Honrar la vida

Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Eladia Blazquez, que se fue a cantar tangos junto a Piazzolla, Pichuco y el Polaco hace poquito,  es una de las compositoras más talentosas del canto nacional. Ella tiene, entre sus muchas canciones, una que rescato por su mensaje, se llama: “Honrar la vida”.

Creo que todos estamos de acuerdo con la propuesta. Si yo ahora salgo a la calle y paro a cualquiera que ande caminando por la vereda del canal y le pregunto a boca de jarro: - ¿Usted cree que hay que honrar la vida? – Seguramente el tipo me contestará: - ¡Eeeeh! Pero claro, amigo. ¡Mire la pregunta que me hace! Por supuesto que hay que honrar la vida. Aprovecho la oportunidad que usted me brinda para mandarle saludos a Yolanda – cosa que estaría demostrando que me confundió con Pocho Sosa.

Sí, todos estaríamos de acuerdo en honrar la vida. Pero ¿sabemos que es honrar? A ver intentémoslo: honrar la vida es respetarla, respetar a cada semejante como lo que es: un objeto de creación único e irrepetible, una maravilla con dos patas que es muy difícil conseguir en todo el universo; si alguno lo quiere, un socio minoritario de Dios, pero un socio al fin.

Honrar la vida es estimarla, apreciarla en todo su valor, que va más allá del valor individual, el todo no es lo mismo si le falta uno, el plural tiene sentido si existe el singular, al conjunto se le cae el “con” con uno sólo que no pueda estar junto.

Honrar la vida es comprometerse con el “nosotros”, no quedarnos con “eso no me pasa a mí”. Si un hermano está sufriendo, si un hermano está soportando una injusticia, si un hermano cae en las pozos que cavan los poderosos y no puede salir, no le está pasando eso solo a él, nos está pasando a todos.

Honrar la vida es no hacerle caso a las instrucciones mezquinas que inventaron los que se creen vivos: sálvate solo, no te metás, hacé la tuya. Al contrario, honrar la vida es entender que se trata de que nos salvemos todos. Si uno se salva solo ¿a quién le va a contar que se salvó?

Honrar la vida es admirarla, es considerar que el otro es el que tira del mismo carro, el que pisa el mismo barro y el que sonríe ante el mismo horizonte, y que por todas esas sencillecez humanas queda justificado el carro, el barro y el horizonte, y el camino, y el paisaje, y el sol, y todo el futuro.

Honrar la vida es sentirse orgulloso por ella, por la que nos ha tocado en suerte representar y por la que asumen los otros, a pesar de que a veces lo más peligroso que tiene la vida es vivir.

Honrar la vida es no desentenderse, no ser indiferente, ante el reclamo, y el dolor, ante el infortunio y la idea, ante el silencio o el grito.

Nadie pasa por nuestro costado como una cosa, pasa como una vida. Nadie que esté tirado en la calle merece como respuesta los pasos rápidos que se alejan para evitar un problema

En cada acto, en cada acción, en cada contacto con otro, en las menudencias de todos los días se puede honrar la vida, con un agradecimiento, con la palabra cumplida, con la solidaridad a flor de piel, con el compromiso de darse por los demás, con una caricia, poniéndonos encima de todo traje, la camiseta de los buenos.

Honrar la vida, es honrarnos, es no dejar que la vida sea resuelta por un decreto, ni por una sentencia, ni menos, ni mucho menos, por un gatillo. Honrar la vida es simple y sencillamente, es ratificar que Dios, al crearnos, no se equivocó.

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