Hacia el 12 de enero faltaban pocos días para que el ejército iniciara su marcha, mientras soldados y oficiales continuaban con sus entrenamientos, cientos de paisanos se encargaban de los últimos preparativos. El cruce de la cordillera desvelaba a San Martín.
La expedición no sólo requería movilizar de manera coordinada los más de 3.000 soldados equipados, sino también el armamento, la artillería, los animales y los víveres para sostenerlos, lo que multiplicaba las dificultades del cruce.
San Martín había decidido atacar a los realistas en el centro de Chile para tomar Santiago, por lo que el ejército debía utilizar los caminos de Uspallata y Los Patos para desembocar en el valle central.
La coordinación de las tropas que marcharían por esas rutas era fundamental para que pudieran reunirse en el valle de Aconcagua. Para asegurarla, San Martín entregó a sus jefes minuciosas instrucciones sobre sus objetivos y la marcha de sus divisiones.
Añadió un itinerario que establecía el número de días en que debían realizar el cruce, la cantidad de leguas que debían recorrerse cada día, el detalle de la existencia de agua, pasto y leña de cada tramo, los lugares de descanso y, algunas notas sobre las características del terreno que transitarían.
La cantidad de información recabada y la precisión de la información exhiben los esfuerzos y la rigurosidad con la que se organizó la primera etapa de la expedición que buscaba reconquistar Chile.
Reconocer el terreno dominado por los realistas
Aunque los caminos que utilizaría el ejército eran conocidos y habían sido transitados desde tiempos inmemoriales, como lo manifiestan muchos de sus topónimos, las constantes variaciones en el terreno provocadas por las lluvias, nevadas o derrumbes requerían contar con información fresca que permitiera organizar su traslado sin sobresaltos ni sorpresas.
Los baqueanos y arrieros que los trajinaban con regularidad ofrecieron invalorables aportes, pero San Martín necesitaba conocer las particularidades de los caminos en la banda de la cordillera que dominaban los realistas.
Contaba con la información que le transmitían los espías en Chile, pero le faltaban datos exactos sobre la ubicación de las guardias y los posibles obstáculos.
Para obtenerlos, ideó una estrategia que no carecía de peligros: enviar a Marcó del Pont el Acta de la Independencia que las Provincias Unidas del Río de la Plata habían declarado el 9 de julio de aquel año. La vida del mensajero corría peligro porque era seguro que el Presidente de la Capitanía General de Chile advertiría que se trataba de un espía cuya misión encubría otros objetivos.
Sin embargo, San Martín confió en que el oficial realista respetaría la inmunidad que las leyes de la guerra concedían a los parlamentarios.
La misión fue encomendada al sargento mayor José Antonio Álvarez Condarco, un oficial que gozaba de la confianza de San Martín, a quien había elegido como padrino de su hija Mercedes ese año. También se destacaba por su memoria visual, su capacidad de dibujar mapas y sus conocimientos de física, química e ingeniería.
San Martín lo hizo marchar a Santiago por el camino de Los Patos, ya que suponía que Marcó del Pont lo haría retornar por el de Uspallata, lo que efectivamente sucedió.
Álvarez Condarco relató el episodio innumerables veces y, según los recuerdos del general Gerónimo Espejo, San Martín cuidó los mínimos detalles del engaño e hizo fabricar a fray Luis Beltrán un porta-pliegos de charol negro para transportar los documentos.
El parlamentario fue escoltado por dos granaderos a caballo y un soldado corneta que debía advertir a las guardias enemigas el ingreso en su territorio.
La comitiva partió a principios de diciembre cuando todavía había nieve en el camino. Consiguió pasar la noche en la primera guardia realista para no marchar en la oscuridad y, a la mañana siguiente, partió custodiada por un piquete. Álvarez Condarco arribó a Santiago el 11 de diciembre con los ojos vendados y fue conducido ante Marcó.
La reunión se inició de acuerdo con las reglas de la etiqueta, pero el general realista perdió la compostura al conocer el objetivo del emisario. Tal fue su indignación que convocó a un Consejo de Guerra para fusilarlo, decisión que no fue apoyada por la mayoría de sus miembros, que dispusieron su inmediata expulsión.
De esta forma, poco antes de que se iniciara la expedición, el general obtuvo datos precisos sobre el estado de los caminos y la ubicación de los enemigos. Álvarez Condarco dibujó un mapa representando sus observaciones.
En su biografía de San Martín, Bartolomé Mitre recuerda que el oficial, ya anciano, le contó que mientras representaba los caminos a la vista de San Martín, éste le dijo en un tono entre amistoso y amenazador:
“Mucho pulso en el dibujo” y, luego de un instante, agregó con ácido humor: “Si mi mano derecha supiese lo que hace mi mano izquierda, me la cortaba”.
De Mendoza a la villa de Santa Rosa por el camino de Uspallata
El camino de Uspallata era el más corto y el más transitado ya que unía Mendoza con Santiago y Valparaíso. Casi todo el año, los correos lo atravesaban refugiándose en las casuchas construidas en la segunda mitad del siglo XVIII para proteger a los viajeros.
Cuando se derretían las nieves, era dominado por comerciantes, arrieros y baqueanos que conducían, a través de su escarpada topografía, yerba, cebo o ganado en pie hacia el Pacífico, y efectos de Castilla hacia las provincias rioplatenses.
El itinerario entregado a Las Heras establecía un recorrido de 63 leguas en 10 jornadas entre las ciudades de Mendoza y Santa Rosa, actual Los Andes. La división partía de El Plumerillo, ubicada a unos 750 msnm, y debía recorrer 6 leguas hasta un punto denominado El Jagüel.
Las dos jornadas siguientes, debía marchar 16 leguas deteniéndose en Villavicencio y en las Minas de Paramillo, a casi 3.000 msnm. Después de Villavicencio el camino se transformaba en una quebrada estrecha, pero hasta las minas la pendiente era baja y regular.
El cuarto y el quinto día del itinerario, la división debía avanzar 12 leguas, deteniéndose primero en Uspallata y luego en Picheuta. El sendero no presentaba problemas hasta tres leguas antes de Picheuta, donde comenzaban a atravesar la cordillera y se internaban en el cajón del río Mendoza, cuyo piso de piedras entorpecía la marcha.
En las 7 leguas que separaban Picheuta del río de las Vacas, punto que se debía alcanzar en la sexta jornada, se transitaba una quebrada estrecha con mucha piedra. El camino mejoraba en la jornada siguiente, en el que la división debía alcanzar el Paramillo de las Cuevas después de una marcha de 5 leguas por una quebrada más abierta con buen piso.
En la octava jornada, la división avanzaría otras 5 leguas cruzando la cordillera por el paso de la Cumbre a unos 3.800 msnm y descendiendo hasta Los Ojos de Agua hasta los 2.100 msnm.
En el ascenso, el piso era regular, pero después mejoraba y las bajadas eran buenas. En la novena jornada, la división debía marchar 6 leguas hasta La Punta de los Quillayes, en el río Aconcagua, a través de un sendero pedregoso, para llegar a la villa de Santa Rosa en la décima jornada luego de recorrer otras 6 leguas.
Las notas anexadas al itinerario le facilitaban al jefe de la división un uso adecuado de los recursos. Hasta Uspallata se recorrían algunas travesías secas, pero, en general, en los sitios de descanso el agua era suficiente o abundante. El pasto para alimentar a los animales y la leña para cocinar y calentarse eran escasas a lo largo de todo el camino.
La división comandada por Las Heras debía recorrer un promedio de más de 6 leguas diarias. Una legua castellana equivale a poco más de 4 km, por lo que es posible calcular que las tropas marcharon, en promedio, más de 25 km diarios, alternando caminatas con recorridos en mula.
De Mendoza a San Felipe por el camino de los Patos
El camino de Los Patos unía la ciudad de San Juan con las villas del Norte de Chile, que conducían al puerto de Coquimbo. Desde Mendoza resultaba más largo y complejo, ya que por esta ruta se debían atravesar varias cadenas montañosas de la cordillera principal y la frontal.
De acuerdo con los cálculos de Álvarez Condarco, el trayecto entre El Plumerillo y la villa de San Felipe, ascendía a 105 leguas, que el itinerario proponía recorrer en 17 jornadas con marchas de unos 25 km diarios en promedio.
En la primera jornada, después de 7 leguas sobre un terreno con monte, se alcanzaría El Jagüel. En la segunda el camino se dirigía hacia el NE y luego de 7 leguas se descansaría en un caserío conocido como La Higuerilla a unos 1.200 msnm.
La tercera y la cuarta implicaban marchas de 8 y 10 leguas cada una, con descansos en el caserío de Las Cuevas y la estancia de la Ciénaga de Yalguaraz, último punto habitado del camino ubicado a 2.300 msnm.
El trayecto atravesaba la planicie separada por la sierra de Paramillo y la cordillera del Tigre, de piso áspero y con poca agua.
Los dos días siguientes se marcharían 5 y 6 leguas por un terreno regular, deteniéndose en la falda del cerro del Tigre y en el Arroyo de Uretilla a unos 3.000 msnm. En aquel punto del camino comenzaba a disminuir la leña y el pasto aunque el agua era abundante.
El séptimo, el octavo y el noveno día de marcha eran intensos e implicaban marchas de 8, 6 y 7 leguas, con descansos en el río de San Juan, Los Manantiales y Los Patillos. El camino era áspero, en muchos tramos se superponía con el cajón del río, ascendía y descendía las pronunciadas cuestas, atravesaba el río San Juan y continuaba ascendiendo encajonado.
En algunas partes, superaba los 4.000 msnm, como en el paso del Espinacito. Para resolver el problema del abastecimiento en Los Manantiales, a más de 3.000 msnm, se había establecido un depósito con ganado en pie, forraje para los animales y comida para la tropa.
Las dificultades del terreno continuaban en las dos jornadas siguientes, que imponían marchas de 5 leguas cada una a través de cajones pedregosos, para detenerse en una ribera del río Los Patos y en El Mercedario, en plena cordillera.
En las 6 leguas de marcha de la jornada número doce, el camino ascendía un elevado cordón de la cordillera principal que se atravesaba por el paso de las Llaretas, a más de 3.000 msnm, y continuaba hasta Los Piuquenes donde se descansaba. Al día siguiente, continuaba la marcha por un cajón bueno y se descansaba al Pie del Portillo después de recorrer otras 6 leguas a gran altitud.
En la jornada número 14, se atravesaba otro alto cordón montañoso por el Paso del Cuzco, después del cual se iniciaba el descenso hacia el territorio dominado por los enemigos.
Las tres últimas jornadas eran menos esforzadas, el camino atravesaba cajones estrechos, pero el agua era abundante, la vegetación proporcionaba bastante leña aunque el pasto para los animales era escaso. Suponían marchas de 4, 5 y 6 leguas con paradas en Los Maitenes y la Guardia de Achupallas, hasta alcanzar la villa de San Antonio de Putaendo.
El 8 de febrero, desde la Villa de San Felipe, San Martín sintetizó el esfuerzo del recorrido al Director Supremo: “El tránsito solo de la sierra ha sido un triunfo. Dígnese Vuestra Excelencia figurarse la mole de un ejército, moviéndose con los embarazosos bagajes de subsistencia para casi un mes, armamento, municiones y demás adherentes por un camino de cien leguas, cruzado de eminencias escarpadas, desfiladeros, travesías, profundas angosturas, cortado por cuatro cordilleras; en fin lo fragoso del piso se disputa con la rigidez del temperamento. Tal es el camino de los Patos, que hemos traído”.
Silueta biográfica
José Antonio Álvarez Condarco
Origen. Nació en San Miguel de Tucumán en 1780. Adhirió a la revolución desde sus inicios y fue miembro de la Logia Lautaro.
Funciones militares. Hacia 1812 se desempeñaba como Capitán de Artillería y estuvo a cargo de la fábrica de pólvora de Córdoba. Al año siguiente, se incorporó al cuerpo de Auxiliares de los Andes destinado a Chile donde se encargó del arsenal.
Después de la derrota de Rancagua se incorporó a las fuerzas que permanecieron en Mendoza y se hizo cargo de la fábrica de pólvora de la Maestranza durante la preparación del ejército.
Fue ascendido a Sargento Mayor y se desempeñó como Ayudante de Campo de San Martín. Tuvo una destacada actuación en Chacabuco y participó en Cancha Rayada y Maipú.
Misión a Inglaterra. En 1818, fue enviado por el gobierno chileno a Inglaterra para conseguir los buques que conformaron la escuadra naval de la expedición al Perú, allí contrató los servicios de Lord Cochrane.
Tareas en Bolivia. Retornó de Europa en 1825 y se dedicó a la explotación minera en Bolivia, donde en la década del '30 participó en el gobierno del general Santa Cruz.
Fin. Se radicó en Santiago de Chile donde murió en 1855.