La veleidosa política exterior de Trump

El representante republicano no está dando señales de haberse planteado seriamente los problemas que en verdad atañen a la política internacional.

Por Thomas  L. Friedman - Servicio de noticias  The New York Times © 2016

De acuerdo, es fácil meterse con la política exterior de Donald Trump. Pero, solo debido a que él se refirió hace poco al ataque al World Trade Center como si hubiera ocurrido el “7/11” -que es una tienda de autoservicio- en lugar de “9/11”, y solo debido a que alegó: “Yo conozco Rusia bien”, porque efectuó un “importante evento en Rusia hace dos o tres años -el concurso de Miss Universo- que fue un gran, gran evento, increíble”, no lo descalifica.

Estoy seguro de que se puede aprender mucho socializando con Señorita Argentina. También se puede aprender mucho comiendo en la International House Of Pancakes. Nunca entendí cabalmente la política árabe sino hasta que comí humus... ¿o fue Hamás?
Y, por cierto, solo porque el discurso de Trump sobre política exterior estuvo salpicado de falsedades, como "EI está ganando millones y millones de dólares cada semana con la venta de petróleo libio", eso no lo descalifica.
The New York Times Magazine acaba de presentar un perfil de uno de los subalternos de seguridad nacional del presidente, Ben Rhodes,

informando cómo él y sus subalternos hacían alarde de usar medios sociales, lo que el escritor llamó una narrativa “mayormente manufactura”, y una prensa maleable para, esencialmente, engañar al país para que apoyara el trato nuclear de Irán. Donald Trump no es el único dado a bravatas de zopenco y tergiversación con respecto a política exterior.

Ahora la vida está imitando a Twitter en todas partes.

De hecho, criticar a Trump por inconsistencia cuando de política exterior se trata es un tanto divertido, cuando consideramos que tanto demócratas como republicanos han tratado a Paquistán como un aliado, sabiendo muy bien que su servicio secreto ha tenido que ver con terroristas y ha mimado al talibán; la gente matando soldados estadounidenses en Afganistán; ambos han tratado a Arabia Saudí como un aliado porque necesitábamos su petróleo, a sabiendas perfectamente de que su exportación del Islam salafista ha impulsado a yihadistas; ambos apoyaron la decapitación de Libia y después no se quedaron para apoyar un nuevo orden de seguridad, abriendo por tanto un descomunal hueco en la costa africana para que migrantes fluyeran al interior de Europa; ambos han apoyado la expansión de la OTAN justo frente a Rusia y después se preguntaron en voz alta por qué el presidente de Rusia, Vladimir Putin, es tan truculento.

No, si yo estuviera criticando las perspectivas de Trump sobre política exterior, no sería en lo tocante a inconsistencia, hipocresía o mentiras. Sería en lo tocante a que él no da señal alguna de haber formulado la pregunta de mayor importancia: ¿Cuáles son los verdaderos desafíos de política exterior que el siguiente presidente enfrentará? No creo que él tenga ni la más mínima idea porque si así fuera no querría el cargo. Este es uno de los peores momentos para estar conduciendo la política exterior de Estados Unidos.

Consideren algunas de las preguntas que recibirán al próximo ocupante de la Oficina Oval. Para empezar, ¿qué hace el nuevo presidente cuando lo necesario es imposible pero lo imposible es necesario? Sí, hemos demostrado en Irak y Afganistán que no sabemos formar una nación en los países de otros pueblos. Sin embargo, tan solo dejar sin gobierno a Libia, Siria y partes de Irak y Yemen, y escupir refugiados, ha llevado a una oleada de migrantes llegando a Europa y tensionando la cohesión de la Unión Europea; esa oleada de refugiados bien pudiera conducir a la salida del Reino Unido de la UE.

El presidente Barack Obama se ha estado dando muchas palmaditas en la espalda últimamente por no haber intervenido en Siria. Yo verdaderamente simpaticé con lo difícil que era esa decisión... hasta que oí al presidente y a sus asesores haciendo alarde de cuán inteligente era su decisión y cuán estúpidos eran todos sus detractores. El desbordamiento humano y geopolítico desde Siria no ha terminado. Está desestabilizando a la Unión Europea, Líbano, Irak, Kurdistán y Jordania. Las decisiones son infernales. Yo no querría la responsabilidad de tomarlas. Sin embargo, nadie tiene un monopolio sobre el genio aquí, y no resulta agradable ver ni la ronda de victoria de Obama alrededor de esta ruina en cenizas ni las soluciones ampulosas y simplistas de Trump.

Además, hay más de estos factores de tensión en camino: la caída de los precios del petróleo, cambio climático y bombas poblacionales van a hacer estallar estados más débiles, sufriendo una hemorragia de refugiados que correrá en todas direcciones.

Está también la cuestión de qué debería hacerse con respecto a los nihilistas con redes. Desde el ascenso de Osama bin Laden, hombres enojados y con muchísimo poder nos han desafiado. Pero, al menos Bin Laden tenía una causa identificable y una serie de demandas: limpiar la Península Arábiga de la influencia occidental. Sin embargo, ahora estamos viendo una mutación.

¿Puede decirme cualquiera qué querían los terroristas que mataron a todas esas personas en Bruselas, París o San Bernardino? Ni siquiera dejaron una nota; su acto fue su nota. Estos yihadistas-nihilistas de tipo suicida no están intentando ganar; solo quieren hacernos perder. Ese es un duro enemigo. Ellos no pueden destruirnos -ahora- pero incrementarán el dolor si obtienen la munición. Será un desafío reducirlos al tiempo que se mantiene una sociedad abierta, con privacidad personal en el teléfono celular e internet.

Y después están Rusia y China. Ya regresaron al juego de la tradicional geopolítica de la esfera de influencia. Sin embargo, tanto Rusia como China enfrentan descomunales presiones en la economía que tentarán a sus dirigentes a distraer la atención en casa con aventuras nacionalistas en el extranjero.

Ya terminaron los días de victorias definidas y satisfactorias en el extranjero, como abrir a China o derribar el Muro de Berlín. La política exterior de Estados Unidos ahora gira totalmente en torno a contener el desorden y caos. Es exactamente lo opuesto de conducir un certamen de belleza. No hay ganadoras, y cada concursante es más fea que la anterior.

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