Más bien que mal

Lo reconozco: mi primera reacción también fue de rechazo, incluso de cierta repugnancia. Y sigue siendo una opción por la que no siento especial simpatía. Me refiero a los llamados vientres de alquiler. La mera denominación ya resulta zafia, hasta insultante, con esa clara cosificación del cuerpo de la mujer. Hembra útero, hembra incubadora. Una mera vasija.

Pero luego me puse a pensar el asunto con detenimiento para racionalizar el por qué de mi oposición emocional, y entonces todo se hizo enormemente confuso. Como confuso es el mundo en que vivimos, los desafíos de las nuevas tecnologías. Lo diré sin ambages: no he encontrado una frontera ética por la que deban prohibirse los vientres de alquiler. Si sostenemos que las mujeres son dueñas de su cuerpo (como hacemos los partidarios de la despenalización del aborto, por ejemplo), entonces también son dueñas de alquilar su capacidad reproductora. O de trabajar en la prostitución, por citar otro tema polémico con ciertos paralelismos. Colaboro con una asociación feminista, Hetaira, que lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales, y soy partidaria de la legalización de la prostitución; creo que es la medida que más protege a las mujeres y que mejor sirve para luchar contra la trata. No todas las feministas opinan así, desde luego; de la misma manera que también hay feministas y homosexuales que se oponen a los vientres de alquiler. Hace un par de semanas, 50 organizaciones de mujeres y colectivos de LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales) crearon la Red Estatal contra el Alquiler de Vientres para impedir la legalización de esta “explotación reproductiva”. Sí, ya digo. A mí emocionalmente también me suena bien esa música. Y sin embargo…

El punto crucial del argumento en contra, en este caso y en la prostitución, es que cobran por esos servicios. De ahí deducen inmediatamente que esas mujeres no son de verdad libres para vender lo que venden. Vamos, que todas ellas se ven forzadas a hacerlo, esclavizadas por la necesidad. Es un argumento totalmente subjetivo, que va en contra de lo que opinan muchas prostitutas y muchas madres subrogadas y que no se basa en nada externamente mensurable, sino en la propia percepción de quienes sostienen esta idea: creen que es imposible que esas mujeres elijan libremente porque a ellos cobrar por el sexo o alquilar el útero les parece horrible. Pero no todo el mundo siente lo mismo.

En realidad, casi nadie elige libremente en esta maldita sociedad, y para muchos esa falta de libertad es tan extrema que viven una vida laboral de verdadera explotación, casi de esclavos, tan embrutecedora y humillante que comprendo que haya personas para las que gestar el hijo de alguien (o ejercer la prostitución en determinadas condiciones) pueda ser una opción lo suficientemente válida de conseguir una vida mejor.

Además me parece extraordinario que nos pongamos todos tan paternalistas defendiendo a las mujeres de sí mismas en el caso de los vientres de alquiler y que no nos preocupen tanto los muchos embarazos no deseados producto del error, de la violencia o de la presión religiosa o social, por no hablar de las gestaciones insanas, sin suficiente apoyo médico, con alimentación y cuidados inadecuados. Creo que la maternidad y la paternidad están mitificadas, cuando en realidad son un maldito peligro. Para adoptar a un niño tienes que superar un millón de pruebas, lo cual está muy bien (y habría que hacer lo mismo con los vientres de alquiler), pero para tener hijos en directo basta con que dos idiotas se pongan a jugar a los médicos un rato. Pueden ser inmaduros, pueden ser violentos, pueden ser malvados, pero les permitimos un poder absoluto sobre las criaturas más indefensas. ¡Pero si hasta para conducir tienes que pasar un examen! ¿Y para ser padre no? De ahí la abundancia de maltrato infantil, de abusos y de incestos.

Total, no es que la idea me encante, pero lo que veo en los vientres de alquiler son embarazos buscados voluntariamente, gestaciones cuidadas y protegidas, padres investigados y niños intensamente deseados que les harán felices. O sea, veo mucho más bien que el mal supuesto.

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