“Nunca se manifiesta el sol con más brillantez y alegría que después de una tempestad furiosa: el azaroso acontecimiento del 19 de Marzo en los campos de Talca, le dio palpablemente el último grado de importancia e inmortalidad al venturoso del 5 del corriente en los de Maipú, ... al enemigo fascinado con aquél, no se le ocurrió por lo visto que aún existía el general San Martín y que capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos, haría prodigios aun con la espada al cuello... la nación en masa, entrando yo en parte, elevará en el centro de su corazón el monumento de su eterna gratitud que inmortalice al Héroe de los Andes”. Manuel Belgrano, Cuartel General de Tucumán, 20 de Abril de 1818.
Con estas palabras, el jefe del Ejército del Norte, el “Benemérito” Manuel Belgrano, describía el periplo sufrido por las huestes sanmartinianas desde su derrota en Cancha Rayada hasta la nueva victoria en los llanos de Maipú ocurrida el 5 de abril de 1818, donde el Ejército de los Andes, para entonces Ejército Unido, selló la libertad de Chile, aseguró la de las Provincias Unidas del Río de la Plata, abrió el camino hacia la campaña del Perú y permitió la posterior libertad de América.
Si bien, gracias a las acertadas decisiones del héroe de la jornada, general Juan Gregorio de Las Heras, la noche de ese 19 de marzo en Cancha Rayada gran parte del ejército unido logró salvarse del desastre definitivo, lo cierto es que la dispersión de las tropas y la confusión reinante en el campamento patriota, más la creencia de que San Martín y O’ Higgins habían muerto, sumió a la guerra independentista en uno de sus momentos más trágicos.
Al amanecer, las noticias llegaron a Santiago y provocaron deserción en las filas chileno-argentinas, mientras muchos cruzaban la cordillera buscando refugio en Mendoza ya que la libertad se creía perdida. Finamente, en medio de la confusión, San Martín se reencontraba con Las Heras y sus tropas en San Fernando, impartiendo las primeras órdenes para comenzar así la reorganización del Ejército.
Horas después, el Libertador se reunía con Tomas Guido, y ante las noticias de alarma en la Capital, el desánimo entre los patriotas y el estado de alerta y confusión reinante, propiciaron en San Martín un sentimiento de frustración que transmitió a su lancero al decir: “Mis amigos me han abandonado, correspondiendo así a mis afanes”, a lo que Guido respondió: “No General, rechace usted con su genial coraje todo pensamiento que lo apesadumbre, sé bien lo que ha pasado, y si algunos hay que sobrecogidos después de la sorpresa le han vuelto la espalda, muy pronto estarán a su lado, a usted se le aguarda en Santiago como a su anhelado salvador”.
Momento decisivo en la vida de un líder, que ante la adversidad y la humillación debe recurrir a su más íntimo acervo de fuerza, voluntad y coraje para sobreponerse a los altibajos y retomar el camino de su misión. Así, luego de un breve momento de oscuridad; derrotado, cansado y solitario, recobra en el abrazo de su fiel colaborador la fuerza necesaria para erguirse por sobre la derrota y emprender nuevamente el camino del éxito.
El 25 de marzo, José ingresaba en Santiago y ante la multitud expectante y temerosa proclamaba: “El ejército de la Patria se sostiene con gloria al frente del enemigo... los tiranos no han avanzado un punto de su atrincheramiento... La Patria existe y triunfará, y yo empeño mi palabra de honor de dar un día de gloria a la América del Sur”. Con la mirada en el horizonte de la libertad, el líder americano encolumna a los pueblos tras sus pasos y empeña su palabra en la culminación de la obra que comenzó en Mendoza y a la que ha consagrado su vida.
Los obstáculos y las vicisitudes lo han golpeado pero no derrumbado, su preparación, ímpetu, valentía, habilidades y competencias desarrolladas durante 20 años de preparación en España y 6 años de liderazgo en América han forjado su carácter y preparado su mente para tomar decisiones clave, en el tiempo justo, con la claridad y visión que las circunstancias del momento demandan.
Finalmente, al despuntar el alba del 5 de abril el ejército realista avanza a tambor batiente confiado en la victoria. Orgulloso por el resultado alcanzado en Cancha Rayada, su comandante Osorio espera obtener un triunfo completo; sin embargo, como diría Belgrano, ignorando quizá que San Martín existía repuesto, renovado en sus fuerzas y sus ideas, mientras espera tranquilo observa con prudencia las decisiones que toma su oponente, exclamando: “¡Qué brutos son estos godos! Osorio es más torpe de lo que yo pensaba, el triunfo de este día es nuestro: ¡El Sol por testigo!”
Y así ocurre, tal como lo había prometido ante el pueblo de Chile, el día de gloria llegó y la victoria obtenida en Maipú aseguró la independencia declarada 2 años antes en Tucumán, consolidando la libertad de Chile y abriendo camino a la liberación de todo el continente.