Horacio Salgán, el tanguero del siglo

Falleció una verdadera leyenda de nuestra música popular y, al mismo tiempo, uno de sus primeros vanguardistas. Su obra, mundialmente conocida y elogiada, implicó una profunda renovación del tango. Todo lo que deja su rica historia.

Horacio Salgán, el tanguero del siglo

El pianista y compositor Horacio Salgán, una de las voces instrumentales más lúcidas que dio el tango y expresión de una estética musical compleja que reunió al mismo tiempo las posibilidades de una música porteña educada, refinada y a la vez atorrante, falleció ayer a los 100 años, informó la Academia Nacional del Tango, de la que era académico de honor.

Autor de composiciones emblemáticas como "Don Agustín Bardi" y "A fuego lento", Salgán no fue ni el más popular, ni el más estridente ni, acaso, tampoco, el más “vivo” de un ambiente que lo cargaba por no participar de los hábitos nocturnos de sus colegas.

A pesar de eso fue el que entregó su vida al estudio y a la música. Y el que consolidó un estilo. Decía: "Nunca me propuse tener un estilo ni hacer una renovación de nada. Lo que salió, salió espontáneamente porque así lo sentía".

Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán -y es obvio- no fue sólo tango. Irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico.

Primeros acordes

Nació en las cercanías del Mercado de Abasto el 15 de junio de 1916. Su padre tocaba el piano y la guitarra, de oído. Sin saber caminar, gateaba hacia el lado del piano y cuando se pudo parar, empezó a hacer sonar tímidamente sus teclas.

Comenzó sus estudios de piano en una academia de barrio y luego los continuó con los maestros Vicente Scaramuzza, Raúl Spivak, Pedro Rubione, entre otros.

Con tan sólo catorce años comenzó a tocar en un cine poniéndole música a películas mudas, hasta que fue convocado para tocar en la orquesta de Elvino Vardaro.

Luego de un fugaz paso por otros conjuntos, escribe su primer tango: “Del 1 al 5”. Por estos años ingresa a la orquesta del renombrado Roberto Firpo y recibe un encargo de Miguel Caló: un arreglo orquestal sobre el tango “Los Indios”, de Francisco Canaro. Ése fue el primer arreglo musical, luego vino una larga lista de indiscutidas genialidades.

Complementó sus estudios de piano con el saxofón y el contrabajo, forjando desde muy joven una sólida formación musical: el jazz, los ritmos brasileños, la música de las provincias y las obras clásicas constituían un solo ámbito donde Salgán construía de a poco su estilo y se movía con soltura.

Grandes músicos caminaban por entonces la noche de Buenos Aires, ninguno de ellos poseía una cultura musical tan vasta y una técnica tan educada.

En 1944 formó su primera orquesta típica, la cual se caracterizó muy pronto por convocar a un público muy particular: casi todos los que iban a escucharlo eran músicos, muchos de ellos, consagrados. Así, las presentaciones de la orquesta se transformaron casi en una misa a la que concurrían inspirados músicos de la bohemia porteña.

“Íbamos a escuchar a Salgán porque ese sonido nos hacía bien a todos”, contaba, décadas más tarde, Leopoldo Federico. Al inigualable estilo de Salgán, se sumó una voz que parecía venir de otro mundo, de algún rincón umbroso y sagrado escondido en el corazón de la tierra: Edmundo Rivero.

Las particulares interpretaciones del pianista y la voz grave del cantor, diferente a los tenores a los que el público estaba acostumbrado, hicieron que el director artístico de Radio El Mundo sentenciara que “la orquesta era rara y el cantor imposible”.

Así fue como los despidieron de la radio alegando “que Rivero cantaba mal y que Salgán tocaba peor”. Sin duda, ambos se habían adelantado a su tiempo.

Tres años duró la orquesta y se disolvió  por falta de estímulos. No dejó grabaciones ni tuvo una gran repercusión popular. Habían venido a desempeñar otro papel en la historia de la música.

Formó su segunda orquesta en 1950 la cual duró sólo hasta 1957. Contando con las voces de Oscar Serpa, Jorge Durán y Ángel Díaz, y a dos años del comienzo, llega, casi por un evento fortuito, un chofer de colectivos de la línea 219. Su cabellera rubia lo había hecho merecedor de un apodo: “El Polaco”.

¿Su nombre? Roberto Goyeneche. Debutó en la orquesta del maestro, en el local “Tango Bar”, cantando “Alma de loca”. El Polaco “daba unas vueltas en el colectivo y otras con la orquesta”, recordaría Salgán años más tarde, aludiendo a la doble profesión de Goyeneche.

Deambuló por distintos locales como solista de piano, otras veces  acompañado por el bandoneonista Ciriaco Ortiz, hasta que en 1957, ya disuelta su segunda orquesta, se jugó otra carta fuerte del destino: surgió la ocurrencia de tocar con el eximio guitarrista –recientemente fallecido- Ubaldo De Lío.  Ese fue el comienzo de un dúo exquisito que perduraría por décadas.

Entrando en los años ’60, tiempos difíciles para el tango, cuando otros ritmos conquistaban públicos masivos y las grandes orquestas típicas se encontraban en extinción, surgió otra idea: un quinteto. Pero no fue cualquier quinteto, fue uno de los conjuntos más pulidos y prestigiosos de la historia de la música nacional.

El Quinteto Real nació casi diríamos por una circunstancia azarosa, pero terminó reuniendo a los mejores. Giras por Europa, tres viajes a Japón... el público había quedado cautivado.

En magnitud y profundidad, junto con la revolución de Julio De Caro y la de Ástor Piazzolla, se ubica la obra de Salgán. Su estilo es único. Fue moderno en los cuarenta, y en nuestros días lo sigue siendo. Su música no ha muerto ni morirá.

Télam, y “Horacio Salgán, el último de los legendarios”.

Admiradores mendocinos

Ángel Bloise, locutor de radio

“Lo vi varias veces tocar en vivo. Justamente hace poco en La Falda conocí a su hijo, César y me contó que estaba muy agradecido por la infinidad de homenajes que le estaban haciendo a sus padre.

Horacio fue un renovador del tango, aunque sin perder la esencia, agigantándose en una época anterior al paradigma de Piazzolla, ya que su orquesta siempre sonaba muy bien.

Se diferenciaba del resto porque su forma de hacer el tango sonaba distinto desde su rol de pianista, ya que carecía de una impronta marcadamente milonguera. Además, dirigió a muchos vocalistas, entre ellos al gran Roberto

Goyeneche y su Quinteto Real, un gran acontecimiento musical en su tiempo.

Más allá del género, Salgán dignificó no sólo al tango, sino toda a la música.

Nicolás Sosa Baccarelli, investigador del tango y escritor

“No se puede pensar en la muerte de un hombre del porte, del vuelo, de la genialidad de Horacio Salgán, más que como un burlesco arrebato. Tenerlo entre nosotros, con sus cien años a cuestas, con toda su música, su maravillosa y revolucionaria música, era un glorioso privilegio. Se nos fue un hombre insustituible que nos legó un apasionante modo de comprender el tango, de disfrutar la música; un pianista eximio, un músico inigualable, un hombre a quien nombrábamos repletos de admiración, cariño y orgullo, Horacio Salgán, Maestro de todos. Nos queda su obra, una estrella blanca que nos señalará siempre hacia dónde navegar. Y el recuerdo de sus manos saltarinas, de su tarareo ensimismado, su delicado humor, su modestia inquebrantable. Entró a la muerte tal como vivió: caballero, humilde, genio y luminoso. Así lo recordaremos. Siempre”.

Lucas Galera, bailarín

“Entre el 99 y el 2000 tuve una experiencia genial: hice una rutina de baile con mi compañera Paula Rubín mientras el mismísimo Salgán tocaba con su orquesta. La música allí -en el salón Torquato Tasso - vibraba, era perfecta para acomodar los pasos. Todo su oficio y talento envolvía, atrapaba y para los bailarines sonaba como la música perfecta. Fue toda una sensación”.

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