán después que participaron 400 mil manifestantes, cien mil más de los que había pronosticado el martes su subjefe, Ricardo Pedace, cuando la puso al nivel de la primera convocada en 2004 por el ingeniero Juan Carlos Blumberg. De “cientos de miles” habló el sindicalista judicial Julio Piumato. Cualquiera sea la cifra, lo cierto es que la de ayer fue una manifestación multitudinaria que reclamó saber de ese modo, aunque como el resto de los argentinos que no asistieron, qué pasó con el fiscal que cuatro días antes de aparecer muerto había denunciado a la Presidenta por supuesto encubrimiento a supuestos terroristas iraníes del atentado a la AMIA.
“Cruzó la 9 de Julio”, busca calmar el locutor desde el camión-palco. El rabino-diputado macrista Sergio Bergman es el primero en estar en ese lugar: hay cámaras. La marcha que salió puntualmente a las 18 horas desde la Plaza Lorea, encabezada por el grupo de fiscales (entre ellos el cordobés de la Cámara Federal Alberto Lozada), bajo el diluvio que comenzó a caer media hora antes, avanzaba lenta por la Avenida de Mayo. La seguridad estuvo a cargo de los sindicatos de Camioneros y Judiciales. A esa lentitud contribuyó también que muchos manifestantes buscaban sumarse a la cabecera de la manifestación, yendo al encuentro en sentido contrario por la avenida. Mientras que en dirección a la Plaza de Mayo, las laterales-paralelas Yrigoyen, al sur, y Rivadavia y Mitre, al norte, colmadas, daban una prueba más de la magnitud de la manifestación.
Velas encendidas alrededor de la Pirámide de Mayo, entonaciones del Himno, vivas a la Argentina, precedieron la llegada de la cabecera de la marcha. Piumato pidió un minuto de silencio por Nismam. Aplauso, himno, “nunca más”, “Nisman”, de parte de los manifestantes. Tuvo que hacer una segunda edición del minuto de silencio, después que pudieron llegar al palco la madre, la ex esposa y las dos hijas del fiscal.
“Sí, por acá vas bien para Corrientes”, la orienta este cronista a una joven manifestante que le dice a una señora mayor que “estamos todos igual” porque no sabe responderle cómo llegar a la tradicional avenida porteña, que está a dos cuadras. Después el cronista toma la línea del subte que lleva al norte de la ciudad y escucha comentarios acerca de “la rabieta que se debe haber agarrado la Presidenta”. Y, otros, irreproducibles.