Juncal

Siempre supe que me dirigía a un lugar incierto, en busca de historias que estaban más cerca de la demencia que de la realidad. Pero también sabía que era casi inevitable que una exitosa carrera de periodista no se iniciara con algún episodio conmovedor y arriesgado.

Las apariciones en Juncal habían sido motivo de charlas de café y era hora de que un aventurero, con mucho tiempo que perder, recorriera los siete kilómetros de páramo para atraparlas en una cinta de grabación.

Sentí que podía.

Ayer me hice un tatuaje, los peces invertidos de piscis detrás de la oreja, y tenía un poco de dolor. Aun así, partí. Inicié el viaje. Iba a pelear mi destino y ése era el primer peldaño por conquistar.

En aquel desierto el calor asfixiaba, la polvareda era agobiante, el cansancio mi verdugo. Juncal distaba poco menos de siete kilómetros desde la ruta, por un pequeño camino que serpenteaba entre cardos y piedras que ingeniosamente burlaban las lagartijas en la siesta. El calor latigaba. ¿Es posible tanta eternidad?

Cerca de las siete llegué. La tarde fingía no conocerme, aunque se volvió roja como mi piel, como la sangre... Nadie me esperaba. No los culpé, no había encontrado forma de comunicarme con ellos. Me miraban. Mi tatuaje y mis ojos ardían.

El paisano es pícaro, tranquilo e inocente, pero también ignorante y desconfiado. Nosotros tenemos comodidades, codicia y arrogancia. El paisano su pobreza y su facón y ese mundo de alucinaciones que le envuelven la vida y lo conduce a ciegas por el rumbo del instinto.

Me arrimé a la mateada y aunque dudaban de mi propósito me ofrecieron un cimarrón. Traté de integrarme. Una rara sensación de hielo y arrebato aumentó mi soledad. Los sin nada se revisten de estrellas y se envuelven con la noche que los cobija en algún lugar de su helada presencia. Busqué un poncho para abrigarme y me senté.

Félix rompió el silencio. Cientos de andanzas y encrucijadas se mudaron a la ronda. Oí cada palabra.

- Era el mesmito demonio el que se me presentó la otra noche. Andaba caminando por dentre los cerros, cuando de repente vi una luz, allá lejos, tan juerte que me cerró los ojos. Despacio los abrí cubriéndome con la mano y jué ahí cuando lo vi. Lo tenía justito enfrente mío y lo pior... ¡Me llamaba el desgraciado! Con señas, así... ¡Y se reía bien juerte! Saqué el facón que llevaba a la cintura y lo enfrenté. Lo miré a los ojos, vomitaban fuego...

El viejo me miró fijo. Su muda mirada despedazaba la mía.

- ...Tenía las pupilas coloradas pero no me achiqué. ¡No señor! Le mostré el acero haciendo cruces mientras rezaba un Avemaría y le pedía a mi mama protección. Y jué que salió corriendo dentre la jarilla. ¡Créanme! Yo estaba dispuesto a atravesarlo con el cuchillo. 
- De madera tiene que ser, don Félix, el acero no le hace nada a mandinga...

- ¡Siete puñaladas y queda finadito! Desde que merodea estos pagos ni una raíz está viva y el cielo petrificado no deja caer ni una garúa pa´refrescarnos. Pero les juro que si vuelvo a ver esos ojos, le clavo el puñal entre medio…

Me miró desorbitado. Todos me miraron. Estaba cansado.

- ¿Y le vio la marca, don Félix? Dicen que mandinga tiene el 66 en su cabeza desde que Nuestro Señor lo echó de su presencia.

El viejo se quedó pensativo. La noche se espesaba y la luna plata era testigo. Mis ojos ardían. Pedí permiso y me tiré en el catre para dormir.

- El olor a ruda llena el cuarto. La luna nueva se esmera en acompañarme filtrándose entre las paredes de caña. Proyecta sombras. Siento que abraza mi idiotez y me susurra que regrese. Será cuando amanezca. Ahora cierro mi grabación. ¡Shhhh! Han dejado de murmurar y rezan. Sus siluetas agitadas danzan el ritual del ébano. Huelo azufre espeso, concentrado... ¡Barbarie! Los escucho cerca... ¡Don Félix!

¿Usted por ac...

"Será cosa de mandinga, historias viejas de mateadas montañesas, pero cuentan que desde una luna nueva, gracias al facón heroico de don Félix y las dagas decisivas de los paisanos, que reconocieron los ojos del mismísimo Satanás y lo enfrentaron, nunca más volvió la maldición al pueblo.

El cielo volvió a mandar sus aguaceros y la tierra reverdeció..."

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