Los discípulos de un profeta falso

Las mentiras que llevaron a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos están haciendo caer su credibilidad como un castillo de naipes, incluso entre sus electores.

La estafa que cometió Donald Trump contra sus electores se está saliendo de las manos lentamente. No es honesto. No es un brillante negociador. Ni siquiera es competente.

Toda su vida, Trump ha vendido oropel y lo ha llamado oro. Todo era y es una ilusión, una marca construida vendiendo banalidad con fanfarronería. A los vapores les dio forma de sueños y se los entregó a los hambrientos por probar la forma hueca y ostentosa que llegó a representar. Fue exitoso en explotar a quienes tenían apetito ostentoso por un aire de éxito. La historia de vida de Trump es un plan piramidal de ambiciones.

Llevó esa historia ante un pueblo que pasaba por una sequía de oportunidades y explotó su debilidad: un reducido sentido de seguridad económica y tendencias nativistas en aumento.

Sin embargo, Trump no habla tanto a partir de los hechos como de los sentimientos. Para él, la verdad es maleable y una mentira es valiosa. Él crea su propia realidad, en lugar de vivir en la realidad de otros. El engaño es tan solo una herramienta; la traición es solo un inconveniente.

Ahora, hasta algunas de las personas que alguna vez lo apoyaron con vigor, se están viendo obligadas a quitarse las vendas de los ojos.

Ahora son los discípulos traicionados de un profeta falso. Más aún, existe cada vez mayor evidencia de las conexiones y los contactos del equipo de Trump con Rusia, un país que, según pruebas evidentes, interfirió en nuestras elecciones en un esfuerzo por ayudarlo y dañar a su oponente.

El desastre en evolución del Trumpcare, el plan de revocación y remplazo, está cada vez más en peligro, porque hasta los republicanos salen corriendo por miedo al daño que haría y el precio electoral que tendrían que pagar.

Las injuriosas acusaciones de Trump en contra del ex presidente Barack Obama -de que ordenó que se intervinieran sus teléfonos en la Torre Trump- se están recibiendo con cada vez más reticencia porque no tienen ninguna base, ni ningún hecho demostrable, al menos hasta este momento.

Algo que encuentro fascinante es retroceder y volver a leer las transcripciones del anuncio de su postulación para contender por la presidencia que hizo Trump a la luz de lo que sabemos ahora. Gran parte son mentiras o críticas hacia otros por cosas de las que luego se demostraría que él era culpable. Es el documento más condenatorio de este hombre, al menos de los que están disponibles públicamente en este momento.

Dos de los pilares centrales de ese discurso y, de hecho, de toda su candidatura, fueron el muro fronterizo y la revocación de la Ley de atención asequible.

Trump dijo en ese discurso:

“Construiría un muro enorme, y nadie levanta muros mejor que yo, créanme, y lo construiré en una forma nada cara. Voy a construir un muro muy, pero muy grande en nuestra frontera sur. Y haré que México pague por el muro”.

Primero, el precio del muro se ha inflado en miles de millones de dólares. Como notó Bess Levin en “Vanity Fair”:

“Según un reporte interno del Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, va a costar alrededor de 21.600 millones de dólares.

Esa cantidad es significativamente más alta que la estimación de 12.000 millones de dólares que hizo el equipo de Trump, o la de la dirigencia republicana de 15.000 millones de dólares, porque toma en consideración las pequeñas cosas molestas que no consideró la Casa Blanca en sus cálculos a ojo de buen cubero, como el hecho de que muchas áreas donde iría el muro son propiedad privada, y se necesitan comprar y pagar por ellas”.

Luego, cuando, categóricamente, México se negó a pagar el muro, lo que los observadores objetivos sabían que pasaría, Trump cambió la tonada y dijo, en cambio, que México les reembolsaría a los contribuyentes estadounidenses el costo del muro después de que éstos lo pagaran.

Ahora, prácticamente ya desapareció esta idea de los pagos mexicanos. Cuando habló ante una sesión conjunta en el Congreso hace unas semanas, Trump ni siquiera mencionó la demanda de que México pague el muro.

En su discurso para anunciar su postulación, también dijo: “Tenemos que revocar el Obamacare y se puede remplazar con algo mucho mejor para todos. Que sea para todos. Pero mucho mejor y mucho menos caro para las personas y para el gobierno. Y lo podemos hacer”.

Como queda claro en la evaluación del plan de remplazo que hizo esta semana la Oficina de Presupuesto del Congreso, les costaría el seguro médico a decenas de millones de estadounidenses. Sería beneficioso para los estadounidenses más acaudalados y la ruina para quienes no lo son. Específicamente, se dispararían los costos para muchos ancianos.

La mayor de todas las ironías es, como señaló Nate Cohn de The Upshot de The New York Times: “Las personas que perderán más en créditos fiscales, según el plan sanitario republicano de la Cámara de Representantes, son las que tendieron a apoyar a Donald J. Trump en lugar de a Hillary Clinton en las elecciones de 2016”.

Algunos de estos electores de Trump, a quienes, literalmente, se mantiene vivos porque obtuvieron la atención gracias a la Ley de atención asequible, votaron por un hombre y un partido que prometieron quitárselos. En efecto, con una encuesta que levantó Fox News, dada a conocer el miércoles, se encontró que solo 35 por ciento del electorado estadounidense aprobó el manejo que ha hecho Trump de la atención de la salud.

Las muchas mentiras que Trump ha dicho desde ese discurso hasta hoy solo han agravado sus defectos y traiciones. Sin embargo, ahora, el proyecto de ley se está venciendo. Pronto se deberá pagar un precio por estos engaños.

Las mentiras de Trump, su marca y su presidencia son como un castillo de naipes y la verdad, los fósforos. Se está haciendo cada vez más factible la inminencia de las llamas incontenibles -destinadas a reducir a cenizas al edificio completo-, mientras Trump, lentamente, convierte a sus ex acólitos en adversarios decepcionados.

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