En Mendoza, 300 personas viven en la calle

Son las que fueron atendidas por el Gobierno durante el año, aunque reconocen que puede haber más. Una problemática que se agudiza en estos días de bajas temperaturas.

Basta con observarlo y cruzar unas palabras con él para caer en la cuenta de que en realidad, la vejez que aparenta no es tal. Juan Carlos Suárez tiene 62 años, una edad en la que muchos adultos mayores aprovechan para seguir proyectando metas y disfrutar de la vida.

Pero no es su caso: al igual que cientos de personas que desde que comenzó el año han recibido ayuda del Gobierno debido a su situación de vulnerabilidad extrema, el hombre vive en la calle.

Su comida es la que puede conseguir, esa que sale de alguna mano condescendiente o que a duras penas compra con algunas monedas.

Su techo es cualquier sitio donde en las frías noches logre ampararse y la cama, cualquier rincón o banco de plaza sobre el que pueda hacerse un bollito para intentar calmar el frío cuando la noche hostil lo encuentra solitario.

“No es vida esta. Prefiero que Dios me lleve, cuando quiera”, repite Juan Carlos y asegura que ya lleva tres años sin casa, amigos ni familia donde encontrar refugio.

Lo cierto es que él no es el único que vive en estas condiciones y la problemática no es nueva en Mendoza, aunque sí más aguda que en años anteriores. De acuerdo a los datos de la Dirección de Contingencia Social de la Provincia, en lo que va de 2017, al menos 300 hombres y mujeres han recibido ayuda de urgencia y se estima que podrían ser más.

"Seguramente hay una porción de personas a las que aún no llegamos", dijo Alejandro Verón, titular del área. El funcionario detalló que el abordaje a las diferentes realidades es a través de subsidios para pagar un alquiler temporario o bien, mediante la coordinación con las áreas de Discapacidad, Salud o Adultos Mayores. 

Por ahora, las autoridades están armando mesas de diálogo para articular las acciones, de manera que el abordaje hacia las personas que están en situación de calle se pueda lograr de manera multidisciplinaria.

“La idea es lograr crear un programa específico para que el abordaje sea más profundo, porque nosotros podemos atender la emergencia pero la persona tiene múltiples problemáticas que deben ser abordadas”, puntualizó Verón y detalló que en 2016 el total de casos en los que intervino su área fue de 380. El PAMI, los hospitales y los municipios también forman parte del trabajo en red que se quiere lograr.

Con mantas a cuestas

La urgencia de llevar adelante políticas más acordes salta a la vista al recorrer las calles y plazas céntricas. En las escuetas cuadras que unen la plaza Independencia con la Peatonal Sarmiento, dos hombres más buscan reparo con algunas mantas a cuestas. Uno las lleva enrolladas en un carrito; el otro las ocupó para taparse.

Juan Carlos mira de frente. Su cuerpo se mueve, como tiritando. Sus necesidades saltan a la vista cuando toma la vicera de su gorra, se la saca y se acomoda el cabello. Una barba blanca crecida, la ropa desgastada por la tierra y el tiempo, las manos ennegrecidas y la mirada muy triste ya parecen ser  una parte de su anatomía.

¿Por qué vive en estas condiciones? Su respuesta es concreta y de hecho no tiene problemas en compartir su historia: "Vivía con mi señora en el barrio La Gloria. Me separé y como hago changas no me alcanza ni para pagar una pensión", dice el hombre, que cada tanto logra reunir algunos pesos cuidando autos para comprar comida.

Dice que siempre hizo labores como albañil y que además sabe pintar, pero en realidad en sus condiciones es muy difícil que alguien le dé trabajo.

Sentado en un banco de la plaza Independencia, Juan Carlos cuenta que no tuvo una infancia feliz. Su padre murió cuando él tenía 2 años y se fue de la casa en la que vivía con sus hermanos muy pequeño porque era maltratado.

“Yo era la oveja negra porque me tocó vivir en la calle. Hago de cuenta que no tengo a nadie”, dice con los ojos al borde del llanto. A quien sí tiene es a una hija, quien según cuenta, hoy tiene 48 años y vive en Palomar, Buenos Aires.

“Si yo pudiera pagar el pasaje que me sale 740 pesos me voy con ella. Amo a mis tres nietos, sé que están bien, estudiando y creciendo. Pero hace mucho que no los veo”, relata el hombre que todas las mañanas se acerca a tomar unos mates con un amigo de la plaza.

Dice que los refugios estatales para personas en situación de calle son buenos, "porque ahí podés comer algo por las noches, pero por la mañana te sacan como a un perro",  afirma más agradecido que indignado.

“La gente también es muy buena, por lo general me ayudan”, expresa y cuenta que en pocos días le entregarán su DNI debido a que el que tenía se lo robaron el año pasado junto con la billetera en la que tenía unos pesos.

“No entiendo a la gente que roba; eso sí que me parece muy bajo”, expresa el hombre y agrega que lo que más lamenta de aquél episodio es que le hayan robado su documento.

"Tuvimos que sumar viandas, notamos más necesidad"

Desde las entidades que colaboran con las personas que viven en la calle aseguran que la situación está más compleja y coinciden en que la realidad en cada caso es muy particular. De hecho, detrás de cada hombre y mujer en estas condiciones hay una historia de derechos vulnerados.

Francisco Inmerso es uno de los 50 voluntarios de la Fundación Puente Vincular. "Tuvimos que sumar más viandas, notamos que hay más necesidad", dijo en relación con la labor que realiza para llevar porciones de comida caliente todos los domingos por la  noche en las plazas de la ciudad, la Terminal y el Hospital Lagomaggiore.

La entidad prepara 150 raciones, pero -dice Inmerso- la problemática no se resume a un plato de comida o la necesidad de un techo. "Las personas que viven en la calle han cortado sus lazos con la familia y la comunidad. Están desalojados de las políticas públicas y muchas veces aparecen invisibilizados".

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