Macri y el error de jugar a todo o nada

En lugar de buscar dividir al peronismo, amenazó con vetar la ley "anti-despidos" y consiguió unir el agua con el aceite. Massa, su otrora principal aliado, empezó a fantasear con ser candidato del PJ en 2017.

Mario Fiore - mfiore@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires

Posiblemente Mauricio Macri haya sentido desafiada su autoridad y por ello decidió sumarse a un juego peligroso. El Presidente transformó un proyecto de ley que todo el gremialismo pidió al Congreso, que prohíbe los despidos solamente por sólo seis meses, en un asunto lo suficientemente grande como para poner en riesgo ese delicado equilibrio de fuerzas llamado gobernabilidad en el que tanto trabajó el oficialismo desde que llegó al poder.

La ansiedad nunca es buena en política, y Macri debería saberlo a esta altura del partido. En lugar de dividir opiniones en el justicialismo, de acordar con los gobernadores e intendentes, de trazar una estrategia parlamentaria con la oposición dialoguista, de aislar al kirchnerismo, prefirió amenazar directamente con el veto. Una advertencia que sólo reveló su impotencia.

El Presidente está convencido de que una ley que prohíba a los empresarios y al Estado nacional despedir trabajadores es mala para un plan económico que busca tender una alfombra roja a los inversores. La jugada del sindicalismo y del grueso del peronismo sorprendió a la Casa Rosada pero, en rigor, estuvo largamente avisada. Las centrales obreras fueron a las dos Cámaras del Congreso hace más de un mes y allí resignaron la pelea por el impuesto a las Ganancias a cambio de que se sancione una ley que frene los telegramas de despidos. El justicialismo entero (kirchneristas, disidentes y massistas) se comprometió públicamente a aprobar la norma.

Si el oficialismo no mostró reflejos ni capacidad de respuesta se debe a dos motivos. El primero es que el Poder Ejecutivo cree que los despidos sólo afectan a la construcción y al sector automotriz, que no se trata de una situación generalizada.

El segundo motivo es estrictamente político: Macri entiende que la jugada de los sindicalistas tiene como objetivo central acelerar la unidad de las CGT y que, al mismo tiempo, tras la reaparición de Cristina Fernández, los diputados y los senadores que responden a los gobernadores no quieren regalar a la ex presidenta el sitial de única opositora.

Este juego de fuerzas en el interior del continente “pejotista” encuentra como rival perfecto al Gobierno nacional. El Presidente se siente rehén de esas pujas que le son ajenas, por ello se viene negando a llamar a una mesa de diálogo político-social, como le reclaman los líderes sindicales y el jefe de los senadores justicialistas, Miguel Pichetto, para encontrar puntos de coincidencias entre empresarios y trabajadores. “No le vamos a regalar el escenario para que quemen etapas. Acá hay dirigentes que quieren dejar ya en el pasado el hecho de que hasta diciembre eran kirchneristas”, dicen en Balcarce 50 cuando hablan de Pichetto.

Este razonamiento quizás sea correcto pero si realmente Macri no quiere regalar, al variopinto peronismo, argumentos para su unificación, ¿cómo se entiende insistir con una amenaza de un veto que sólo viene abroquelando a dirigentes que hace un mes se miraban con recelo? Todo el PJ especula hasta dónde llegará el Presidente. La mayoría cree que cualquiera sea el resultado el Gobierno saldrá mal parado.

Los ojos de la Casa Rosada están más que nunca puestos en Sergio Massa. El pedido que Macri le hizo para que “no votara la ley kirchnerista” buscó empujar al líder del Frente Renovador a su límite, el cristinismo, para que retroceda. Sin embargo, Massa ha estado escuchando el canto de sirenas del peronismo, su partido de origen, al que nunca renunció. Esta semana se reunió, con el pretexto de la ley “anti-despidos”, primero con Pichetto y luego con José Luis Gioja, dos dirigentes que, si bien no rompieron con Cristina Fernández definitivamente, trabajan para que el peronismo se renueve y gane en 2017.

Ésa es la zanahoria que Massa tiene delante de su cabeza: ser el candidato a senador nacional de gran parte del PJ en la provincia de Buenos Aires, derrotar al postulante del Gobierno -y quizás hasta a Cristina Fernández- y quedar posicionado nuevamente para las presidenciales.

Los alfiles de Macri aconsejan a Massa “no quemar etapas” y le ofrecen a cambio abrirle el juego en el Congreso para que “meta goles”. Pero el tigrense tiene una gran autoestima y cree que puede jugar en toda la cancha. Consciente de que el voto de su bloque define la puja por la ley “anti-despidos”, pretende obligar al Gobierno a aceptar su propuesta pro-pymes y colaborar a la vez con el PJ tradicional, el de los gobernadores, para marcar límites al oficialismo aprobando la prohibición de despedir.

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