La idolatría del dinero y la riqueza

Cuando el ser humano apareció en la nave cósmica que llamamos Tierra, junto con él aparecieron el “ser más” y el “querer más”. Algo innato y típico de un ser consciente e inteligente que siempre aspira a más. Y eso está bueno.

La cosa se complica a la hora de desentrañar en qué consiste ser más y querer más. Todos conocemos los distintos ensayos, teorías y sistemas -culturales, sociales y económicos- que han marcado la historia de ese desentrañamiento.

Apoyándonos en el relato bíblico de Abel y Caín, hermanos ellos, y adentrándonos en el significado del homicidio perpetrado por Caín, la única explicación de aquella muerte infligida -explicación dada en el mismo relato- es que las tierras que cultivaba Abel daban mejores y mayores frutos que las de Caín. Conclusión: si Caín quería “ser más” y “tener más”, debía eliminar a su hermano y apropiarse de sus tierras. Fue lo que hizo.

Desde aquel entonces hasta hoy, y salvo algunos ejemplos ejemplares, los humanos -en mayor o menor medida- continuamos empantanados en el “afán de posesión”. Un afán que no tiene límites y que se lo ha intentado disfrazar con llamativas teorías. La que hoy está más en boga es la del “derrame” (perdón por el vocablo que nos remite a Veladero): mientras más se acumule, esa acumulación rebasará el vaso y se derramará sobre la sociedad. Claro, hay una letra chica que trampea la teoría: quienes acumulan son cada vez menos y con mayores riquezas. Siempre hay un “pero” para que el derrame se produzca. En verdad, ese derrame ni se produce ni nunca se producirá.

Para lo dicho, sirva como botón de muestra lo ocurrido días atrás: la empresa Bayer (alemana) compró la empresa Monsanto (norteamericana) por la significativa cifra de 66.000 millones de dólares, haciendo de Bayer la mayor empresa mundial en investigación y producción de químicos para uso humano y agroindustrial (incluidos los venenos, que esos sí se derraman sobre nosotros).   
Generadores de desigualdad

En todos los pueblos del planeta, las crisis de desigualdad e injusticia son provocadas por el saqueo de las finanzas públicas y el saqueo de los bolsillos de los ciudadanos por parte de un sector minoritario de la sociedad, en promedio un 10%. En realidad, un Estado de Derecho no puede existir mientras no haya democracia económica.

El Papa Francisco lo ha dicho claramente y en voz alta: “No queremos este sistema económico  globalizado que nos hace tanto daño. Hombres y mujeres tienen que estar en el centro (de un sistema económico) como Dios quiere, no el dinero. El mundo se ha convertido en un idólatra de este dios llamado dinero. Y esto no es un  problema de Italia y Europa (...) es la consecuencia  de la elección de un  sistema económico que ocasiona esta tragedia, que tiene en el centro a un ídolo que se llama dinero”.

Y Enrique Dussel agrega: “Si un cristiano es capitalista y si el capital es el anti-dios, dicho cristiano se encuentra en contradicción práctica”.

La novedad de Jesús en este tema es absoluta: la riqueza en sí misma no es mala o maldita sino que se convierte en tal cuando deviene en abundancia insultante de unos frente a la inhumana pobreza de otros. Jesús fustiga la riqueza (“No se puede servir a Dios y al dinero”) porque riqueza y pobreza son relacionales, no existe la una sin la otra, ricos y pobres existen interrelacionados: existen masas empobrecidas, porque existen minorías empobrecedoras. Hay un nexo causal entre ambas.

Jesús afirma, lapidariamente, que los que hacen del dinero el centro de sus vidas, son los verdaderos idólatras de hoy. No porque sí, Moisés destruyó el “becerro de oro” fabricado por los israelitas que estaban en camino a la tierra prometida.

El Dios de Jesús es un Dios de vida para todos, no un Dios de muerte como es el dios capitalista liberal, que fabrica cada vez más desigualdad e injusticia, más  hambre, enfermedad y  desempleo, más abismo entre ricos y pobres.

No hay riqueza inocente

Jesús habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama, espontáneamente, “dinero injusto” o “riquezas injustas”. Al parecer, no conoce “dinero limpio”. La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.

El sistema capitalista, liberal o neoliberal -como se lo quiera llamar- lleva en su seno una impiadosa genética: exacerba a límites extremos el egoísmo humano, el afán de poseer y el afán de lucro (que es bien distinto de la justa ganancia).

Y hablando de justa ganancia, ¿por qué los poderosos y ricos obtienen ganancias en sus emprendimientos y negocios, y los simples obreros deben conformarse con un sueldo que -muchas veces- no les alcanza para vivir un mes? Pues, precisamente por lo dicho: el sistema capitalista no podría “funcionar” sin ese trasvase, hacia el dueño de la fábrica o del negocio, de la parte que le corresponde al obrero o empleado en la riqueza generada.

¿Qué podrían hacer -si lo desearan- quienes poseen estas riquezas injustas?

Jesús les viene a decir: “Empleen la riqueza injusta en ayudar a los pobres; gánense su amistad compartiendo con ellos los bienes. Ellos serán vuestros amigos”.

En otras palabras: la mejor forma de “blanquear” el dinero injusto es compartirlo con quienes les han ayudado en sus empresas.

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