La pobreza desnuda las miserias de una sociedad hipócrita

El crecimiento de la pobreza en Mendoza ha llegado a límites inesperados que califica muy mal a toda la sociedad y requiere cambios profundos.

Parecía una semana con una buena carga de noticias positivas. El presidente Macri había refrendado un convenio entre empresas y sindicatos petroleros para reactivar el yacimiento de Vaca Muerta, la inflación comenzaba a dar muestras de retroceso, mientras algunos indicadores muestran signos de reactivación en medio de una furia de turistas argentinos hacia el exterior.

Pero no todo podía ser lindo, y aparecieron los datos de la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas (DEIE) mostrándonos una realidad: uno de cada tres mendocinos es pobre. Cuando se terminen de procesar todos los datos, que agregan aspectos ambientales, de servicios y calidad de vivienda así como de educación es posible que debamos admitir que la mitad de los mendocinos son (o somos) pobres.

¿Cómo llegamos a este punto? Pueden existir miles de explicaciones pero lo más probable es que asistamos a un vergonzoso proceso de esquivar responsabilidades y dirigiendo el dedo de la culpabilidad hacia otros sectores. La forma ideal de no solucionar nada.

Lo cierto es que en estos niveles hay que decir que Mendoza es una provincia pobre, que no es capaz de generar las riquezas necesarias para abastecer las necesidades de su población. Y aquí estamos ante un grave problema. Es que la pobreza también es sinónimo de carencias educativas o de graves fallas de calidad. Si queremos atraer inversores será muy difícil, nadie quiere invertir en sociedades pobres.

Distorsiones y mentiras

Aunque parezca mentira, el problema de la pobreza es de vieja data. Durante el gobierno militar de Onganía se creó el primer ministerio de Desarrollo Social o de Asistencia Social. Estamos hablando de 50 años atrás. Desde entonces el tema pobreza comenzó a desarrollarse con fuerza en universidades, institutos, centros de investigación, una generación de lo que suelo llamar la “burocracia de la pobreza”, pagada con fondos del Estado que no solo no supo (o no quiso) solucionar los problemas de los pobres sino que vivió muy bien a costa de ellos.

Argentina tiene el raro privilegio de haber batido récord en materia de gasto social teniendo como único resultado el aumento de la pobreza y la indigencia. Se han hecho muchas cosas mal, empezando por los sectores políticos que ganaron elecciones usando a los pobres en forma impúdica. Lamentablemente, los problemas tuvieron que salir a atenderse desde muchas ONG que se ocuparon del problema del hambre y otras cosas, mientras el Estado hacía crecer sus gastos en forma inmoral para dar empleos precarios a amigos partidarios.

El Estado no atendió como era debido sus obligaciones principales, como educación y salud y eso le trajo como consecuencia mayor demanda en seguridad y justicia. Hoy tenemos un Estado que no sirve, que debe reconstruirse pensando en los ciudadanos y no en sus empleados.

Para alimentar el tamaño del Estado se fueron incrementando los impuestos hasta hacer imposible las actividades productivas y comerciales, mientras los sindicatos presionaban a los políticos para imponer condiciones laborales que lo único que consiguieron fue desalentar la creación de nuevos puestos de trabajo genuinos. Las políticas de protección a los que tenían trabajo se transformaron en una barrera imposible de superar para los que no lo tenían. La protección del factor trabajo fue un incentivo al factor capital, ya que muchas empresas decidieron hacer inversiones tecnológicas que suprimieron muchos puestos de trabajo.

Lamentablemente, la sociedad puso lo suyo. Se entusiasmaron cuando los gobiernos les ofrecían anabólicos para estimular el consumo, eligieron gobernantes mentirosos de los que no se hicieron cargo e incorporamos a la inflación como un valor en el ADN genético, que tiene un factor adictivo

Barajar y dar de nuevo

Mendoza tiene un grave problema dirigencial. Ni la política ni la empresaria ni la sindical ni la académica o la social han estado a la altura de los desafíos. Es necesario sentarse en una mesa a buscar soluciones eficientes de corto, mediano y largo plazo que se deben comenzar a implementar con la mayor velocidad posible.

El eje debe estar centrado en la educación, tanto para los niños y jóvenes, para prepararlos, como también para los adultos que deben adquirir condiciones de empleabilidad y otros aprender a ser más competitivos. La formación debe incluir a políticos, sindicalistas y empresarios.

Hay que generar un compromiso con el sistema universitario, tanto estatal como privado. Tenemos abundancia de carreras humanísticas cuyos egresados tienen como único destino trabajar en el Estado, y eso ya no será posible. La reorientación debe venir de una coordinación entre el sistema obligatorio (primaria y secundario) con los datos que aporten los sectores empresarios.

Hay que salir de la trampa productiva de las materias primas y comenzar a agregar valor. Hoy se han aumentado los reintegros a las exportaciones de productos que estén certificados como orgánicos o que tengan indicaciones geográficas. De esa manera se debe proteger los oasis productivos. El valor de la tierra irrigada es muy caro para dedicarlo a productos que no tienen mercado. Necesitamos entrar en la era de los negocios con valor agregado inteligente.

Hay que atacar el problema de la falta de servicios esenciales y los asentamientos precarios, pero urge terminar con el ordenamiento territorial. No se puede seguir avanzando sobre la frontera agrícola ni sobre zonas del secano donde será imposible llegar con servicios a costos razonables.

El servicio de salud debe tender a la excelencia, conforme a los impuestos que pagan los ciudadanos para garantizar no solo la salud sino también la dignidad de las personas y sus familias. Hay que repensar el sistema de salud pública y avanzar en la educación para la prevención. Curar es demasiado caro y tardío.

La enumeración es a título de ejemplo y, seguramente hay muchas cosas más por poner sobre una mesa. Lo importante es que se entienda que la situación de los pobres es muy grave y requiere soluciones. El asistencialismo solo ha fracasado y solo aumentó la cantidad de familias y personas en situación vulnerable

Va a costar mucho tiempo revertir un proceso de, al menos, 50 años. Pero cuanto más nos demoremos más se agravará. Lo primero, es frenar el proceso y empezar a recorrer un camino que haga posible que los pobres dejen de serlo. Ya estamos hartos de burócratas de la pobreza y de diagnósticos. Es hora de soluciones efectivas y de encarar el compromiso para recorrer un camino que debe abarcar a varias generaciones.

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