Honestas administraciones de gobiernos mendocinos del siglo pasado

Honestas administraciones de gobiernos mendocinos del siglo pasado
Honestas administraciones de gobiernos mendocinos del siglo pasado

Los ciudadanos mendocinos, que vivieron épocas de respeto y seguridad, disfrutaron los beneficios de períodos gubernamentales de funcionarios provinciales honestos, encariñados con Mendoza y que trabajaron incansablemente para entregar lo mejor de su inteligencia, capacidad y experiencia, como ejemplo de una honestidad administrativa que lamentablemente terminó a mediados del siglo pasado.

Eran períodos gubernamentales programados para ofrecer los servicios elementales, como ejecución de obras públicas y cuidado de la salud del pueblo mendocino, metas que cumplieron vecinos con principios políticos, profesionales, empresarios y modestos colaboradores que se distinguían por su honestidad y que sirvió de base para impedir gestiones corruptas y reelecciones negociadas para mantenerse indefinidamente en cargos electivos ignorando las leyes, la opinión de contribuyentes, electores o la ciudadanía mendocina.

En Mendoza era normal que los funcionarios que cumplían su mandato volvieran a ejercer su profesión u oficio, tareas privadas o asumir la dirección de una empresa.

Fueron años de orden, seguridad y estabilidad que permitían que los mendocinos nos desarrolláramos y creciéramos en un ambiente de paz y respetuosa cordialidad. No era habitual, tal como sucede hoy, que se protagonizaran enfrentamientos por imprevistos en el tránsito, en justas deportivas, etc.

En general había un concepto de que Mendoza era una provincia atractiva por su orden público y ciudadano, que era bien administrada públicamente por vecinos pertenecientes a diferentes partidos políticos, respetuosos de las diversas opiniones, y que el hecho de no ser correligionarios no los convertía en enemigos.

Estaba considerada la ciudad más linda y limpia del país, y se lo tenía bien ganado. El agua corría permanentemente por sus acequias, con lo que el arbolado se mantenía en perfecta salud; la limpieza de las calles y veredas era responsabilidad compartida entre las vecinas y la Municipalidad; una “sociedad” perfecta que daba brillo y generaba admiración en todos quienes nos visitaban. Las calles que carecían de pavimento eran regadas por la comuna para evitar que se levantara tierra al paso de los vehículos.

A nivel nacional, el concepto generalizado era que Mendoza estaba ejemplarmente administrada.

Luego del golpe de Estado de 1930, el general Agustín P. Justo autorizó a los interventores provinciales de facto a convocar a elecciones para que el pueblo decidiera democráticamente por quién querían ser gobernados. (Me permito compartir con el lector el recuerdo de quien fuera en aquellos tiempos un joven publicista.

El slogan que se utilizó en la campaña de radio, diarios y afiches en la vía pública en favor de la candidatura del doctor Roberto Ortiz 
-quien finalmente sucedería a Agustín P. Justo- rezaba: ¡Si Dios es "Justo", Ortiz será presidente!).

Con la reorganización de los partidos políticos, hubo una sucesión de gobiernos respetuosos de las leyes, administraciones de orden y responsabilidad. Se realizaron obras públicas de avanzada; aún perduran y las últimas generaciones de mendocinos desconocen sus orígenes.

Para mencionar sólo algunos: la Casa de Gobierno, numerosos edificios para escuelas, hospitales públicos, caminos, puentes, diques, plazas y paseos públicos.

Todos estos avances eran encarados por políticos, profesionales, empresarios y vecinos que, por cariño a su provincia, trabajaron incansablemente, con tan probada honestidad que no daba lugar a una mínima sospecha de que pudieran prestarse a chanchullos políticos. La reelección no existía y los funcionarios se retiraban con igual patrimonio personal y, en muchos casos, con menos.

Impuestos y servicios mantenían sus valores gobierno tras gobierno. No existían aumentos sorpresivos. Por lo general las gestiones se cerraban sin déficit y sin haberse embarcado en “préstamos”. Recuerdo que la nafta costó 20, 23 y 25 centavos el litro durante años; cuando aumentaba, lo hacía 2 ó 3 centavos y era a causa del incremento en el precio del petróleo a nivel internacional.

La mayoría de los productos de consumo primario también mantenían su precio de año en año. Los comerciantes concedían las compras en cuenta corriente, a sola firma sin necesidad de garantes. Los almacenes se manejaban con la clásica libretita de hule negro.

Fueron años en los que reinaba la gente honesta, respetuosa; la palabra en sí misma era un compromiso sagrado. No lo he soñado, ¡lo he vivido!

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