Hay personas a las que el fútbol “las puede”. De hecho, y con una mano en el corazón, creo que corresponde empezar de nuevo esta nota de una forma inclusiva y autorreferencial: habemos personas a las que el fútbol “nos puede”. Y ni hablar cuando se trata del mundial.
Cuando juega la celeste y blanca todo se paraliza (o pareciese paralizarse) todo y nada que no esté ocurriendo en la cancha importa. Eso es lo que, normalmente, se llama pasión y que -tal como rezan decenas de cantos de cancha- no se explica, sino que se siente. O se lleva adentro.
Sin embargo, y aunque el límite entre la pasión y el fanatismo desmedido suele ser visto como una delgada línea, no es muy fácil cruzarla. O, mejor dicho, son factores psicopatológicos los que incidan en que se de ese paso crucial. Al menos así lo consideran algunos psicólogos consultados por Los Andes.
“Cuando se cruza el borde y la gente entra en la agresión y la violencia, inciden aspectos psicopatológicos. Los episodios de ira y los desbordes conductuales se da en gente que probablemente necesitaba un motivo para canalizarlos (en este caso, el fútbol), pero la causa de fondo siempre es otra cosa”, indicó el psicólogo Mario Lamagrande.
Del mismo modo, Lamagrande diferenció entre la gente que ama el fútbol y los disfruta haciendo una transferencia positiva del sentimiento (“digamos que son los apasionados”) y quienes canalizan los aspectos negativos y violentos (“los fanáticos desmedidos”).
“Yendo a la cancha o viendo un partido en cualquier lugar, todos sabemos diferenciar a la gente que ama el fútbol, lo disfruta y hace una transferencia positiva de la pasión. Va a pasarla bien con la familia y a disfrutar. Y también están los que no van a pasarla bien sino que quieren descargar su furia y su impotencia.
El que empatiza con la situación, está tranquilo y quiere divertirse, está jugando junto a su equipo y vendría a ser el jugador número 12. Pero el desbordado va a romper el juego y a armar su propio espectáculo. Se corre del juego, lo rompe y es el jugador 13, justamente el de la mala suerte”, agregó recurriendo a una metáfora para marcar las diferencias.
Del mismo modo, Lamagrande destacó que el saber identificar a esas personas con trastornos (que a la larga no se transforman por el fútbol, sino que la problemática de fondo es más profunda aún) es muy bueno para prevenir
“Quienes rompen el juego son personas con patrones antisociales, narcisistas y que tienen violencia y descontrol en su personalidad. Esa gente lleva justamente su violencia al juego y no se divierte ni disfruta la situación. Quiere ser quien da la nota, se siente el rey y tiene comportamientos psicópatas. Cuando ya no te importa el juego y sólo vas pensando en cómo te vas a pelear con el otro, te transformás en el 13”, se explayó Lamagrande.
Por su parte, Santiago Gómez -director del programa Decidir Vivir Mejor y del Centro de Psicología Cognitiva- indicó que “es tan grande la pasión por el fútbol que todas las emociones (angustia, alegría, enojo) están a flor de piel. Incluso, en aquellas personas que no les entusiasma mucho el fútbol, pero cuando juega Argentina, dejan fluir lo que sienten gritando los goles y entristeciéndose cuando pierde”.
Al igual que Lamagrande, Gómez insistió en el principio de que no es el fútbol exclusivamente lo que altera a estas personalidades. Y ambos especialistas tomaron como referente al Tano Passman, aquel fanático hincha de River que cuando el equipo millonario descendió “explotó” frente a la televisión y estaba siendo tomado por una cámara oculta.
“Generalmente no es ni el mundial ni el fútbol lo que lleva a la persona a cometer ciertos actos. Tiene que ver con la personalidad de cada uno. Las personas autocontroladas, por ejemplo, no van a tener esas reacciones que puede ir desde insultar hasta romper algo. En cambio, hay otras personas que manifiesta la pasión y las emociones de euforia, tristeza e ira, de manera desmedida y exacerbada. Gritan, insultan y golpean frente a la frustración, cuando el equipo no gana, no juega bien o frente a los errores del árbitro.
Todas estas situaciones son el móvil para que el sujeto de rienda suelta a sentimientos profundos de malestar que están reprimidos -como pueden problemas de pareja, laborales u otros- y los manifieste mientras mira el partido de fútbol. Pero no es el fútbol, sino la personalidad de la persona”, se explayó Gómez, quien resaltó que algunas características de personalidad de estos sujetos están vinculados a la presencia de pensamientos absolutistas, de creencias irracionales, de emociones exacerbadas, de baja tolerancia a la frustración y de falta de control de impulsos.
“Incluso hay gente que en estos contextos (viendo partidos de fútbol), cuando están con otras personas, pueden llegar a descubrir que tienen estos rasgos en su personalidad. A lo mejor no ven nada de malo en insultar o golpear algo y de hecho hasta lo ve como algo positivo pensando que así exteriorizan cosas y se sienten mejor. Ahí quedan expuestas esas conductas”, agregó Gómez en diálogo con Los Andes.
El especialista explicó que el temor a que el equipo pierda, genera en estas personas pensamientos y emociones negativos y provoca un estado de tensión y alerta que activa el Sistema Autónomo Simpático. “Surgen síntomas como taquicardias, palpitaciones y sudoración, desencadenando un cuadro de estrés y ansiedad”, continuó.
¿Tiene solución?
Para el especialista en terapia cognitiva (una rama que justamente trabaja en los pensamientos y las creencias con las que interpretamos los acontecimientos del exterior), la solución está muy vinculada a la personalidad.
“La gente que piensa en blanco o en negro son personas con baja tolerancia a la derrota. A todos nos gustaría que tal o cual cosa salga como queremos, pero si no sale así, la idea es no tirar todo por la borda. Tiene que ver con el pensamiento flexible y con los ‘lentes’ con que interpretamos los hechos de la realidad. Para vivir el Mundial con alegría tenemos que tratar de ser más flexibles, teniendo pensamientos como ‘me gustaría o desearía que la selección gane, pero si eso no sucede no se termina el mundo’.
Si bien tenemos que ser optimistas, no hay que dejar de lado la posibilidad de que también se puede perder. Esto no es ser negativo sino realista, ya que nos ayuda a tener una actitud más saludable para tolerar la frustración sin deprimirse”, sentenció.