Las zonas oscuras de la mala política

Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires

Lo sucedido el miércoles pasado en la Cámara de Diputados de la Nación, cuando se debatió la exclusión o no de uno de sus miembros por inhabilidad moral, trasciende al muchas veces patético juego de oficialismo y oposición de ganar o perder una votación en el recinto. Julio De Vido, el ex ministro de Planificación durante los 12 años de kirchnerismo y actual integrante del cuerpo, seguirá ocupando su banca porque no alcanzaron los votos acusatorios para echarlo.

El episodio se constituyó en el hecho político más importante de los últimos tiempos y en un nuevo aporte a la degradación del sistema republicano. Semejante afirmación involucra la responsabilidad de todos, sin distinción de colores partidarios, y merece ser fundamentada para no alimentar en los principistas el fantasma siempre a mano de la anti-política.

Hay en esa Cámara personas honorables y decentes con las mejores intenciones de darle prestigio a la actividad legislativa y de ejercer con autenticidad su vocación de servicio. Pero esos, que no son todos, tampoco están exentos de equivocar sus procedimientos y dilapidar sus esfuerzos metidos en un micro-clima, lejos de los ciudadanos que contemplan indignados el espectáculo.

Hay tres preguntas básicas que aportan al análisis: ¿Cómo no cuestionar a la política cuando no es capaz de depurarse a sí misma? ¿Cómo no cuestionar a la Justicia cuando son los propios magistrados los que anteponen otros intereses a los de la ley? Y también frente a este estado de cosas, ¿cómo no cuestionar a la sociedad por su indiferencia y malas decisiones electorales?

En su excelente libro “Soldados de Salamina”, el catalán Javier Cercas le hace decir a uno de sus personajes: “Un país civilizado es aquel en el que uno no tiene necesidad de perder el tiempo con la política”. En ese aspecto, aquí quedamos lejos de ser un país civilizado.

Los costos

En el terreno judicial Julio De Vido figura como imputado en más de 100 causas, tiene cuatro procesamientos y en unas pocas semanas debe iniciarse el juicio oral en su contra por la tragedia de Once, en la que ya están condenados algunos de sus excolaboradores. En lo político, nadie ignora que manejó una de las áreas más contaminadas por la corrupción del anterior gobierno y que los fueros de diputado le otorgan impunidad.

Sin presumir su culpabilidad o inocencia, también podemos preguntarle al kirchnerismo y sus aliados: ¿Por qué razón ninguno de los oradores que el miércoles defendieron su continuidad en la banca aseguró, o al menos mencionó, que debían hacerlo porque se trata de un hombre digno, transparente, que enaltece y jerarquiza a la política?

La respuesta es que debían lograr el objetivo sin detenerse en el cómo ni el por qué, ya que lo importante era que el oficialismo y sus aliados no consiguieran excluirlo. Lo curioso es que en ese plano ambos sectores utilizaron las mismas reglas de juego que impone el oportunismo.

Si reclamamos auto-depuración, no se puede dudar de la necesidad de apartar corruptos de la política. Pero la necesidad debe ir acompañada de la oportunidad, porque aun siendo justa la intención de apartar a De Vido, los que propiciaron la iniciativa no supieron ni pudieron convencer de que no se trataba de la búsqueda de réditos electorales a dos semanas de los comicios.

El episodio también demostró que la izquierda representada en el Congreso es irrecuperable para el pensamiento racional de la democracia. Para ellos ningún cambio tiene sentido hasta que no se haga la revolución y se derrote al capitalismo. Claro, pero mientras tanto, hay que apoyar la impunidad.

Otro personaje

No hubo aplausos al final de la sesión, pero el kirchnerismo celebró el resultado. No lo hizo en solidaridad con De Vido, a quien muy pocos estiman dentro de su fuerza política, sino por la actitud corporativa que ordenó Cristina Kirchner para demostrar que no todo el poder está en  manos del Gobierno. Ella tampoco dijo una sola palabra sobre su exministro ni antes ni después de la votación en Diputados.

Cristina está haciendo del silencio un protagonista de su campaña electoral en la provincia de Buenos Aires. Modera sus tonos de voz, hace visitas focalizadas del tipo que impusieron los timbreos del macrismo y no permite el acceso de la prensa, salvo la partidaria.  Se puede ver en las fotografías y videos que hasta se viste con modestia y en algunos casos con ropa que es común en sectores de clase media baja.

Con esa nueva estrategia, distanciada de sus recordados arrebatos discursivos y actitudes autoritarias, mantiene un nivel de paridad en la intención de votos que muestran casi todas las encuestas en el distrito bonaerense.

En la celebración que hubo el miércoles por la noche tras la sesión en Diputados, también se brindó por el apoyo recibido desde varias provincias. “Eso demuestra que seguimos siendo una fuerza nacional”, sostenían convencidos varios allegados a Cristina.

Queda por verse, a la hora de contar los votos dentro de dos semanas y luego en octubre, si el efecto buscado por el oficialismo de mostrar quiénes son los que protegen la impunidad tiene o no algún significado para los ciudadanos. O si la dificultosa recuperación de la economía transformará a quienes hace menos de dos años apoyaron a Cambiemos, en un ejército de impacientes desilusionados que castigarán al Gobierno.

Es el eterno juego de intereses de la política, la Justicia y la sociedad, que nos impide ser un país civilizado.

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