Lobo suelto, Cordera desatado

Por Leo Rearte - Editor de suplemento Cultura y sección Estilo

Las palabras de Gustavo Cordera trazaron un antes y un después. Quiero decir, dibujaron una línea divisoria: entre aquellos que se han enterado de que las sociedades cambian y quienes no. 

La cito con más vergüenza ajena que indignación (lo que no significa que sea poca). El cantante de “La bomba loca” lanzó con su gola atolondrada: “Hay mujeres que necesitan, porque son histéricas, ser violadas, porque psicológicamente lo necesitan y porque tienen culpa y no quieren tener sexo libremente".

Hubo otra frase que resonó igualmente estruendosa en TEA, la escuela de periodismo donde se realizó esta especie de simulacro de conferencia de prensa entre el artista y los aspirantes a cronistas: "Es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiere coger con vos, vos no te las puedas coger".

Pero hubo más. Como todo esta verba excitada fue a parar a la red social de un alumno que filtró la noticia (estudiante que se merecería que le entreguen el título ya, y si se pudiese un doctorado honoris causa, también), al otro día Cordera se despachó de lo lindo contra el mensajero: “Él fue el violador, porque violó una norma interna de no divulgar lo que se dijo en esa conferencia”. El músico tal vez quiso practicar aquello de que la mejor defensa es el ataque. Pero no es una buena estrategia, definitivamente, si de lo que te estás defendiendo es de atacar. De atacar a las abusadas, a las mujeres en general. Y a nuestra inteligencia.

Pero seamos sinceros. Estas frases hace pocos años, muchos menos de los que querríamos, no hubieran generado ni por asomo este revuelo. Ideas más machistas han surgido del seno del rock nacional (y del reggaetón, del rap, y del hip hop), que a veces se olvida de su ADN contracultural y rebelde, y se muestra más vetusto que un discurso de Donald Trump. Estoy tentado a escribir que la música joven está muriendo de vieja pero no sería justo. Esta línea de pensamiento atraviesa todas las aristas de la sociedad. Incluso a aquellas que deberían ser los agentes del progreso social. De la nueva mentalidad.

No con esta brutalidad, pero Cordera ha sabido tener comentarios de esta especie en el marco de sus recitales. No concretamente sobre la violación, pero sí sobre la idea de la mujer como “cosa” provocadora, tenga la edad que tenga... Y en vez de indignación supo recibir ovaciones desde la platea.

Quizá en el marco del show era más entendible el argumento de la “teatralización”, del “psicodrama”, que trajo a modo de guardia alta cuando la ola se le vino encima. Sí, Bersuit hacía subir a las chicas para que se sacaran el corpiño en “Hociquito de ratón” y a todos nos parecía divertido. Como antes de Cromañón, para la inmensa mayoría, las bengalas eran sinónimo de la “fiesta del rock”.

Este papel menor que le hacen jugar, desde lo discursivo y desde ciertas acciones opresivas, a la mujer, no fue ni es propio sólo del ambiente del rock (que siempre tuvo a la figura de la “groupie” como ejemplo de lo dicho)… Hace poco, por ejemplo, gracias a una camarita de un celular, se pudo apreciar una extraña práctica de la Mona Jiménez con las chicas que subían a las tablas; ellas eran “invitadas” a que tocaran ciertas partes del cuerpo del cuartetero mientras entonaba. Tuvo también que salir, colorado, a dar explicaciones.

Esto de la falta del respeto, del menoscabo, por supuesto, no se limita a las zonas artísticas. Sucede en el laburo, en el micro, en el fútbol, en la reunión de gerentes. Pero se espera, o al menos yo lo espero, que sean justamente los artistas los primeros en, si no impulsar, al menos leer los cambios, las revoluciones, las evoluciones (sí, seamos optimistas) de las sociedades.

En ese sentido, Luis Alberto Spinetta estudiaba a Carl Jung para detectar de qué estaba hecho su entorno. Charly García, antes de no decir más nada, dijo mucho. Fue el primero que habló de los dinosaurios y de las grasas de las capitales. Gustavo Cerati tuvo la lucidez de detectar los problemas del rock nacional, su “futbolización” y advertir la decadencia.

Lo que duele de los artistas no es solamente que falten el respeto. Lo que duele es que atrasen.

He entrevistado a Gustavo Cordera en un par de oportunidades. Me gusta su música y muchas veces he entendido el sentido profundo de sus provocaciones. Está claro que es una aberración lo que dijo, y aquí no hay bufete de abogados que pueda apañarlo.

Se va a tener que bancar, sin victimizarse, la “mala onda” que se le vino encima. No considero que sea un monstruo ni mucho menos.

Solamente es un emergente de algo. Y tampoco es agradable que se haya convertido en el villano favorito de un país que tiene siempre hambre de chivos expiatorios, de carne de memes, de alguien para señalar y expiar culpas. Pero la cagada se la mandó. Pidió perdón y va a tener que seguir pidiéndolo. Porque no pensó en las víctimas de los abusos. En los riesgos que conlleva seguir repitiendo estructuras de pensamiento que ubican a la mujer en el peor de los lugares.

Pero, por sobre todo, va a tener que pedir perdón por su ignorancia de un tema profundo que nos reclama lúcidos y sinceros. Sin caretas, ni personajes, ni sobreactuaciones, ni psicodramas.

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