Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Fue una típica Vendimia de fin de ciclo, donde la actividad económica sectorial y los opositores políticos alzan la voz como nunca antes, mientras el oficialismo, en todas sus vertientes, calla o apenas dice lo imprescindible para cumplir.
Hubo tres grandes protagonistas políticos: primero, el discurso de la presidenta de la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar), Hilda Wilhelm. Segundo, la presencia de Mauricio Macri, presentado como un superstar por sus aliados locales. Y tercero, el ausente que estuvo más presente que todos los presentes, Juan Carlos “Chueco” Mazzón, el máximo obispo de la Iglesia peronista al cual anteayer la Papisa Cristina lo puso patitas en la calle. Son los tres nombres que le arrancaron alguna diversión a una Vendimia por lo demás políticamente aburrida.
Después de Hilda, el silencio. Fue el primer discurso el de Hilda Wilhem en el desayuno de la Coviar. Ella lo dijo todo, tanto que al resto de los expositores no les quedó más remedio que repetirlo o comentarlo, sin atreverse nadie a criticarlo por su contundencia.
Hilda dijo que esa idea que se pretende instalar de que el modelo estratégico vitivinícola está en crisis es una falsedad. Que lo que está en crisis es el modelo económico nacional, de un modo tan grave que en el mismo las economías regionales (no sólo la vitivinicultura) ya no tienen cabida.
Que nuestra industria madre hasta 2010 colocaba a buen precio la totalidad de su producido, por lo que en realidad todo pasa por la palabra maldita (inflación) y el valor del dólar. Adelantándose a lo que luego sería el único argumento del ministro de Agricultura (y del gobierno K en casi todas las cosas) de que la culpa es del mundo que está en crisis, Hilda fue rotunda: “Nuestros competidores internacionales siguen creciendo en un mercado creciente”.
O sea, la culpa no es del mundo. No pidió devaluación, sino tratamiento diferencial para las economías regionales, lo que llevaría a otro tema del que este gobierno no quiere hablar: las retenciones. Y para que no quedara duda de que estaba hablando con todas las letras, sintetizó: “Señalamos con énfasis el viraje en estos últimos años hacia políticas equivocadas para las economías regionales, y reclamamos con energía su cambio”. Clarísimo, la culpa principal es de políticas nacionales equivocadas. Nunca en los años K alguien del sector se había atrevido a tanto. Y ya que estaba, también osó criticar la frívola propensión de Cristina Fernández por defender el auge de gaseosas. De inicio a fin un discurso político hasta la médula que vale la pena leer.
La respuesta del ministro nacional y luego la del gobernador fueron, en cambio, eminentemente técnicas, porque de política prefirieron (o no pudieron) hablar. Carlos Casamiquela, el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, sólo reiteró el verso de las culpas ajenas e incluso mencionó que hay una parte del sector vitivinícola que se está haciendo rico mientras los demás empobrecen, sin animarse a decir de quién hablaba. Además estuvo muy mal cuando, como buen machista, atribuyó las críticas de Hilda a su exceso de sentimentalismo. Como no pudo discutirla políticamente, la discutió como algunos creen son las mujeres, que sienten más que piensan.
Por su parte, el Gobernador puso su mejor buena voluntad -aunque no se lo veía muy animado en ese papel de emparchador- mostrando todo lo que el gobierno local hace con lo poco que tiene, pero sin animarse a criticar la política nacional aunque él sepa que allí está el meollo de la cuestión.
En el almuerzo de las fuerzas vivas, el presidente de Bodegas de Argentina, Juan José Canay, ofreció una versión moderada y más consensualista de los dichos de Hilda mientras que el ministro local de Agroindustria, Marcelo Costa (el gobernador pegó el faltazo por segunda vez) vino más a contestarle a Hilda que a otra cosa, la protagonista central de la Vendimia económica de ayer. La única que habló de política en serio, frente a los políticos, que callaron frente a todo lo importante que ella dijo. Una verdadera paradoja.
La isla peronista: para saber cómo es la soledad. El año pasado la mesa de la Coviar no cabía en el palco de tantos gobernadores y ministros nacionales que vinieron. Ayer parecía una mesita de living porque no vino nadie. Sólo el ministro del área para hablarle al área y del área y nada más. La procuradora general de la Nación, la guillotinadora oficial de fiscales Alejandra Gils Carbó, que había prometido venir, debió deshacer sus maletas por instrucciones de su presidenta en jefe de dejar solos a los mendocinos, en particular a su gobierno. Sólo vino el candidato semioficialista Daniel Scioli, a llorar las penas compartidas porque anteayer tanto a él como a los peronistas mendocinos le echaron del gobierno nacional a su principal operador: a Juan Carlos "Chueco" Mazzón, el que no sólo quería que Scioli fuera el único candidato oficial sino que lo quería juntar con Massa.
El que se atrevió a poner de candidato oficialista en Mendoza a uno de los suyos y a ubicar enfrente a todos los escasos K que pululan por estos pagos, para demostrar quién es el que manda en Mendoza. Pero esta vez la Cristi no se lo perdonó, ni a él ni a los peronchos menducos, rebeldes a su pesar, a juzgar por la cara nada feliz que tenían ayer. Así, en la isla peronista sólo deambulaban los náufragos abandonados y sólo había felicidad en la cara de muy pocos, los esperanzados en cosechar del naufragio, como el kirchnerista Guillermo Carmona, que convocaba a todos los peronistas a dejar de lado a Mazzón y volver al redil cristinista (sin aclarar cuál sería la letra chica de la rendición). O el Matías Roby, que hacía su show presentándose como el transgresor que viene a romper todo después de que lo traicionara su mejor amigo (aunque su mejor amigo piense que el que lo traicionó fue él).
La isla mendocina de la utopía radical. Los radicales, en cambio, montaron un show tinellista porque todos parecían bailar por un sueño: Que el país que viene se parezca a la Mendoza que está empezando a ser. Esa Mendoza donde todas las aguas y todos los aceites pueden mezclarse perfectamente como si de un acto de magia se tratara. Se mostraron no sólo como los dueños de la Mendoza que viene, sino los portadores del modelo nacional futuro. Acá, en la utopía cuyana, todos van juntos, gansos y pericotes, massistas, macristas, binellistas, carriotistas, libresuristas y tutti quanti. En Mendoza no quedó nadie de la oposición afuera, tanto que hasta uno que otro del oficialismo también amagó con pasarse.
Julio Cobos se sentía resignadamente feliz, diciendo que están todos juntos porque en Mendoza hay un liderazgo: el de Alfredo Cornejo junto con Laura Montero, insinuando que a nivel nacional eso es lo que falta (palito para Ernesto Sanz). Cobos quería decir que no está mal aliarse con algunos (léase Macri) pero sin perder la dignidad. Con picardía, insinuaba que hay que hacer como en Mendoza, donde todos, hasta Macri, vienen al pie de Cornejo y no como en la Nación, donde todos los radicales van al pie de Macri.
No parecían escucharlo mucho los demás radicales que junto a gansos y muchos otros desembarcaron en el almuerzo de las fuerzas vivas pegadísimos a Macri como si ya fuera el elegido. Con Massa apenas apretaditas de mano, con Macri besos de pura pasión.