La lengua frente a realidades nuevas

Hasta hace algunos años, la única forma de desarrollar una actividad empresarial era en forma presencial; hoy, prácticamente todas las tareas del mundo laboral, comercial, empresarial y educativo incluyen la posibilidad de ser realizadas a través de internet.

Así pues, cuando debemos referirnos a una empresa que cumple su quehacer de esta forma, aludiremos a una “puntocom”. La reciente obra de la Fundéu (Fundación del español urgente), “El español más vivo”, hace alusión a esta expresión cuando nos dice lo siguiente: “Se trata de un término ya maduro en español; ‘puntocom’ ha perdido la tonicidad en ‘punto’ para trasladarla a ‘com’, lo que da como resultado la pronunciación /puntocóm/, que es la base de la grafía de este neologismo.

Respecto a su plural, aunque el uso mayoritario es ‘las puntocom’, invariable, lo aconsejable es ‘las puntocoms’, terminado en ‘s’, de acuerdo con las normas académicas sobre la formación del plural”. Ello significa que escribiremos, por ejemplo, “Ese producto se vende únicamente en varias puntocoms”, escrito el término sin dejar espacio interior y sin colocar un punto entre sus dos partes.

Puede darse también un hecho similar cuando, primero, se conoce a alguna persona a través de una relación virtual y, luego, se toma contacto presencial con ella. En ese caso, se toman el verbo ‘desvirtualizar’ y el sustantivo ‘desvirtualización’, formados ambos a partir del adjetivo ‘virtual’, cuyo significado es “que realiza la misma función que la cosa real de que se trata”.

Estos términos nuevos no figuran en el diccionario académico, pero el uso ya los ha validado, por lo cual la Fundéu afirma que su utilización es adecuada, si se atiende a su formación totalmente correcta por el agregado del prefijo ‘des-‘ y de los sufijos  ‘-izar’ y ‘-ción’.

Hay una realidad que debemos enfrentar quienes ya no somos jóvenes: la discriminación por razón de edad. Para designar ese hecho, existe un vocablo aún no incorporado por el diccionario académico, ni siquiera en su edición más reciente del tricentenario: es el término ‘edadismo’, que figura en distintas fuentes consultadas en la red y acerca del cual la Wikipedia nos dice exactamente su  valor, con connotaciones negativas: “Se trata de la estereotipificación y discriminación contra personas o colectivos por motivo de edad.

Engloba una serie de creencias, normas y valores que justifican la discriminación de las personas según su edad”. También, como préstamo aún no incorporado, se da el vocablo ‘ageísmo’, adaptación al español del inglés “ageism”.

Otra versión, como la de la Comisión Europea, da el término como ‘edaísmo’, pero la Fundéu, en la obra ya citada, no lo considera conveniente porque se suprime la ‘d’ de la palabra ‘edad’, sobre la cual se forma. También se han acuñado otras palabras tales como ‘gerontofobia’, ‘viejismo’ y ‘etarismo’, cuyo valor negativo, aunque tampoco estén incorporadas a la última versión del diccionario académico, es posible dilucidar: ‘gerontofobia’ es “aversión a los ancianos”; ‘viejismo’ y ‘etarismo’, con el sufijo ‘-ismo’ ('actitud', 'tendencia' o 'cualidad') dan, respectivamente, idea de tendencia contra los viejos y la edad avanzada.

De vez en cuando, vemos avanzar por nuestras calles vehículos eléctricos; con la llegada de este tipo de autos, han aparecido también las estaciones de servicio con dispensadores que permitan recargar sus baterías: ¿cómo nombrarlas? Se podría designarlas con expresiones largas, tales como ‘estación de recarga de vehículos   eléctricos’ o ‘estación de servicio ecológica’; pero como son formas antieconómicas, se prefiere usar un acrónimo, al que se llega a partir de ‘electricidad’ y ‘gasolinera’, con el resultado final de ‘electrolinera’.

Todos conocemos a alguna persona que, obsesionada por su salud, busca en internet la descripción de enfermedades que cree o teme padecer.

La búsqueda incluye síntomas, efectos y posibles tratamientos. Esta obsesión se conoce con el nombre de ‘cibercondría’, vocablo que nace de la combinación del elemento compositivo ‘ciber-‘, que alude al mundo digital en general, e ‘hipocondría’, que designa la afección de aquellos que tienen una preocupación constante y angustiosa por su salud. También es posible nombrar la obsesión como ‘hipocondría digital’.

Quien padece esta afección puede designarse como ‘cibercondríaco’ o ‘cibercondriaco’, con doble posibilidad de acentuación, como sucede con ‘maníaco’ y ‘maniaco’ o con ‘policíaco’ y ‘policiaco’.

En este mundo tan inseguro en que nos toca vivir, ¿quién no fue víctima del robo realizado por veloces ladrones que, rápidamente, se alejan en moto con el botín arrebatado a un descuidado peatón? En lenguaje coloquial, decimos que nos asaltó un ‘motochorro’, pero ¿está aceptada esta palabra?

De las fuentes académicas consultadas, solamente encontramos en el Diccionario de americanismos el vocablo ‘chorro, chorra’, con la siguiente explicación: “Sustantivo y adjetivo, usado en Argentina, Paraguay y Uruguay, en el habla espontánea, como ‘ladrón o estafador’ “. Asimismo, el Diccionario etimológico del lunfardo, de Oscar Conde, trae la voz ‘chorro’ como variante fonética de ‘choro’, proveniente del caló ‘choro’, con el significado de “ladrón, ratero, descuidero”.

Sin embargo, nada encontramos del término que designa la modalidad del robo en moto, salvo en la ya mencionada Wikipedia, que consigna ‘motochorro’ como un neologismo argentino y paraguayo, usado para nombrar el tipo de acción delictiva que describimos; se completa la información con el ámbito del cual proviene (jerga policial) y con la primera fecha de registro en los medios (año 2007).

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