La semana pasada se cumplieron 20 años desde que nuestro país autorizó el primer cultivo genéticamente modificado. Fue el ex secretario de Agricultura, Felipe Solá, quien habilitó el primer cultivo transgénico que existió en el mundo: la soja RR (resistente al Roundup, herbicida en base de glifosato elaborado por Monsanto). Desde entonces se han permitido modificaciones genéticas también para el algodón, el tabaco, el maíz y la papa.
En nuestra provincia, según comentaron especialistas, este tipo de cultivo no está muy difundido y solamente se encuentra a pequeña escala con la papa. De todas maneras, destacaron que la mayoría de los alimentos con componentes transgénicos se encuentran en los supermercados ya que muchos de ellos tienen entre sus componentes aceite o lecitina de soja que es transgénica.
“En Mendoza se ven muy poco los cultivos transgénicos, ya que se aplica generalmente en los productos que tienen gran valor económico, que se plantan a nivel mundial y a gran escala”, comenzó a explicar Alfredo Baroni, coordinador técnico del Instituto de Desarrollo Rural (IDR).
Lo que el experto contó que se puede encontrar en nuestra tierra son cultivos manipulados a través de cruzamientos de distintas variedades para obtener alguna nueva con alguna característica particular. “Se puede ver en nuevas variedades de frutales, en vid y hortalizas”, detalló y remarcó que son muy diferentes de los cultivos transgénicos en los cuales se toma un trozo del ADN de un gen y se lo remplaza.
Leandro Montané, secretario técnico del Iscamen, coincidió al señalar que en nuestra provincia son escasos los cultivos transgénicos.
“Ninguno de los eventos transgénicos liberados se han sembrado en la provincia a gran escala”, dijo. Su percepción fue confirmada por la coordinadora regional del Instituto Nacional de Semillas (Inase), organismo desde donde llevan un registro de la producción de este tipo de semillas.
“En Mendoza no hay producción en gran escala de semillas transgénicas; controlamos algunos ensayos de semillas de papa que es el evento que se liberó a fin de año”, relató Gabriela Estévez, coordinadora regional del instituto nacional. En ese caso la motivación fue buscar la resistencia a un virus que atacaba al cultivo y se realizó a pequeña escala.
Más en los súper
De todas formas, los mendocinos no nos encontramos tan alejados de los transgénicos. “Hay estudios que demuestran que más de 80% de los alimentos que se venden en los supermercados tienen partes transgénicas”, expuso Baroni y detalló que toda la soja que se produce hoy en día es transgénica y que el grueso de los alimentos de origen vegetal y cárnico tienen derivados de soja.
“Galletitas, alfajores, fideos secos, dulce de leche, entre otros, tienen aceite o lecitina de soja y en el caso de la carne a mucha se la alimenta con residuo de soja”, detalló.
Con respecto a los efectos en la salud que pueden provocar estos alimentos con modificaciones genéticas, reconoció que no hay pruebas científicas contundentes al respecto.
“Es difícil probar que es perjudicial porque hay mucho lobby por parte de las empresas, pero todos estamos consumiendo productos transgénicos por lo menos desde hace 10 años, lo que permite concluir que por lo menos en el corto plazo no tiene un efecto devastador”, expuso.
Para Montané, en el caso de los cultivos, los transgénicos no han tenido impactos negativos muy significativos. “Hay mucho de declamación e incluso si se hace un balance son más los impactos positivos”, resaltó. En cuanto a lo negativo habló del uso de glifosato. “Los mayores problemas surgen con las pulverizaciones aéreas sobre zonas de cultivos muy cercanas a centros poblados”, comentó.
La otra cara
En la otra vereda de los transgénicos aparece la agroecología, una forma de producir alimentos que busca utilizar las semillas naturales y evitar el uso de agroquímicos. En Mendoza, se trata de una tendencia creciente que cada vez gana más adeptos.
Un ejemplo de esta movida es la Bioferia, un proyecto que nació hace 10 años de la mano de productores locales y se desarrolla todos los sábados de 9 a 14 en el barrio Cano.
“Veníamos de una época del boom de exportar lo orgánico. Nosotros hicimos ese camino y no nos gustó ya que preferimos que el producto se quede acá”, recordó Azucena Pereyra que, junto a su familia, fue una de las grandes impulsoras de la iniciativa. “Fue un desafío porque había que diseñar el plan de producción para poder abastecerla y reunir un número de productores. Por suerte contamos con el apoyo de IDR”, narró la mujer que tiene una finca en Tunuyán.
En un primer momento fueron cuatro los productores y hoy en día ya cuentan con 25 stands entre los que se encuentran 15 productores y el resto elaboradores de productos afines. “Empezamos despacito y con el tiempo fue creciendo. Hoy, para la mayoría de los que participan, la feria representa 70% de sus ingresos”, destacó.
Para ella, este tipo de producción aporta a mejorar la calidad de vida de las personas tanto cuidando el medio ambiente, como apostando a la economía social. “Además los alimentos son más nutritivos, ya que tienen más cantidad del mismo nutriente”, subrayó.
Si bien allí no cuentan con la certificación internacional que les permita denominar como orgánicos a sus productos, llevan adelante periódicamente inspecciones participativas. “Se trata de visitas regulares a los sitios de producción con técnicos, otros productores y consumidores para comprobar cómo se está trabajando. Eso deriva en un informe que está disponible para el que lo solicite”, señaló.
Además de participar en la Bioferia, Ailén Pagliafora creó hace cinco años Siembra Diversa, un delivery de productos agroecológicos. “Organizamos un cajón básico para enviar dos veces a la semana: miércoles: Luján y Maipú; sábado, Gran Mendoza”, relató.
Para ella la primera diferencia de sus verduras con los que utilizan fertilizantes se encuentra en el sabor y en segundo lugar en que son más saludables. “Tenemos muchos clientes que están enfermos de cáncer y van a médicos naturistas que les prohíben consumir productos que tengan agroquímicos porque los perjudica ya que agudiza la enfermedad”, contó la joven.
Un mito que para ella es necesario desterrar, es que estos productos son más caros que los convencionales. “Hay productos que son más baratos, otros iguales y los hay más caros, pero lo fundamental es que se trata de mantener un precio justo entre el productor y el consumidor”, resaltó.
70% del país ocupado por cultivos modificados
Un informe de Greenpeace con motivo de los 20 años del desembarco de los transgénicos en Argentina señala que más de 70% del territorio cultivable está ocupado por transgénicos, principalmente con soja y maíz.
En el mismo, denuncian que la agricultura basada en semillas modificadas genéticamente y el uso masivo de agro tóxicos afectó la calidad del suelo cultivado, aumentó los costos de producción y puso en riesgo la salud de agricultores, comunidades rurales y consumidores.
“Esta tecnología de transgénicos venía con la promesa de usar menos agroquímicos, cuidar el suelo y alimentar el mundo, pero nosotros sostenemos que se logró todo lo contrario”, expuso Franco Segesso, coordinador de la campaña de Agricultura y Alimentos de Greenpeace.
Para la organización, la única forma de cambiar esta realidad es con una política de eliminación progresiva de los agrotóxicos y una política de apoyo a la agroecología.
“Es una práctica que se ha llevado adelante por miles de años y hoy hace falta darle inversión y recursos para investigación”, subrayó el vocero quien remarcó que no se trata de una utopía. “Hay muchos establecimientos agroecológicos en Argentina que han logrado grandes cosas con su propio impulso, por lo que con más apoyo podría llevarse adelante a gran escala”, aseguró.