La Vendimia de Cornejo: éxitos ciertos, reelecciones inciertas y grúas que caen

Este año nuestro gobernador vivió dos años nuevos: El que festejó el 1 de enero, cuando todo le fue bien. Y el que empezó en Vendimia, cuando una grúa (y algunas cosas más) casi le agua(n) la fiesta.

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar 

Si miramos un poco atrás, podría decirse que esta es la tercera Fiesta de la Vendimia radical, no la segunda. Porque la primera aconteció en marzo de 2015, cuando aún gobernaba (aunque agónicamente) el único ex-gobernador que ayer no estuvo presente en ningún agasajo. Hablamos, claro está, de Francisco “Paco” Pérez.

En 2015 brilló, en su primer año al frente, la entonces flamante presidenta de la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar), Hilda Wilhelm. Su discurso fue histórico porque expresó el rechazo total de la industria vitivinícola al kirchnerismo. Con dureza dijo que el modelo vitivinícola, a pesar de todo, gozaba de buena salud, pero el modelo económico nacional estaba herido de muerte y que en él ya no tenían cabida las economías regionales.

Y mientras los empresarios, presagiando el final, se alejaban rápidamente del gobierno peronista, el entonces precandidato Mauricio Macri venía a la Fiesta al lado de un Ernesto Sanz que parecía pegado a él con poxipol. En tanto Cornejo y su gente se apoderaban de Vendimia como si ya estuvieran gobernando. Así lo expresamos en aquel entonces: "Los radicales montaron un show tinellista porque todos parecían bailar por un sueño: Que el país que viene se parezca a la Mendoza que está empezando a ser. Esa Mendoza donde todas las aguas y todos los aceites pueden mezclarse perfectamente como si de un acto de magia se tratara. Se mostraron no sólo como los dueños de la Mendoza que viene, sino los portadores del modelo nacional futuro. Acá, en la utopía cuyana, todos van juntos, gansos y pericotes, massistas, macristas, binellistas, carriotistas, libresuristas y tutti quanti. En Mendoza no quedó nadie de la oposición afuera, tanto que hasta uno que otro del oficialismo también amagó con pasarse".

Esa fue, la de 2015, la fiesta anticipada del gran triunfo radical de finales de ese mismo año. Luego vino la primer Vendimia enteramente cornejista. Donde todo cambió.

En 2016, los empresarios, expectantes, fueron infinitamente más comprensivos. Juan Manuel Urtubey vino pero sin Isabel Macedo. Los docentes empezaban, como siempre, con huelga pero el nuevo gobernador les tenía preparado un decreto y un ítem llamado aula para aguarles la huelga. Como este año. Raquel Blas le propinaba un soberano carterazo en el palco al ministro Rogelio Frigerio. Algo que este año no se repitió porque a la señora Blas la jubilaron de sindicalista y la mandaron a la escuela. Mientras que los antimineros se incorporaban, al igual que los gauchos, al desfile vendimial. Como este año.

Ayer, al igual que el año anterior, los empresarios se mostraron benévolos con los nuevos gobernantes. No pidieron gran cosa ni los políticos les ofrecieron gran cosa. Sólo mostraron preocupación por la inflación, como insinuando que si el año que viene no se frena en serio, las simpatías mutuas comenzarán a perderse y los discursos serán más antipáticos.

Inexplicablemente, como el año anterior, ese Macri que vino como un superstar en 2015 a la isla de la utopía radical -su mejor baza en el interior del país- otra vez pegó el faltazo. Lo representó el ministro de Agroindustria, que más que un ministro parecía un cartero que se ofreció a comunicarle al gobierno nacional los módicos pedidos de los mendocinos. Como que estuviera de acuerdo en todo con nosotros pero no formara parte del poder macrista real y por lo tanto sólo pudiera intermediar. No decidir absolutamente nada.... Es que el pobre es radical.

Es cierto que vinieron varios ministros nacionales de mayor importancia, pero sólo a conferenciar en un foro económico. Y la Vicepresidenta nos dejó un único mensaje de inusual profundidad: que no hay nada mejor que trabajar en equipo.

En los discursos, la política este año estuvo sólo a cargo de Alfredo Cornejo, quien atacó con vigor y rigor a los que esperan todo del gobierno. Habló de más mercado y menos Estado en la Coviar y defendió “la cultura pro-privada” en el Agasajo bodeguero. Y junto con el ministro de Agricultura, sustituyeron la muletilla kirchnerista de que el Estado debe tener “políticas activas” por la de que el Estado debe tener “políticas sanas”. Lo dijeron como cien veces. Aunque nadie sepa a ciencia cierta que quiere decir políticas activas (parece que significa poner subsidios) ni que quiere decir políticas sanas (parece que significa sacar subsidios).

Podría decirse entonces que, salvo por la bella presencia de Isabel Macedo y la ausencia de Raquel Blas, poco cambió de este año al anterior. Pese a que a nivel nacional ocurrieron muchísimas cosas. Pero parece que en la isla radical no tantas, o que más bien, quizá, estén por ocurrir.

Porque este año Cornejo tuvo dos años nuevos. Uno más bueno y otro no tanto. El bueno fue el año nuevo que comenzó el 1 de enero de 2017, a puro festejo. Con la recuperación del orden político que Pérez había perdido cuando Cristina lo tiró a los perros. Con batallas ganadas a los gremios estatales. Con una impronta propia y creciente en la justicia. Y como frutilla del postre, el primer triunfo electoral del año en el país, nada menos que en Santa Rosa, municipio por primera vez en manos del radicalismo desde 1983. Tan contento está con tantos éxitos consecutivos que decidió ponerlos todos en una sola canasta para ver si sumados le alcanzan para lograr su reelección.

Pero, como es sabido, Mendoza tiene también otro año nuevo, el de la producción y el trabajo, aquel que empieza con la Fiesta de la Vendimia. Ese que en esta oportunidad, con la caída de la grúa, no lo trató tan bien al gobernador. Claro que son cuestiones diferentes. Cornejo puede aún decir que las cosas que le fueron bien es porque él las construyó, mientras que las que le fueron mal es más bien por las fuerzas de la naturaleza o por errores humanos que no lo tocan directamente.

Allí está el ministro de Salud, que debió marcharse por motivos presuntamente non sanctos. Y la seguidilla en Cultura: el Fader, nuestro museo principal, que parece estar partido en dos. El incendio en el ECA. El fracaso de la Fiesta de Capital por una tormenta que se preveía pero que Defensa Civil no supo prever. O la caída de la grúa que llevó a prorrogar la Fiesta Central y la elección de la Reina hasta hoy, domingo.

Como que la naturaleza de las cosas (o de la Vendimia, que es la naturaleza de Mendoza) estuviera insinuando que cuando todo parece marchar bien es cuando más hay que preocuparse para que nada comience a marchar mal. Que eso comienza a ocurrir cuando uno se siente demasiado satisfecho con lo logrado y todo se va aflojando de a poco, hasta el momento en que la diferencia entre un accidente inevitable y una ineficiencia evitable sea difícil de distinguir.

Por eso, porque la provincia viene de una crisis tan grande, es que no es conveniente distraerse en la gestión ni enojarse con los críticos ni poner todos los éxitos en una sola canasta, ni fijarse metas que casi nadie en Mendoza está desesperado por lograr.

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