Letras que sobran y diminutivos que se esconden

Al pasear por uno de nuestros centros comerciales, encuentro un sitio en el que venden distintos tipos de perfumes y aromatizantes. Me llama la atención el cartel con el nombre del lugar ya que la palabra más importante de ese título es ‘esencias’. ¿Por qué me sorprendió el vocablo? No por la aplicación de su significado pues estaba bien utilizado: una esencia es, según el diccionario académico, el “extracto líquido concentrado de una sustancia aromática”.

Así, quienes fabrican perfumes usan aceites esenciales y esencias aromáticas; también, para elaborar postres, echamos mano a distinto tipo de esencias como las de vainilla, limón o cereza, por citar solamente algunas. ¿En dónde radicaba mi sorpresa? En la escritura, ya que no es la única vez en que advierto que el vocablo está escrito erróneamente

*escencia. La vendedora del local, a quien señalo el error, contesta que se trata de una marca registrada e insiste en la correcta grafía del término.

‘Esencia’ proviene del latín “essentia” y queda definido como “aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas” y, también, como “lo más importante y característico de una cosa”.  En su origen está también el verbo latino “esse”, que traducimos al español como “ser o estar”. La doble S de las voces originarias se redujo a una sola y, en la evolución del término, no apareció ninguna C al lado de la S; sí la T seguida de ‘ia’ de la voz original se hizo C, como sucedió con otros muchos vocablos: “gratia” dio “gracia”; “avaritia” dio “avaricia”; “constantia” dio “constancia”… Escribimos, pues, ‘esencia’ y sus derivados ‘esencial’ y ‘esencialmente’.

Muchas veces hemos escuchado decir de una determinada persona que es muy afectuosa para expresarse y que, por ello, usa permanentemente diminutivos. Sin embargo, aunque no vayamos desparramando afectividad a nuestro alrededor, todos usamos palabras de cuya forma y valor diminutivos no hemos cobrado conciencia. Pondré algunos ejemplos de uso cotidiano: ¿acaso no guardamos en el bolsillo algo valioso o pequeño? Pues bien, ‘bolsillo’ es el diminutivo de ‘bolso’ y, como aquel, en menores proporciones, sirve para guardar cosas en alguna prenda de vestir o en algún objeto mayor en que almacenamos papeles y documentos.

Los que toman mate lo hacen con una bombilla; ¿nos hemos puesto a pensar que ese implemento tan conocido hace alusión a una “pequeña bomba”? Efectivamente, ella cumple, con diferencia de tamaño, la misma función que una bomba o artefacto para impulsar agua u otro líquido en una dirección determinada.

Vamos a la playa y nos protegemos del sol con una sombrilla: el diccionario académico consigna “diminutivo de ‘sombra’”. En efecto, la sombra que se proyecta sobre nosotros es pequeña, pero suficiente para permitir que no nos hagan daño los rayos solares.

Hace ya bastante tiempo, todas las mujeres debían cubrir sus cabezas con una mantilla, al entrar a una iglesia y como señal de reverencia ante lo sagrado. Ese término, según el diccionario, es el diminutivo de ‘manto’. Puede designar una “prenda de seda, blonda u otro tejido, adornado a veces con tul o encaje, que usan las mujeres para cubrirse la cabeza”; también, un refrán dice, refiriéndose al niño que va a nacer y a que no debe ser excesivamente grande, “que crezca entre mantillas y no entre las costillas”. En este caso, se trata de una prenda tejida, en lana o en hilo, para envolver y abrigar a los niños.

En varias situaciones de nuestras vidas cotidianas, usamos el vocablo ‘tableta’: vamos de paseo a algún lugar y traemos de regalo “tabletas” o “alfajores”, bañados en chocolate o alguna otra sustancia; para aliviar determinada dolencia, el médico nos prescribe ciertas pastillas, de forma plana y tamaño pequeño, que también son ‘tabletas’.

Observamos a los locutores de la televisión que, parados frente a enormes pantallas, tienen en sus manos un dispositivo electrónico portátil, con pantalla táctil, en donde pueden leer el texto de las noticias; lo mismo advertimos en los recitales en que muchos cantantes leen la letra de sus canciones en dispositivos mucho más pequeños que las computadoras: en estos casos, también hablamos de ‘tableta’ o de ‘tablet’, palabras derivadas del vocablo latino “tabula”; de aquella voz latina, tenemos en español ‘tabla’, con el agregado del sufijo ‘-eta’ que, según el diccionario, se utiliza para formar diminutivos, despectivos u otras palabras de valor afectivo.

Sabemos que alguien ha fumado excesivamente por la cantidad de colillas acumuladas en su cenicero: otra vez el sufijo ‘-illa’, añadido a ‘cola’, nos señala un diminutivo. Y así nos lo indica el diccionario que, tras decirnos de dónde proviene el término, nos define a esta “pequeña cola” como los “restos del cigarro, que se tira por no poder o no querer fumarlo”.

Y, cuando alguna noticia, sobre todo de carácter sensacionalista, llega a nuestras vidas, se dice de ella que es “la comidilla” de los rumores. En efecto, este diminutivo de ‘comida’ se define como el “tema preferido en alguna murmuración o conversación de carácter satírico”.

Me voy, rodeada de diminutivos, por el ‘pasillo’, donde se ha formado un ‘corrillo’ de alumnos que, con ‘cigarrillos’ o ‘pocillos’ de café en mano, aguardan a que la ‘campanilla’ del timbre señale el comienzo de una ‘seguidilla’ de exposiciones.

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