La manipulación de lo cotidiano

Kitsch, Camp, Pop, Queer... son algunas de las categorías que se aplicaron a la novelística de Puig para tratar de atraparla en su especificidad. Todos extranjerismos, muchas cursivas y conceptos ampliamente teorizados y debatidos.  Lo que queda pendiente con Puig es reconocer su impronta nacional, su inserción y valor en el sistema literario argentino.

Quizás la pregunta que haya que hacerse para trabajar en posibles respuestas a este interrogante es la siguiente: ¿cómo se representa lo cotidiano, lo aparentemente banal e insignificante en la literatura argentina? ¿Cómo se sumerge y cómo se documenta en la literatura la intrahistoria, la vida que fluye persistente y silenciosa pero que no alcanza a ser parte de la Historia? Ricardo Piglia hacía un planteo similar para señalar el eje que lleva de Arlt a Puig, con la sombra terrible de José Hernández como custodia. Es la tradición argentina recogida y recortada a partir de una voz que habla: el canto de Martín Fierro, la voz remixada de Arlt, que plasma en su idiosincrasia anómala la diferencia de la historia, el coral espectáculo de voces de Puig, puestas en escena para observar la vida cotidiana a partir de la nube espesa del melodrama cinematográfico. En Hernández la voz inventa su propio canto (“aquí me pongo a cantar”) y fluye.

En Arlt, la aparición de la voz se vuelve descarnada y precisa en sus apariciones, se engasta como piedra preciosa dentro de un lenguaje escrito “literario” y ampuloso,  (“El farmacéutico se levantó, extendió el brazo y haciendo chasquear la yema de los dedos, exclamó ante el mozo del café que miraba asombrado la escena: RAJÁ, TURRITO, RAJÁ”). En Puig el concierto de voces se construye, como observaba tempranamente Piglia, “a partir de un oído finísimo para el lenguaje oral y una decisión experimental para narrar con técnica y formas que muchas veces vienen de otro lado y no de la tradición literaria propiamente dicha”. Las voces de Manuel Puig, recogidas y mostradas con prolijidad clínica, permiten observar cómo cuajan en la vida cotidiana los grandes “relatos” de la historia.

Develan con precisión las marcas de los discursos sociales circulantes, sobre todo los de clase, y de género: “Yo la vi a Alicita que se peina sola, se hace la raya sola, primero se tira todo el pelo para adelante, largo, lindo, que se dice cabello, pelo es para los hombres, o los animales, los animales no muy sucios, la Pirucha tiene pelos sucios, pero Alicita tiene cabello, porque es suave y no tiene rulos, que es más lindo”. Revelan aparentemente sin querer las claves de la trama social.

Pero limitar la obra de Puig al escenario nacional es injusto. Wong kar Wai, el cineasta de Hong Kong es quizá la voz más sorprendente, por excéntrica, que ha convocado la figura de Puig. En “Happy Together” (1995), además de brindar una adaptación libre de “The Buenos Aires Affaire”, Wong kar Wai pone en evidencia los modos de construcción del relato que caracterizan la obra del novelista argentino. Esta forma de contar, vinculada en las novelas con las técnicas de montaje y collage, vuelve de manera curiosa al cine.

Dice Wong kar Wai que su fascinación por Puig le hizo aprender a contar una historia, a esbozar el contenido y trabajar sobre todo la forma. El resultado visual de “Happy Together”, con ese Buenos Aires extraño y procaz que circunda la vida de los dos protagonistas sumergidos en el juego suicida de la dominación y el sometimiento, es una muestra cabal de la herencia estética de Puig: su quirúrgica manipulación para extraer sentidos de lo cotidiano.

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