Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes
Todo el sistema futbolero se sostenía y se sostiene, desde luego, en que el ‘clú’ es un sentimiento, no puedo parar. Lo que justifica, además, los cantitos xenófobos, la venta de fruta en tribunas y plateas, la violencia apenas mitigada por la prohibición -única en el mundo, según creo- de hinchas visitantes, la despiadada lucha por el poder entre sectores internos, el poner y sostener a reconocidos delincuentes a cargo de la comisión directiva de los clubes y de la propia AFA, y una infinidad de barrabasadas más, siempre justificadas en la pasión nacional y la defensa de los sagrados colores de la institución. ¿Les suena, ahora?
El fútbol argento, como todo el país, se sometió por un cuarto de siglo a un proceso de demolición deliberada que, al destruir las despreciables instituciones republicanas, dejó florecer y prosperar a las tres instituciones populistas que proliferaron por décadas en la Argentina nac&pop: la mafia, la caja y la patota. Clubes, AFA, comisarías, sindicatos y organizaciones estatales, desde la oficina barrial hasta la cima del Poder Ejecutivo. Una mafia a cargo de una caja y una patota que se ocupa de custodiarlas. Instituciones que llevó décadas de trabajo y de lucha construir vaciadas por lúmpenes que se envuelven en sus banderas y te cantan, de seguido, el Himno Nacional y la marchita del club. Cortoplacismo, inflamación retórica, superficialidad, violencia verbal y de la otra; manoteo, afano y discursos sobre el amor a los colores y la solidaridad. Su emblema mayúsculo fue la barra brava, esa asociación delictiva que se autojustifica en la defensa de los trapos. Eso quisimos. Eso toleramos. Eso votamos.
No es un lamento de snob. Me gusta el fútbol y trabajé en el ámbito del deporte por veinte años. Viví en Italia y en España, países futboleros como pocos, pero nunca vi nada igual. En este cuarto de siglo peronista, el fútbol pasó de ser una pasión de los argentinos a transformarse en una religión, con sus dioses, sus sacerdotes y sus encargados de recolectar el diezmo. En todos los ambientes sociales argentinos el fútbol alcanzó el grado de primer tópico de las conversaciones, mientras la violencia futbolera se hacía un fenómeno incontrolable y la barra brava era entronizada a modelo para la juventud. “Esos tipos parados en el paraavalanchas con las banderas que los cruzan así, arengando... Son una maravilla... nunca mirando el partido, porque no miran el partido. Arengan y arengan y arengan. La verdad, mi respeto para todos ellos”, dijo una vez la presidente.
En el discurso político del kirchnerismo no faltó tampoco la justificación de la violencia: “Hay cada ‘bombeada’ que no se puede creer. Y la verdad que cuando hay bombeada la gente se indigna y hasta el más pintado, el más educado, por ahí se manda un macanón... Quería realmente hacer justicia con miles y miles de gentes que tienen una pasión que los ha convertido en un verdadero ícono de la Argentina. A mí me gusta mucho la gente pasional”. Fueron palabras de la presidente de la Nación, un aval explicito para “verdaderos íconos de la Argentina” como Marcelo Mallo, barra de Quilmes y jefe de Hinchadas Unidas, eternamente investigado por sus múltiples vínculos con Aníbal Fernández y los Lanatta, los hermanos homicidas del Triple Crimen que alegraron el primer mes de gobierno de Cambiemos con la fuga más extraña del planeta.
Durante la Década SaKeada, la barra-brava fue erigida a objeto de culto y a modelo de comportamiento social. Los jóvenes argentinos de todas las clases giran hoy por las calles imitando su vocabulario prostibulario y sus cantos guturales, copian su elección del fútbol como tema monopólico de conversación, adoptan su nivel de agresión verbal y hacen propios la cumbia villera y el rock chabón como sus músicas. La barra-brava, convertida en modelo de comportamiento aceptado por la sociedad. El kirchnerismo lo hizo, con el apoyo del peronismo, experto desde siempre en su uso como fuerza de choque de la política y los sindicatos.
Pero no fue exclusividad del fútbol. El modelo barra brava se expandió al conjunto de las organizaciones sociales de la Argentina. Llegó a las cárceles en el formato “Vatayón Militante”; a los sindicatos, que se acostumbraron a dirimir el liderazgo de la CGT en pintorescos tiroteos entre la barra de la Uocra y la de Camioneros; a las organizaciones barriales y piqueteras, convertidas progresivamente a la religión del cadenazo y el piedrazo protegidos por la máscara y el bastón. ¿Y qué cosa fue el gobierno kirchnerista sino la versión superadora de la barra brava, con sus declamaciones de amor a la camiseta nacional y su conducta patotera y mercenaria? ¿Qué es el “Roban, pero defienden los Derechos Humanos” sino la versión traducida al lenguaje estatal del “Son violentos, pero defienden los trapos”?
Allí estamos aún. De allí venimos. Ojalá se corte el Fútbol para Todos y los privilegios impositivos. Ojalá la AFIP vaya por todo y haga respetar la ley, y los que delinquieron paguen con la cárcel. Y si algún beneficio excepcional reciben los clubes de fútbol por su contribución al deporte no profesional y a la agregación social, que la devuelvan respetando en sus estatutos los principios republicanos del país: división de poderes, representación de la oposición en los cuerpos directivos, agencias de fiscalización de la gestión, elección directa de representantes (incluido el presidente de la AFA) y transparencia en el uso de los recursos de todos. Ojalá que así sea, o que el abismo impositivo se trague a los responsables de una buena vez, que para otra cosa se necesitan los recursos estatales en este país.
Para leer la primera parte: http://www.losandes.com.ar/article/futbol-argento-metafora-de-un-pais