Ganar o no, pero nada de concesiones

Últimamente parece imposible que las partes contendientes intenten discutir temas de interés general buscando los puntos en común. Así no se conduce un país, se lo arruina.

Por Thomas  L. Friedman - Servicio de noticias  The New York Times © 2016

Quienquiera que diga que no tiene importancia si esta elección la gana Donald Trump o Hillary Clinton, necesita revisarse la cabeza. El daño que Trump podría hacerle a nuestra nación con su mezcla de lasitud intelectual, imponente desconocimiento estratégico e imprudente impulsividad está en una categoría propia. Hillary tiene algunos problemas personales de ética que necesita enfrentar, pero tiene las habilidades para ser presidente.

Sin embargo, lo que más me interesa actualmente es una cuestión diferente. No es quiénes son ellos, nuestros políticos. Es quiénes somos nosotros, los electores.

Para ser específico: ¿acaso ahora todos somos solo chiíes y suníes? Nuestra política nunca se asemejó más al conflicto sectario en Oriente Medio, entre estas dos ramas del Islam, y eso no es bueno. Debido a que, se hable de chiíes y suníes -o de iraníes y saudíes, israelíes y palestinos, turcos y kurdos-, una simple regla binaria domina su política: “Yo soy fuerte, ¿por qué habría de transigir? Yo soy débil, ¿cómo puedo hacer concesiones?”.

Con raras excepciones, la política de Oriente Medio es tan solo un juego de sube y baja entre esos dos modos de pensamiento de suma cero, de domina o muere. Rara vez, en últimas fechas, se detiene cualquiera de las partes para buscar o forjar puntos en común. Es solo: yo soy fuerte, así que no tengo que ceder nada, o soy débil, así que puedo ceder. Se puede ver lo bien que eso les ha funcionado.

La semana pasada se informó que si bien algunos oficiales del Partido Republicano (GOP) pudieran votar por Hillary, ellos ya están trazando planes “para frustrar una agenda de la presidenta Hillary Clinton”. Los liberales ya están advirtiéndole a Clinton que no lleve republicanos a su gabinete o explore alcanzar un punto medio con ellos. Que tenga buen día.

Ese tipo de pensamiento sectario y tribal, reforzado por gente de izquierda y derecha de medios sociales encargada de hacerlo valer, manipulaciones y gigantescos financiadores de campañas, le da a uno el lamentable espectáculo del presidente de la cámara baja Paul Ryan, diciendo, sin sentido de vergüenza, que los pronunciamientos de Trump son un “ejemplo de manual” de racismo, pero de cualquier forma él apoya a Trump.

Y nos da el lamentable espectáculo de subalternos de Clinton doblándose cual pretzel para defenderla, aun cuando salta a la vista que, como secretaria de Estado, acogió un patrón de darle a grandes donadores de la Fundación Clinton acceso preferencial a ella como secretaria de Estado.

Los chiíes se mantienen con los chiíes. Los suníes permanecen con suníes. Es: domina o muere, muchacho. Nada más importa.

Eso no siempre es cierto en otros caminos de la vida. Acabamos de recibir esa lección en las Olimpíadas. La corredora estadounidense Abbey D’Agostino tropezó con Nikki Hamblin de Nueva Zelanda desde atrás en la ronda de calificación para los 5.000 metros, enviando al suelo a ambas dando tumbos muy poco antes de la meta. La AP informó: “D’Agostino se puso de pie, pero Hamblin solo estaba ahí tirada. Parecía que estaba llorando. En vez de salir corriendo para alcanzar a las demás, D'Agostino se arrodilló y puso su mano sobre el hombro de la corredora neozelandesa, después la rodeó con sus brazos para ayudarla a ponerse de pie, y suavemente la exhortó a no rendirse”. Se abrazaron en la meta.

Contrastemos eso con el judoca olímpico de Egipto, quien, bajo presión de su sociedad, se negó a estrecharle la mano a su oponente israelí. ¿Y cómo le está yendo a Egipto últimamente? Flotando a la deriva.

Sí lo sé, la política no es algo simple. Es sobre ganar. Pero, también es sobre ganar con un mandato para gobernar. Y justo ahora, todo sugiere que los siguientes cuatro años serán justamente como los últimos ocho: una estancada y tóxica guerra civil, suní-chií, demócrata-republicana, con escasa búsqueda de puntos en común. Así no se conduce un gran país, se lo arruina.

¿Cómo vamos a mejorar el programa Obamacare? ¿Cómo invertiremos en infraestructura? ¿Cómo recrearemos el acuerdo sobre inmigración que probaron unos pocos republicanos y demócratas valientes en 2013? ¿Cómo obtendremos una reforma fiscal de tipo corporativo, una política para el impuesto de carbono y alguna política fiscal que necesitamos con tanta desesperación para impulsar la economía y controlar el déficit?

No hay duda de que republicanos durante la presidencia de Obama fueron pioneros y perfeccionaron esta política de tierra quemada y han pagado un precio por eso. Ellos permitieron que los manipulara un grupo de parlanchines inflexibles de los programas de entrevistas radiales, ideólogos de centros de análisis estratégico a sueldo de una u otra industria, gente del noticiario de Fox que no sabe nada y un extremo de la llamada derecha alternativa que, juntos, envenenaron a grado tal el jardín del GOP que una especie invasiva, Donald Trump, acaba de tomarlo. Eso constituye incluso mayor razón para que Clinton haga un acercamiento, en el momento indicado, y vea si alguno de ellos ha aprendido la lección. De lo contrario, no hay forma alguna de que ella logre hacer algo grande. Tenemos que cortar esta fiebre.

Será una tragedia si republicanos de centro-derecha concluyen que su único problema es Trump y que, una vez que él se haya ido, el GOP será suyo de nuevo. Su partido ya terminó. Ellos tienen que volverse ya sea demócratas conservadores o redefinir un GOP responsable de centro-derecha... con una base diferente. Sin embargo, sería igualmente triste si Clinton desperdicia la oportunidad de una victoria potencialmente sustancial, lograda con algunos votos republicanos, para reconstruir el centro político en Estados Unidos.

Como estadounidenses, alguna vez fuimos convocados por nuestra política para ser participantes de una carrera a la Luna. En últimas fechas, hemos sido convocados por nuestra política para convertirnos en espectadores en una carrera al fondo. Podemos hacerlo mejor, y debemos.

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