La primavera

Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Ha llegado la primavera. Menos mal, yo pensé que con todas las cosas que están pasando en este país no se iba a animar a venir. Pero vino nomás, la más linda de todas las primas.

La primavera es la época en que todo revive; menos la economía, todo. Los jardines se pueblan de flores, los árboles se cargan de hojas, los perros comienzan a tener el baño a la sombra, el airecito se vuelve querendón y el sol se entusiasma de equinoccio y comienza a calentar más que la factura del gas.

La temperatura sube y la gente comienza a desabrigarse. El hecho merece algunas consideraciones. El desabrigue suele provocar un aumento en las taquicardias masculinas cuando la que se desabriga es la mujer y un aumento de las carcajadas femeninas cuando el que se desabriga es el hombre.

Porque las mujeres comienzan a acortar su vestimenta por abajo, por arriba y por el medio y comienzan a aparecer piernas bien torneadas, bustos generosos y ombligos sugestivos. Entonces al tipo lo invade una euforia hormonal que es capaz de enamorarse hasta de su propia mujer.

Mas, cuando el que se desviste es el tipo, se advierten adiposidades que les sobresalen de todos lados, una guata que le impide verse los pies de parados y una cantidad tan grande de rollos como para hacer el primer campeonato mundial de fotografía.

El invierno es mucho más piadoso con el tipo porque un sobretodo es capaz de disimular gran parte de los apósitos de grasa, pero no hay forma de disimularlos en short y con remera. Sin embargo no hay dudas de que la primavera es el tiempo del amor.

Anda la poesía desparramada en el paisaje y cada uno ensaya versos para el versus que lo enamora. Hay versos que son muy acordes con la estación: “Por el aire se sube primavera / la vida está esperando que le expliquen/ que hacer con tanto amor con tanga hoguera/ cómo evitar que el cielo nos salpique. / De golpe cobran vida los colores/ cobran color los ríos y los diques / y tal vez vuelvan a cobrar los senadores / si encuentra la antigua banelco Flamarique”.

Como quiera que sea, la primavera nos cambia los hábitos, dijo un cura y se puso una mini sotana. Las noches comienzan a hacerse placenteras y el patio se presta para que vivamos unas horas con el universo encendido. Claro que en el patio está el quincho, en el quincho la parrilla, en la parrilla el colesterol, y alrededor del colesterol unas tonadas que terminan con un festival de cogollos malbec y entonces la primavera es un incentivo para las grandes curdas nacionales.

La gente sale más. Los fines de semana agarra la chatita carga todo, la parrilla, las reposeras, la leña, la nona, el choco y el teléfono celular y encara hacia la montaña a buscar un arroyito serrano. Si es posible con sauce a la orilla para disfrutar de la primavera a pleno, mientras los cacos disfrutan de su ausencia dejándole la casa limpita, limpita.

El jueves arrancó nada menos que con el día del estudiante. Ya los pibes se están encaminando hacia los espacios verdes, porque todavía les dura la farra. El miércoles las madres se abocaron a la misma tarea gastronómica: milanesas y huevos duros, porque los pibes estaban ocupados consiguiendo fernet y cola.

Esta noche volverán cansados pero sonrientes, mirarán la mesa donde se amontonan sus carpetas de clase y se acostarán soñando que todo el año es primavera. Llegó la estación del verde, de la esperanza, la prima más linda, el tiempo de brotar y de crecer. A lo mejor debería existir una ley que extendiera el mandato de la primavera por varios meses más. ¡Total! ¿Qué nos pueden cobrar los senadores?

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