Escuchamos hablar de esto desde chicos. Cada vez que pasábamos por la Casa Grande de Chacras de Coria, en los paseos de domingo, “¡ah, la casa de los Cerutti!”, exclamaba mi papá. Nadie sabía contar la historia completa. “Este barrio tiene un pasado oscuro”, decía, mientras caminábamos por el Will-Ri y leíamos, con cierto escalofrío, el nombre de sus calles: Verdad, Honor, Justicia.
Era vox populi que el terreno donde se levanta ese barrio fue apropiado por la última dictadura militar, que secuestró y desapareció a sus verdaderos dueños. Hubo varios artículos periodísticos al respecto. Pero la historia profunda, detallada, quedaba pendiente.
Nadie mejor que la niña que había vivido en esa casa y jugado en esa finca para narrar el laberinto de lo que le sucedió a esa familia. Nadie mejor que la nieta Marijó (María Josefina Cerutti) quien, ya lejos, se había convertido en escritora y periodista.
Como si revisara un viejo álbum de fotografías, escribió un libro de memorias llamado “Casita robada”, un guiño doloroso al juego de naipes. En él, invita a conocer quiénes eran los Cerutti, ese clan legendario de Chacras de Coria. Y a entender cómo los hilos de una crónica familiar se tejen dentro de la trama social de una época. “No me planteé ningún desafío. O sí: escribir como si le contara de manera sencilla esta historia a alguien querido”.
Josefina nos abre la puerta de su memoria y nos invita a recorrer con ella el mundo de su abuelo Victorio, hijo de una Manuel, un inmigrante que había llegado en 1885 de Borgomanero, un pueblito en el Piamonte. Fundó un hogar en Mendoza y le puso corazón y sangre a fincas, viñedos y bodega. Victorio, uno de sus hijos, heredó la Casa Grande y la finca que su padre había comprado en Chacras de Coria.
En esa misma Casa Grande, Victorio Cerutti fue secuestrado por un grupo de tareas en la madrugada del 12 de enero de 1977. A los 75 años, fue llevado a la ESMA y torturado para lograr que firmara la cesión de sus terrenos –valuados en su momento en 16 millones de dólares–, que fueron a parar a manos del hijo y el hermano del Almirante Emilio Massera.
-¿Cuándo sentiste que tenías que ponerlo en palabras?
-Siempre me gustaron las letras. Y siempre miré a mi familia también como si fuera una familia protagonista de una película. En el capítulo Teclas hablo de cuando sentí que quería escribir a los Cerutti. Bueno, así fue. Claro, no sabía lo que pasaría. Luego, ya universitaria leí “Cien años de soledad”, y Macondo era Chacras de Coria. Ahí el bichito de la escritura fue más fuerte. Y bueno, primero mis tesis, luego mis varios textos.
En fin, con el tiempo fui amasando la historia que sin duda se remonta a Gabriel García Márquez. Pero también a “El Gatopardo” y las películas “Novecento” y “El Padrino”. Y a la enorme necesidad de escribir y contar este pedacito de vida. Una familia.
-¿Qué hallazgos surgieron durante su escritura?
-El placer de escribir fue mi hallazgo. Y que con mis letras volvía a jugar en la Casa Grande. Otro hallazgo fueron las sorpresas que los textos me daban cuando estaban “terminados”. Respuestas. Preguntas.
-¿Cómo enfocaste el tema de la memoria social/familiar/personal?
-No me lo planteé de esa manera. Dejé fluir lo que me salía, aquello que me parecía hilo para tejer. Entonces para entender a las personas hay que entender a las familias, los ambientes sociales, sus mundos muy privados. Y ahí el tejido que te hace hacer la escritura.
-¿Cuál es, a grandes rasgos, tu visión sobre lo que ocurrió políticamente en los '70?
-Mi visión es que la historia está hecha por hombres y mujeres, cada uno con sus claroscuros. Y es desde esas sombras – luces desde donde podemos intentar comprenderlos, las ideas son una parte. También estoy convencida de que tenemos que reflexionar sobre la violencia, trabajar para comprenderla y evitarla y transformarla por lo menos en conflicto.
Esa fatídica noche del 77, los paramilitares se llevaron al abuelo Victorio y a Omar Masera Pincolini, su yerno, de la finca de Chacras. Vistos por última vez en el centro clandestino de la Armada, jamás aparecieron. La desolación invadió a la familia y una parte debió marchar al exilio.
-¿Qué implicaría justicia, hoy, para los Cerutti?
-En términos generales justicia ha habido, y por suerte sigue habiendo. Me refiero a los varios juicios que todavía se hacen contra los responsables del genocidio. Yo misma declaré en la Megacausa ESMA. Dicho esto, también puedo agregar que en parte también ha habido justicia para los Cerutti, pero creo que en situaciones como las que pasó mi familia hay cuestiones que son completamente irreparables. Que van más allá de la justicia.
Quizás la forma de hacer justicia, que en su etimología quiere decir unión o algo parecido, sea a través del deseo de construir. Sea con las letras, con las artes en general, con las ciencias. En fin con todo aquello que permita tejer con aquel vacío irreparable.
Entre febrero y marzo de 2015, Josefina y sus primas Mónica y Mariana tuvieron la oportunidad de declarar ante el tribunal. “Fui con la Casa Grande a cuestas. La proyecté en las paredes de la sala de audiencias. Conté quién había sido mi abuelo Victorio. Quién fue Omar. Quiénes éramos los Cerutti. En los ojos, en los oídos de Ricardo Cavallo, uno de los asesinos de Victorio”.
Casa Grande, el corazón de la antigua finca, expropiada, sigue en pie.