La mentalidad fratricida

"Hasta el límite de nuestras posibilidades, debemos oponernos a todo aquello que puede engendrar una nueva guerra, un nuevo asesinato, una nueva catástrofe. Pues nosotros, los que hemos sobrevivido a una guerra, sabemos cómo empieza, cómo surge. Sabemos que no tan sólo a partir de las bombas y los cohetes. Sabemos que también, y quizás incluso en primer lugar, surge del fanatismo y la soberbia, de la estupidez y el desdén, de la ignorancia y el odio".

Riszard Kapuscinski (historiador y corresponsal de guerra). Del libro "La Jungla polaca", editorial Anagrama.

Los días de mayo en que los argentinos nos ponemos la escarapela, son buenos para reflexionar sobre la construcción de la Patria y nuestra convivencia. Me propongo hacer un breve repaso de la historia de los desencuentros que he vivido en mi país, con miras a sacar conclusiones y dejar un mensaje superador.

Al golpe del ’76 lo viví con inmenso temor, siendo médico residente recién egresado de la Universidad Nacional de Cuyo. En el Hospital Ferroviario estaba internada una anciana que, saliendo de un coma, me dijo: "Si se da el golpe, seguramente va a correr mucha sangre".

Hacía mucho tiempo reinaba la violencia: una noche era una bomba a un vecino dirigente gremial; la siguiente un tiroteo; la economía en derrumbe y los "montos" y el ERP en guerra con el gobierno constitucional. La salida le dio la razón a la paciente.

Los años del Proceso significaron retroceder al "sálvese quien pueda". Del Hospital echaron al Instructor de la Residencia, y el fundamento de un colega fue: "Tenía su esposa jueza, que era peronista, y que había hablado ‘güevadas". En verdad lo sacaron por envidia, con esa excusa, y perdimos todos, porque un educador y líder ético es insustituible.

La cosa era insultar y hasta aniquilar al que no pensaba como uno. Vivimos años durísimos, en que uno de los compañeros se fue a trabajar como conscripto médico al "Operativo Independencia" en Tucumán, y volvió mentalmente destruido por lo visto y palpado. No se recuperó más.

A la larga noche que terminó en el '83, siguió el gobierno de Raúl Alfonsín, apoyado por la sed de democracia y la bronca que habían generado la tragedia de los militares y la aventura suicida de Malvinas, con la que ellos pretendieron ciegamente perpetuarse con el mando.

Los juicios a la Junta, tras el informe Conadep, demostraron la responsabilidad militar en las desapariciones y torturas, y gestó la Semana Santa del ’86, cuando el Presidente frenó una ofensiva masiva contra los cuarteles. Entendí entonces lo de "Felices Pascuas".

A Alfonsín la CGT le hizo mortales paros generales y le prepararon el caldo de cultivo para que tuviera que entregar antes el poder al caudillo Menem.

Después, el hartazgo por el clima de corrupción entregó el voto mayoritario a Fernando de la Rúa, acompañado de su joven vicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez. Con su renuncia pronta dejó al presidente expuesto en su desnudez política, lo que lo condujo a un fracaso estrepitoso. La economía ideada en tiempos de Menem terminó en desastre.

El hambre sobrevino. En el coro donde cantábamos, algunos amigos no tenían qué llevar de comer a su casa. Entonces se hicieron cargo de comprar barato comestibles a granel, los repartían en bolsas, para ellos sin cargo. Este tiempo arduo me demostró también que los argentinos podíamos, unidos, salir a flote, porque la solidaridad está en nuestra esencia.

Llegó luego el tiempo de Kirchner y se acentuó la división: "Ellos contra nosotros; nosotros los buenos y comprometidos, ustedes los vendepatria y golpistas". Cristina, aun cuando tomó algunas medidas sociales acertadas, se rodeó de aplaudidores, mientras se ocultaban cifras de una economía sin rumbo. Frutos de esos largos años: casi la mitad de los niños crecen en la pobreza y la grieta goza de buena salud.

Resumiendo, la mala política generó el desencuentro: "descartarnos", enfrentarnos, hasta eliminarnos, todo para poder acaparar Poder, perpetuarse en él y hacer sus negocios. Mientras tanto las personas, las familias y la comunidad, necesitan mejor salud, desarrollo integral, sentirse respetados y ser educados en todas sus potencialidades.

Resumiendo, he vivido varias décadas de luchas de argentinos contra argentinos: los iluminados y progresistas contra los retrógrados burgueses; los zurdos contra los fachos; los gorilas contra los revolucionarios. Siempre la simplificación denigrante para quien no piensa como yo porque en mi ceguera, contagiada desde las distintas ideologías, me siento yo y mi grupo, absoluto dueño de La Verdad. Y así las cosas no mejoran para nadie.

Los guerrilleros que se sentían superiores porque instalarían el paraíso sobre la tierra sudamericana, y murieron. Los soldados que en la selva tucumana fueron emboscados, y murieron. Los miles que fueron chupados desde el Estado y arrojados al río, dejando a sus familias destruidas. Los cesanteados de la Junta.

¡Cuántos compatriotas se exiliaron para salvar sus vidas, dejando casa, trabajo y proyectos truncos para siempre! Los cientos de conscriptos caídos en Malvinas, o del "General Belgrano", o los chicos de la desnutrición del NOA y el NEA que se criaron sin neuronas por la crisis de 2001, son una muestra de las vidas que nos perdimos, y de las mutilaciones que nos podemos seguir provocando como pueblo.

Urge que salgamos del enfrascamiento ideológico que nos impide ver y comprender los problemas reales, pensarlos en su complejidad entre varios y encontrar las salidas, porque a la Patria, que significa país de los padres, vale la pena seguirla construyendo.

Seguramente la lucha fratricida no continuará si nos comprometemos con otra política: para discutir y dialogar, valorarnos mutuamente y poner un freno firme, democrático, racional y desde las instituciones, al fanatismo, la estupidez, la violencia, la ignorancia y el odio, que solamente generan catástrofes. Entonces sí, un día, la Argentina será la Patria de todos.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.

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