Francisco y su compromiso con la reconciliación

Estados Unidos y Cuba sorprendieron gratamente al mundo esta semana con el anuncio en simultáneo, por parte de sus presidentes, del restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la apertura de embajadas en sus capitales.

Barack Obama y Raúl Castro comunicaron que sus países decidieron poner punto final a las tensiones vividas durante 53 años, largo período en el cual muchas veces la posibilidad de un conflicto bélico nuclear de envergadura mantuvo preocupada a la región.

Pero uno de los matices más interesantes del acuerdo lo constituyó la intervención clave del Vaticano, y especialmente del papa Francisco, para que Estados Unidos y Cuba pudiesen llegar a la definición del largo distanciamiento. Es un aspecto que tanto Obama como Castro también se encargaron de señalar  durante el anuncio televisivo que realizaron.

No se debe olvidar que la diplomacia del Vaticano desde hace varias décadas se ocupa muy especialmente de la situación en Cuba, recibiendo denuncias y manteniendo contacto con las representaciones que la Iglesia tiene en ese país insular.

Ya en los primeros tiempos del castrismo, puntualmente en 1962, el por entonces papa Juan XXIII debió involucrarse para evitar lo que se conoció como la crisis de los misiles entre ambos países.

También debe recordarse que la tradicional actitud condenatoria de la Iglesia hacia el castrismo tuvo como paliativo la posición contraria del Vaticano al embargo contra el régimen cubano por su directa repercusión en la población, indefensa ante el avasallamiento castrista.

Sin duda, en este hito histórico del acercamiento cabe al papa Francisco el mayor mérito, por haberse constituido en un mediador que generó confianza en las partes para avanzar en una negociación política que puede llegar a tener en el tiempo tanta trascendencia como la caída del Muro de Berlín.

Esa vocación del Pontífice argentino para colaborar en la búsqueda de la paz y la reconciliación entre los pueblos forma parte del estilo que siempre lo caracterizó como representante de la Iglesia durante sus años al frente de la arquidiócesis de Buenos Aires.

Este año Francisco ya había tenido una participación de similares características al involucrarse en persona en otro conflicto más antiguo aún, como el que mantienen palestinos e israelíes. En esa oportunidad el Papa no dudó en invitar a los presidentes de Israel y Palestina a compartir una oración por la paz en Oriente Medio, encuentro que se llevó a cabo en el Vaticano y que tuvo una enorme repercusión.

En el mismo sentido, también este año pidió a Corea del Sur y Corea del Norte comenzar a buscar la reconciliación luego de más de 50 años de división y conflictos permanentes.

Indudablemente, el Papa argentino una vez más ha dado muestras de su innato sentido para tomar decisiones trascendentes que, desde lo político, muestran la luz que con su investidura religiosa pretende irradiar al mundo.

La reconciliación, que es uno de los pilares sacramentales en la vida del cristiano, debe ser una de las actitudes más nobles y difíciles de aplicar en un mundo muchas veces dominado por el materialismo y la violencia; va de la mano de la paz y parte de la propia decisión de la persona.

Como en la mediación de Juan Pablo II para evitar en su momento el conflicto armado entre la Argentina y Chile por el Canal de Beagle, en esta oportunidad Francisco pretende demostrar al mundo que el hombre es capaz de buscar la armonía y el perdón hacia el otro.

El Papa no sólo lo pregonó sino que se involucró y logró así marcar un hito histórico en un conflicto sobre el que la política, en el concierto de las naciones, poco y nada pudo hacer.

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