Lila Downs: “Quiero creer que nuestras canciones han aportado a la paz”

Entrevista exclusiva con una artista mexicana que ha sabido llevar su música sensible y mordaz a todo el mundo. Su historia como inmigrante en los Estados Unidos, cómo sufre hoy su México y la historia de amor que inspiró su último bolero.

Lila Downs: “Quiero creer que nuestras canciones han aportado a la paz”

"Yo también estoy viendo montañas, las de mi Oaxaca, justo al ladito del gran predio arqueológico de Monte Albán, donde se estudia a nuestros antepasados. Respiro en mi casita de piedras”. No es casual que Lila Downs habite allí, de cara a sus ancestros. Ella, oaxaqueña de nacimiento, graduada en antropología en la Universidad de Minnesota, mira el monte y repite su nombre en lengua mixteca.

“¿La historia de la primera canción que compuse?”, suspira yendo con el teléfono hacia el árbol del jardín. “Yo en ese tiempo ayudaba a mi madre en un local de autopartes, un negocio de repuestos. En eso se aparece un señor que hablaba poco español, un paisano. Como pudo me pidió que le tradujera un acta de defunción. Detrás, en la camioneta, llevaba el cadáver de su hijo; lo que llamarían “un mojado”.

Verás: como estamos cerca del límite con Estados Unidos, a los paisanos que intentan cruzar la frontera de forma ilegal les llaman “mojados”, porque se presume  que la persona en cuestión nada o cruza el Río Grande para introducirse a los Estados Unidos”.

Eso la dejó reflexionando unos cuantos días. Pensó en las fronteras de los hombres y en las de la muerte. Y elaboró su propia relación con los difuntos. “Ofrenda”, se llama. Escribió: “En el camino pal norte/un tecolote me habló,/me dijo muchacho de nube/¿Por dónde dejaste tu amor?”.

Pero Ana Lila Downs Sánchez no sólo creció entre las montañas de Sierra Madre. Adolesció en Minnesota, Estado Unidos. Su padre, cineasta y pintor de origen irlandés y americano, conoció a su madre Anita en México, donde había viajado originalmente para realizar un documental sobre la migración anual de los patos ala azul. La madre de Lila, una india mixteca, cantaba y bailaba en una taberna.

A los ocho años, Lila comenzó su carrera como cantante interpretando canciones mariachis. De niña, su madre le tarareaba canciones como “El feo”, de Demetrio López, uno de los compositores que honraría más tarde.

A los catorce años siguió la ruta paterna: realizó sus estudios profesionales de vocalización en Los Ángeles, se tiñó de rubia (“hasta parecer una güera con bronceado”), se mudó a Minnesota para perfeccionar sus dos intereses: el canto y la Antropología.

“Allí se desencadenó la gran crisis del quién soy”. Ya germinaba en ella su visión musical es de naturaleza antropológica. “La gente que sigue nuestra música proviene de todos los sectores de la vida y quiere arañar la superficie para saber el por qué y el cómo”, dice.

Tenía dieciséis años cuando su padre sufrió un infarto. Allen Downs ( fotógrafo, pintor, cineasta y biólogo originario de Minnesota, miembro del Partido Comunista además) no llegó al hospital.

Después de la muerte de Allen, Anita y Lila, que vivían en Los Ángeles, se mudaron a Tlaxiaco con Matilde Sánchez, la abuela. Pero eran mujeres solas, algo mal visto en el pueblo. Un joven derramó chismes sobre ella.

La gente dejó de saludarla. Y eso la despertó: “Supe que hay que buscar la manera legal de encontrar tu derecho como mujer… Fui aprendiendo que yo tenía el poder en mis manos, podía defenderme. Eso me hizo madurar”, confesó a Gatopardo. .

“¿La última canción que compuse?”; vuelve al presente apoyada en el tronco de su árbol de tule. “Pues es un bolero. Está dedicado a mi marido. Se llama ‘Cuando me tocas tú’”. No quiere parecer cursi sino tratar de transmitir el poder , la energía, que fluye cuando hay piel.

“A mi marido lo conocí en un bar, uno de esos antros donde solíamos tocar. Músico. Él tocaba saxo y teclados en un grupo de son; yo cantaba folklore zapoteca. Y, entre mezcales, empezamos a hablar en inglés, fíjate”.

Ella ya había tenido que lidiar con su doble origen (madre mixteca; padre gringo) y su doble descolocación.

“Pero esta vez yo ya me había encontrado”. En los ‘80 había dejado las clases de canto para vivir la experiencia hippie. Vendía pulseras y cantaba. Se unió a los Deadheads, los fans de la banda Grateful Dead, que los seguían en sus giras por Estados Unidos buscando ese algo que  palpitaba por fuera de la vida convencional.

Igual, no encajaba. Al tiempo, retomó sus estudios en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Hizo su tesis sobre los textiles triquis de la región Mixteca y las mujeres que los fabrican, y descubrió en ellas una forma fascinante de diálogo con el mundo.

- ¿De dónde sacas esa voz?

- Yo creo que la he heredado de mi abuela. Ella cimbraba cuando se reía. Y tomaba el pulque, una bebida muy de la bohemia.

- ¿Dónde te duele el México de hoy?

- Nos duele a todos. Y pienso que lo que más duele es que es nuestra propia gente la que nos hace la maldad. Hay un juego con el peligro y con la moralidad. Y, como siempre, siguen las víctimas borradas del mapa.

Hay días que me dan ganas de comprar unas armas, como la Chavela. Pero la música es mi terapia. Quiero creer que nuestras canciones han aportado a la paz. Sé que la música establece una conexión espiritual.

Mercedes Sosa fue una fuerte  influencia en ese sentido. “Yo conocía a Lila Beltrán, a Amparo Ochoa, pero no había escuchado a Mercedes Sosa. Sentía que en la música faltaba algo, pero cuando la conocí, hubo un despertar, porque ella era una artista que estaba cantando cosas en las que creía, y además era un instrumento maravilloso. Antes conocía ese tipo de música, como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, pero no me convencían del todo. En cambio, cuando la oí a ella, era como escuchar la Pachamama”, dice.

Dulces armas
Lila Downs formó parte en la gira junto a Los Cadetes de Yodoyuxi, un grupo de tambora y, también junto a La Trova Serrana cantando temas sobre la comunidad Zapoteca y sus valores culturales. Junto al saxofonista Paul Cohen, realizó presentaciones en Oaxaca y Filadelfia. Sus más recientes presentaciones incluyen giras por México, Sur América, Estados Unidos y Europa.

Actualmente, Lila vive en Coyoacán y colabora con músicos de México, Canadá, Cuba, Perú, Argentina y Paraguay. Interpreta sus propias composiciones y también las del amplio repertorio de música mesoamericana cantando en lengua mixteca, zapoteca, maya y náhuatl.

Su hijo, de 5 años, le sugirió el nombre “Balas y chocolate”, el tour con el que llega ahora por primera vez a Mendoza.

-¿Para quiénes las balas y para quiénes los chocolates?

- Es más bien un concepto agridulce. He visto a mi hijo mirar los informativos y preguntar sobre los armamentos. Los niños están experimentando todo el tiempo. Imitan. Es como un teatro pequeño.

Hablamos de que podemos coexistir con la muerte. Yo le explico. “Balas y Chocolate” es una alusión a los tiempos que vivimos: por una parte, la violencia pero por otra los excesos y el placer representados por el cacao, manjar de los Dioses, fruto que simboliza nuestra fuerza como nación.

La ficha

Lila Downs en Mendoza
Día y hora
: mañana, a las 22.
Lugar: Auditorio Ángel Bustelo
Valor de las entradas: Platea A: $680; Platea B: $580; Platea C: $480; Platea D: $350; Platea E: $250
Venta de entradas en Tarjeta Nevada - Sucursal 2 - Las Heras 419, Ciudad. Boletería del Auditorio Ángel Bustelo. San Rafael: Avenida Hipólito Yrigoyen 258, San Rafael. San Juan: General Acha 326 (S), San Juan. San Luis: Rivadavia 667, San Luis.

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