Más allá de la risa

Caminando por una zona de Buenos Aires que no conocía, llamó mi atención un cartelito de papel, escrito con tinta roja y plastificado. La escritura presentaba falencias  ortográficas. Quien haya pegado sobre su portón la hoja cuya frase deja leer: “por fabor no mien el garaye”, seguramente no debe pensar en dedicarse a la escritura. Vaya uno a saber a qué se dedique el hombre o mujer que estampó eso. Sí queda claro, muy claro, que está cansado de que le orinen el portón de su vivienda.

Pero otras cuestiones también quedan claras más allá de las faltas ortográficas. Una de ellas es que se trata de una persona educada, que hasta pide “por favor”; tiene la educación de la que adolecen aquellos que han tomado su garaje por sitio propicio para orinar, y que, muy probablemente, sepan escribir correctamente. Con lo que quiero decir que la educación va más allá de la escritura, es algo mucho más profundo, como el respeto al prójimo. El carpintero que hace una mesa defectuosa podrá ser un defectuoso carpintero, lo que no implica que sea un maleducado; otro tanto sucede con el que escribe con faltas de ortografía. Sócrates nunca escribió nada; con todo, fue un gran maestro y un ciudadano ejemplar.

Otra lección que también se deduce de las palabras mal escritas ventiladas en el garaje es que, a pesar de ello, su significado intenta llevar a algo bueno. No es un grave problema que alguien diga que “la baca es un animal”; el problema se torna complicado cuando en muy buen léxico alguien sostiene que “la vaca es sagrada”. Lo primero, cuanto más, perjudica a la vista, a una convención, y es fácilmente corregible; lo segundo perjudica el alma al llevarla a la idolatría y cuesta revertir tal pensamiento.

Cuando escucho que debido a la potencia de la estrella solar “la calor está fuerte”, me mueve un tanto a risa, pero se expresa, en definitiva, una verdad; todo cambia cuando en buen idioma castellano se asegura que “las estrellas de la constelación de Acuario te auguran para esta semana, en el amor, una inmensa dicha”, condicionando así mediante una patraña, a que las voluntades humanas dependan de una energía estelar formada de hidrógeno, helio y alguno que otro químico, pues no de otra cosa se componen tales soles.

Recuerdo que una vez un alumno del último año del secundario, debiendo expresar el significado de la palabra “haya”, puso que se trataba de una “expresión que manifiesta sufrimiento, como cuando uno se agarra los dedos con la puerta y grita ¡haaaaaya! que dolor” (sic). Aquí ya no estamos frente a una falta de ortografía sino ante un inconveniente de comprensión, de ignorancia sobre la relación entre una palabra y su significado. Esto que emanó de un adolescente, que puede ser fuente de hilaridad y que uno lo ve como algo tragicómico, no se compara en su gravedad con los significados completamente desencajados que suelen dar ciertos escritores de renombre cuando se les pregunta qué es para ellos escribir.

La verdadera fealdad en la escritura no radica en si uno ha cometido una falta ortográfica sino en que, habiendo escrito bien las palabras, se lleve a quien las lee por caminos perversos.

Tomás I. González Pondal
DNI 27.310.273

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