La vida después de Trump

El multimillonario representante de los republicanos es un hombre sin ideas ni política y con un destino de fracaso. De convertirse en presidente de los EEUU, la pregunta que debe hacerse la sociedad estadounidense es cómo se preparará para vivir después

Por David Brooks - Servicio de noticias The New York Times  © 2016

Este es un momento maravilloso para ser conservador. Desde hace años, el Partido Republicano ha estado gruñendo bajo la ortodoxia de Reagan, muy adecuada para los años ochenta pero que cada vez resulta más obsoleta. La concepción reaganiana del mundo estaba basada en la idea de que una marea económica alta iba a levantar todos los botes. Pero claramente eso ya no es verdad.

Hemos pasado de un país con marea alta a un país que se está desmoronando. El cambio tecnológico, la globalización y el resquebrajamiento social y familiar significan que no se reparten debidamente los beneficios del crecimiento, en la medida en que hay crecimiento.

Los republicanos más o menos reconocen esta realidad pero siguen enfrascados en el modelo reaganiano. Hacen preguntas reaganianas, presentan políticas reaganianas y tienen instintos reaganianos.

Y en medio de todo eso se aparece Donald Trump, ángel de la destrucción que de un soplido lo reduce todo a añicos. Él representa no solo el rechazo del establecimiento reaganiano sino también de su política exterior (Trump es menos globalista) y de su política interna (es más considerado con el Estado).

Pero Trump no viene a reemplazar al reaganismo. Trump está suscitando lo que Thomas Kuhn llama la crisis del modelo en su teoría de las revoluciones científicas.

Según Kuhn, el progreso intelectual no es firme y gradual. Se caracteriza por cambios de paradigma súbitos. Hay un período normal de ciencia, cuando todo el mundo acepta un paradigma que parece estar dando resultado.

Pero después viene un período de deriva del modelo: con el paso de los años se van acumulando las fallas y el modelo empieza a parecer decrépito y defectuoso. Ahí es cuando llega la crisis del modelo, cuando todo se viene abajo. Los intentos de remendar el modelo son infructuosos. Todo el mundo está angustiado pero nadie sabe qué hacer.

Es en esa fase en la que se encuentra ahora el Partido Republicano. Todo mundo dice estar muy deprimido por Trump. Pero los republicanos son pasivos y están derrotados psicológicamente. Eso es porque su marco de referencia, consciente e inconsciente, simplemente dejó de dar resultado. Trump tiene el monopolio de la audacia mientras todos los demás están inmovilizados.

Pero Trump no tiene ideas ni políticas. No existe por ahí un ejército de “trumpistas” dispuestos a perpetuar su legado. Casi con toda seguridad se apagará en medio de una devastadora derrota, ya sea en la elección general o -que Dios se apiade de nosotros- como el peor presidente en la historia de Estados Unidos.

En ese momento, el Partido Republicano va a entrar en lo que Kuhn llama la fase de revolución. En esa etapa tenemos una proliferación de estrategias rivales, la disposición de probar cualquier cosa. La gente planteará diferentes preguntas, hablará en otros idiomas, se congregará en torno de nuevos paradigmas que no tendrán nada que ver con el anterior.

Ahí es a donde se dirige el Partido Republicano, así que este es un momento de previsión. La gran pregunta no es si vamos a votar por Hillary Clinton o si vamos a abstenernos en este ciclo electoral. No, la verdadera pregunta es cómo vamos a prepararnos para vivir después de Trump.

El primer paso obviamente tiene que ser una depuración mental: hacer a un lado muchas categorías y supuestos mentales, cambiar nuestra identidad y dejar de tener una mentalidad fija para adoptar una en la que seamos buscadores y estemos abiertos a cualquier cosa.

El segundo paso probablemente sea incorporarnos: salir y ver a nuestro país de nuevo con ojos frescos y escuchar las voces estadounidenses con oídos frescos, poniendo especial atención a esos nodos donde las luchas de los simpatizantes de Trump se superponen con las luchas de los inmigrantes y de los afroamericanos.

Estos son tiempos de ser honestos. Si algo tiene de valioso, Trump ha expuesto la corrupción de la cultura de los consultores y la forma sesgada en que nos hablan los políticos. Estos son tiempos de revivir el nacionalismo estadounidense. El nacionalismo cerrado y étnico de Trump es dominante porque Irak, la globalización y las fallidas políticas migratorias han desacreditado la forma expansiva y abierta del nacionalismo que generalmente domina en la cultura estadounidense.

Estos son tiempos también de volver a definir la compasión. Trump no tiene amor. En su concepción del mundo no hay lugar para la reciprocidad y el amor. Solamente hay cabida para ganar o perder, para golpear o ser golpeado. Es como si él fuera una persona que nunca recibió amor y tratara de compensar esa falta a través de la competencia.

Esa es una representación de la condición humana muy fea, deforme e insostenible. De alguna manera, el Partido Republicano tendrá que redescubrir el lenguaje de amar al prójimo, que es un ideal primordial en nuestra cultura y un anhelo del corazón también primordial.

Estos son tiempos también para la sociología. En el reaganismo todo es cuestión de economía, basado en las políticas fiscales, en zonas empresariales y en el concepto del ser humano como un individuo racional e impulsado por la utilidad. La corbata de Adam Smith fue el emblema de ese movimiento.

Quizá sea el momento de invertir en las corbatas de Emile Durkheim, pues los problemas actuales se relacionan con unir a una sociedad fragmentada, con restablecer las conexiones familiares y sociales, con relacionarnos a través de la diversidad de un mundo globalizado. El Homo economicus es un mito y el conservadurismo necesita una visión del mundo que sea precisa respecto de la naturaleza humana.

En este país vamos a tener dos partidos. Uno será el Partido Demócrata, que se está desplazando hacia la izquierda. El otro será el Partido Republicano. Nadie sabe aún cómo será, pero es emocionante estar presente en este renacimiento.

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