Gorriones

Ahí vienen los gorriones, son como diez, no tienen un orden preestablecido, van de una mesa a otra, saltan de una silla a otra, se detienen para observar la situación. Cae una miga, rápidamente uno la recoge y se la lleva al pico mugriento. Casi no emiten sonido. Apuran el vuelo hasta una media medialuna, una masa seca mordida o restos de un tostado.

(Cantan recién cuando el café ha quedado atrás, cuando el peligro ha pasado. Juguetean, creo que porque algo de niño les queda en el cuerpo. Pero esa semana no, esa semana no cantarán, sus plumas llevan, además de mugre, un apurado luto por la muerte confusa de un hermano en un canal).

Uno de los mozos agarra un trapo para correrlos. Esgrime su trapo amenazante y lo hace sonar en su mano. Los gorriones lo miran sin mirarlo. Saben que no se atreve, que no es el lugar ni el momento, que algún cliente se compadecerá de ellos e impedirá los golpes en el espinazo y en las plumas. La verdad es que sería un escándalo de gritos, y plumas y graznidos.

Ella quiso detenerlo con una pregunta inútil, ningún otro cliente se apiadó de la suerte de los gorriones. Justo cuando estaba por extender su mano para llamar al mozo que tensaba el trapo como para ahorcar a alguien, fue otro mozo el que lo detuvo, lo agarró del brazo y le susurró algo al oído.

Un gorrión escucha la sirena, otro espía por sobre el ala.    Ya llegan, ya se acercan a los gorriones. Los gorriones se avisan, el móvil se detiene. Un policía baja masticando bronca, ya se van los gorriones, el policía no apura el paso, ya no están.

Lo único que han dejado sobre las mesas son algunas estampitas y tarjetas que nadie regala.

Ya doblan a la esquina, ya cuentan las monedas, ya ocultan la mitad, ya desaparecen.

A medianoche (de Geografía de la villa y Cuentos prescindibles, 2015)

Los barrenderos cantan tonadas hundidos en las acequias, como los negros cantaban blues en el Misisipi. (Unos perros que hacen un coro lamentable cuando se les ocurre). Los perros con una sarna interminable pegada a la piel finita y los barrenderos con las espaldas destrozadas por un sueldo miserable. Unos cantan y otros ladran en las acequias en las que mañana jugará algún niño.

La mayoría de ellos, perros y barrenderos, vienen de la villa o van a la villa o vinieron a la villa y ahora limpian nuestra respetable basura.
Algunos vecinos, tan caritativos, les ahorran trabajo y van a la villa a tirar la basura por sus propios medios. Más tarde ellos, barrenderos y perros, buscarán entre la basura de la villa y en el basurero su almuerzo y su abrigo.

El basurero es el paraíso para las cosas que van a parar a él, y si tenemos suerte, quizás para nosotros también haya un basurero esperándonos y le diremos paraíso porque fuimos entrenados para eso.

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