o hay manera de no alucinar con la obra de Víctor Delhez. Allí, en el Espacio de Arte Trivento, dos series siguen hipnotizando a cada ojo que se acerca: el dramatismo de la línea, la complejidad de perspectivas, el manejo de la luz, de los grises. Es aún más conmovedor, pues, ver a los bisnietos de Víctor acercarse a “Apocalipsis” y “Arquitectura y nostalgia” y sonreír ante el resplandor de un maestro que sienten tan cercano.
“Entrar a su taller es una experiencia única”, dice Maite, una de las pequeñas Delhez que también expone en esta muestra. “Fuimos todos y nos explicaron cómo hacer un grabado. Cada uno eligió el tema. Fue divertido. Pero cuando miro la obra de Víctor me pregunto cómo hacía”, reflexiona la bisnieta.
En este espacio de arte cuelgan todas las generaciones de Delhez: desde Lua (de cuatro años) hasta Mario (de 72). Y es precisamente él quien toma el micrófono para contar qué los une: “Mi padre nos enseñaba a grabar la vida”.
Libros hechos en Argentina, Bolivia, Bruselas y las fotografías de los premios internacionales que recibió en España y Bélgica, considerado como uno de los tres mejores grabadores del mundo, son parte de la irresistible invitación a esta muestra.
Es posible que una de las cartas de Víctor aclare el ámbito donde fueron realizados sus mil quinientos grabados y otros tantos dibujos. Él, uno de los más prestigiosos exponentes del arte xilográfico mundial, escribe en ella que su mundo está en ese rincón de Chacras de Coria, donde cantan los grillos y los sapos y, de noche, sólo hay diálogo con el silencio. Allí forjó una numerosa familia que, de este lado del mapa, perpetúa el apellido junto a la vocación.
“Trasladar el nombre de Delhez al arte es un conjuro contra la muerte”, dice Mario.
Lo interesante, claro, es que todos son expresivamente distintos. Porque este homenaje comprende a sus cuatro hijos (Cristian, Mario, Claudia y Alicia), una de sus nueras (la artista Milly Gómez), sus nietos y bisnietos. Todos reconocidos dibujantes, arquitectos, pintores, grabadores y escultores que expondrán una selección de obras propias para demostrar, una vez más, la profunda admiración y el legado artístico imperecedero.
¿Cómo se lo recuerda y se lo revive a diario? Muchas son las historias, como para ser albergadas en esta página; sin embargo, a Mario no le es difícil traerlo de inmediato a nuestra charla: “Él era un ser muy humilde; aceptaba críticas hasta de un niño. Escuchaba todo y corregía, aunque la crítica viniera de un neófito, de alguien que no supiera de arte. Tenía esa humildad de los grandes...”.
En efecto, Víctor Delhez tenía la misma humildad de los sabios, esa que le permitía valorar los hechos y las personas de una manera inigualable, aprendiendo constantemente de la crítica y la observación: “Él se acercaba y escuchaba hasta aquél más incipiente en la captación del arte, pero que tenía una opinión. Esa enseñanza, que es la humildad, él nos la dejó a nosotros, que hemos heredado evidentemente todo eso que vivimos desde niños. Era un tipo curioso, respetuoso de la naturaleza, de la naturaleza del hombre... En fin era un tipo tan movedizo, tan inmenso”.
Muchos de sus descendientes han continuado por la línea de la xilografía. Otros, como Iván, también se han aventurado en la escultura o, como Paula, han añadido la música. Mario trabaja con fibrón sobre percal, “el material de las sábanas del tango”. Su esposa Milly experimenta con acrílico. Claudia, en cambio, prefiere el collage.
Los dos hermanos mayores -Cris y Mario- se destacan también por una vida de trabajo. Y si bien sus estéticas son diferentes, ambos han sabido nutrirse de esa “línea intensa” con la que su padre buscaba expresar el universo.
Entre las anécdotas de los domingos familiares, brotan los temas de muchas de las obras que se pueden apreciar hasta el 15 de septiembre. Un modo de reconstruir, también, ese afán por inspirar a nuevas generaciones.