Juan Rulfo: el llanero en llamas

Era huraño, tímido y forjó en torno a su figura un misterio empañado de tristeza. Escribió dos obras maestras que revelaron profundamente la soledad y la historia latinoamericanas: “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”.

- Eh, eh, ¿quién eres tú?
- Tu amigo.
- Serás el Diablo.
- Ah pos tu amigo.
- Entonces ya te conozco, ya nos vimos.

Un anciano a contraluz cuenta el encuentro mágico en el desierto de Jalisco. Así empieza el documental que reconstruye los pedacitos de Juan Rulfo y que se llama, con encanto y sencillez, "Del olvido al no me acuerdo".  Para ese film, Juan Carlos Pérez Rulfo, hijo del escritor, viajó a los llanos jaliscienses en busca del origen de su familia paterna. ¿Quién fue Juan Rulfo? Nada lo describiría mejor que esos testimonios oníricos de los viejos habitantes de tierras secas, fragmentos imprecisos de leyendas y misterios, picardía y soledades. Allí nació el autor de "Pedro Páramo".

Asesinaron a su padre cuando él tenía seis años. Su madre murió apenas cuatro después, pero no pudo ir al entierro por las guerrillas de la zona. Vivió el final de su infancia con su abuela y después fue a parar a un orfanato en Guadalajara. “Yo sé que todos los hombres están solos, pero yo más”, le dijo una vez a Elena Poniatowska.

En el nombre del padre

"Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo. Mi padre se llamó Juan Nepomuceno, mi abuelo paterno era Carlos Vizcaíno, lo de Rulfo lo tengo por Juan del Rulfo, un aventurero [...] que llegó a México a fines del siglo XVIII".

Leyó sin parar. Estudió. Escribió cuentos para revistas. Sus primeros títulos fueron “Un pedazo de noche”, único fragmento que quedó de la novela “El Hijo del desaliento” y el cuento “La vida no es muy seria en sus cosas”. También amó la fotografía, cosa de escribir con imágenes.

Literalmente, dejó dos libros. Sólo dos. Como el minucioso y delicado trabajo de una araña de campo, hilvanó voces: “El llano en llamas” de 1953 y “Pedro Páramo” de 1955.

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, empieza la novela con fuerza profética. Así, Juan Preciado, el narrador, nos hace entrar en las profundidades de los hijos de nadie. A partir de entonces es escuchar, más que leer. Y el que nos habla está muerto.

Las voces de los difuntos que el personaje va encontrando en el camino condensan una niebla de rumores y murmullos. Juan Preciado nos envuelve en esa “acústica” porque ya ha pasado a formar parte de los fantasma. Ha prometido rastrear la verdad sobre su origen y, al hacerlo, ha pagado con su única herencia: la vida. Justo a la mitad de la novela, tras haber conocido a Doloritas, la vieja amiga de su madre, y haber empezado a escuchar las voces de los antiguos habitantes del pueblo, Juan se dará cuenta: “Es cierto, Dorotea, me mataron los murmullos”.

¿Cómo así una verdad de ultratumba podía revelar toda la soledad y la historia latonoamericanas? García Márquez alucinó: “Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante”.

Rulfo se convirtió en maestro de la narrativa revolucionaria. Después de ese par no volvió a publicar. Nada.

Murmullos y silencios

Luego del ‘55, se dedicó a la fotografía, los viajes, algunas conferencias. Y cuando le insistían sobre su silencio literario, él sencillamente lo justificaba con la muerte de su tío Celerino, quien “le platicaba todo”.

Según Reina Roffé (autora de dos biografías: “Juan Rulfo: autobiografía armada” y “Las mañas del zorro”) hay muchas leyendas y teorías sobre ese abandono: “Una es la que vincula su alcoholismo con su silencio editorial. Otra se reafirma en la idea de que dejó de publicar porque ya había dicho todo lo que tenía que decir y de forma insuperable en sus dos obras de ficción”. O quizá fue la fama y sus trajines, supone.

Su amigo, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, desliza una respuesta en la fábula “El zorro es más sabio”. Es así: un zorro escribe un buen libro y después otro mejor, y con eso le basta. Pero los otros le piden más, insisten. Él, astuto, se dice “lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”.

¿Qué necesidad de exigirle más? Para qué. Nadie, de una manera casi chamánica, nos hizo entrar en el desierto y la historia mexicana como él.

“Pedro Páramo” es clave para entender, además, las traiciones de la revolución mexicana. No sólo aludiendo a la contrarrevolución cristera sino también dentro de sus propias filas, con Pancho Villa fusilado y Emiliano Zapata asesinado.

Explicó Roffé, “el telón de fondo de Pedro Páramo lo constituye la revolución mexicana, la revuelta de los cristeros y los desmanes que causaron en los pueblos de Jalisco. Hay una preocupación social y política muy notoria, y un hilo emocional fuerte cuyo tensor principal es la soledad y el desamparo de los hijos que deben crecer huérfanos, sin apoyo de ningún tipo, en un mundo convulso, injusto, violento. Esto tiene mucho que ver con la historia personal de Rulfo, con su historia primigenia, la de su infancia”.

Juan empezó a escribir "Pedro Páramo" en marzo de 1954. Trabajó durante cuatro meses, depurándola. "Eliminé toda divagación y borré completamente las intromisiones del autor", confesó cuando la redujo de 300 a 150 páginas.

De los primeros 2000 ejemplares que se imprimieron al año siguiente, regaló la mitad. La primera tirada no había tenido mucha repercusión. Recién a mediados de la década del '60 empezaron a agotarse exponencialmente las ediciones, sobre todo tras su traducción al alemán. Cuando apareció la edición en chino ya se supo que era boom planetario.

Muchas veces, le preguntaron sobre el alcance de su texto. Él reflexionaba desde una aridez y soledad universales: “Es el relato de un pueblo: una aldea muerta, en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y sus campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio”.

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