Julio Chávez: maestro en la televisión y en el teatro

Brilla como un profesor de danza en la miniserie “El maestro”, que emiten El Trece y TNT, y también en la obra “Un rato con él”, donde comparte escenario con Adrián Suar.

Julio Chávez asegura que no puede evitar sentir envidia por los bailarines, porque "cuando el cuerpo manda, no es tan fácil rumiar mentalmente".

Para la serie "El maestro", que puede verse los miércoles a las 22.45 por El Trece y los jueves a las 22 por TNT, el actor debió tomar clases de danza clásica y empaparse de ese universo para ponerse en la piel de Prat, un bailarín retirado que se dedica a dar clases en una escuelita de barrio.

Pero la historia, escrita por los dramaturgos Romina Paula y Gonzalo Demaría y dirigida por el experimentado Daniel Barone, va mucho más allá del universo del ballet y se articula con la cotidianidad de los personajes dando forma a un entramado ficcional que pone el acento en los vínculos emocionales y en las relaciones entre ellos.

Así, desde el primer capítulos nos enteramos que el personaje de Chávez deberá hacerse cargo de un nieto al que no conocía, hijo de su hijo que fue detenido en el aeropuerto porteño por posesión de drogas el mismo día que llegaba a Buenos Aires desde Madrid, donde vivía.

También tiene una ex esposa (Inés Estévez) con la que se lleva pésimo y un gran amigo, socio, confidente y ex bailarín, encarnado por un también extraordinario Juan Leyrado.

Sin embargo, el vínculo principal sobre el que parece desarrollarse la trama es el que establece Prat con Luisa (Carla Quevedo), una bailarina empecinada en tenerlo como profesor y que, después de mucho insistir, logra que el maestro del título la prepare para la beca que pretende.

La bella actriz de 26 años que transitó gran parte de su carrera en los Estados Unidos, parece también tener las herramientas necesarias para hacer frente al duelo actoral que ya empieza a perfilarse.

-¿Cuál era su relación con la danza clásica antes de llegar a "El maestro"?

-Ninguna, nunca tuve relación con la danza clásica. Durante mi formación como actor, que fue bastante rigurosa, teníamos clases de clown con un especialista y entrenábamos en danza contemporánea con Freddy Romero, pero nunca tuvimos danza clásica.

-Es decir que usted también debió buscar un maestro para prepararse.

-Por supuesto, me preparó el maestro Raúl Candal, que hoy tiene 64 años pero sigue siendo uno de los grandes docentes de danza argentinos. En ese sentido, yo tengo un alumno interno que se pone contento cuando le presentan un maestro. El vínculo docente-alumno es entrañable; para mí resulta más constitutivo que el de un padre hacia los hijos, es más potente a nivel de límites, admiración, rigurosidad y enamoramiento. En el aprendizaje hay un hecho de seducción y todo esto se puede ver en la ficción.

-¿Tomó algo de sus clases de baile para componer al maestro?

-Sí. Una frase que me dijo Candal al empezar a entrenar fue: ‘Hay algo muy importante relacionado con la proyección, es preciso enseñar al bailarín a proyectar hacia la fila 20, porque a partir de esa hilera se sientan los que pagan la entrada. Me pareció extraordinario y lo metí rápidamente en el programa. Cuando te preparás para cierto rol, te llenás el bolso de cosas y esperás el momento mejor para usarlas.

-Como actor, ¿qué le impresiona del mundo de la danza?

-Lo primero es que, cuando el bailarín se está preparando, no se jode: uno advierte claramente cuando el cuerpo se acaba de mandar una trastada y luego pasás de ‘poder’ a ‘no poder’ en un segundo. Los actores tenemos una posibilidad de plasticidad sobre el punto de vista desde donde trabajamos: una escena puede interpretarse así, pero admite también otros modos. En el mundo de la danza clásica hay cosas que son así y no admiten ninguna otra forma. La impronta de no quejarse, de la templanza, signa ese universo. En cambio nosotros los actores realizamos pausas en los ensayos, hacemos mesa para conversar tal o cual detalle. Para los bailarines, la única mesa que existe es aquella usada por la gran Pina Bausch para bailar “Café Müller”. Hay algo relacionado con una decisión de gobierno sobre el instrumento muy exigente.

-¿Admira la rigurosidad?

-Sí. Envidio enormemente a los bailarines, sobre todo porque cuando su deseo grita ‘¡Quiero!’ rápidamente siguen en esa dirección y lo ejecutan. Cuando el cuerpo y la actividad mandan, no es tan fácil rumiar mentalmente y eso me parece muy atractivo.

-De todos modos, el rigor en la preparación de sus personajes es algo que todos elogian en usted...

-Bueno, pero quizá no debería ser así. Todos deberían preparar sus personajes con rigor. O acaso cuando un plomero va a una casa, por ejemplo, uno le dice: “debemos felicitarlo por el esmero puesto en la cañería”.

-Bueno, pero sabemos que no siempre todos ponen ese esmero, ni en plomería ni en ninguna otra actividad. ¿Usted cómo tomó el desafío cuando se lo propusieron?

-La propuesta me la hizo Adrián Suar, con quien también estoy trabajando en teatro en “Un rato con él”, una noche en la que estábamos cenando juntos. A la semana le dije que sí y ahí mismo me pues en contacto con Ricky Pashkus, coreógrafo y mi hermano del alma, para ver cómo podía prepararme. Soy un hombre grande, ya sé que si el proyecto no se concreta, por ahí me estuve preparando al pedo, pero al mismo tiempo sabía que si no comenzaba pronto a entrenar, no iba a llegar a tiempo. Yo lo hago siempre así porque ¿de qué otra forma se puede agradecer, sino, lo que la vida te da? El riesgo también es parte de un gusto.

-¿Cómo opera el riesgo en la actuación?

-Tomar un riesgo es un atributo de autonomía y un regalo, implica tomar conciencia de la dificultad y hacer algo con ella. Para “El maestro”, como soy un hombre de 61 años, necesité despertar el cuerpo a esta actividad: aunque mi ejército no está dormido, no tenía preparación para esa disciplina, del mismo modo que cuando filmé “Un oso rojo” (dirigida por Adrián Caetano en 2002) me puse a practicar boxeo porque el personaje lo exigía.

-¿Eso ayuda a convencer?

-Sí, seguro. Es el gusto del camelo, al escuchar: ¡‘Cámara, acción!’, una de las cosas más hermosas que tiene la actuación es poder encontrar un signo de ficción capaz de construir una ilusión.

Buscado por los actores

-Usted también es un maestro al que todos los actores buscan.

-Sí. Colaboro con la formación de actores, porque entiendo el proceso como un acto de autonomía donde operan grandes colaboradores, pero en el colegio, por ejemplo, sigue existiendo una cuestión: si no prestás atención, el tema no funciona, porque la capacidad de atender no te la puedo regalar. ¿Sentís gusto por meterte en una escena de Shakespeare y en el problema que conlleva? Si empezás a sentir ese placer, entonces considero que estás en mi espacio y puedo contagiarte algo de lo que creo. La admiración sola no implica la transmisión de algo importante.

Además de grabar "El maestro", Chávez comparte escenario teatral con Adrián Suar en la obra "Un rato con él", también dirigida por Daniel Barone y donde encarnan a dos medio hermanos, hijos de diferentes madres, que se reencuentran para el reparto de bienes al morir el padre de ambos.

-Su dupla con Suar se ha convertido en un suceso teatral. ¿A qué lo atribuye?

-A que es una obra transparente, sin elucubraciones raras y aunque no puede definirse totalmente como una comedia, tiene momentos muy graciosos. Pero también conduce lentamente al espectador por un camino de emociones y sentimientos. Es un teatro que se hace desde la vivencia, desde el cuerpo, más que desde la cabeza.

-La obra la escribió usted mismo. ¿Tuvo la intención de atraer a un público mayoritario?

-Sí, la escribimos junto con Camila Mansilla y la idea fue hacer una producción para atraer a mucha gente, un espectáculo que no ahuyentara al público e incluso que sedujera a personas que nunca antes habían entrado a una sala. Pero también quería una obra que sorprendiera y permitiera la reflexión. Creo que le resultado fue muy bueno y agradezco la sala llena todas las noches.

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