Formación del precio de la uva y sostenibilidad de la vitivinicultura

“La producción anual de uva muestra una importante variabilidad y por eso su precio varía con cada vendimia. Este factor de riesgo es aceptado por el productor como parte de su realidad productiva y, por la bodega, como parte de la actividad comercial”

Con frecuencia escuchamos a economistas hablar de vitivinicultura al momento de definir la política sectorial y proponer instrumentos que promuevan la inversión y el incremento de la productividad para mejorar la rentabilidad de la empresa e incrementar su competitividad y así garantizar la sustentabilidad de la cadena de valor.

Pero no es frecuente que profesionales de la enología incursionen en temas económicos preocupados por el precio de la uva, como es el caso del prestigioso enólogo mendocino que nos acercó sus reflexiones en el artículo "Precio de la uva durante el 2017" en la edición del 23/07/2017 del diario Los Andes.

Su principal reflexión gira en torno al precio de la uva de la última vendimia y da sus argumentos para explicar por qué los viñateros no deberían reclamar por el incumplimiento de las condiciones pactadas informalmente con las bodegas compradoras.

Valoro doblemente su intervención porque aporta ideas que enriquecen la discusión plural que necesita la industria y por poner sobre el tapete la existencia de intereses económicos contrapuestos entre bodegueros y viñateros que necesitan encontrar un punto de encuentro que resuelva el conflicto. En mi opinión, los argumentos expuestos no son totalmente convincentes y reflejan una errónea apreciación de la estructura del mercado de uvas, dentro del cual tienen lugar las negociaciones de precios entre las partes en pugna, y cuyo análisis no admite sobre simplificaciones como las esbozadas.

El bajo grado de integración vertical de la cadena vitivinícola da origen a una clara segmentación del negocio y a la coexistencia de tres diferentes mercados: el de uvas, el de vino de traslado y el de vino al consumidor. Me referiré sólo al mercado de uvas y específicamente analizaré los factores que intervienen en el complejo proceso de formación de los precios. L

a demanda es una función derivada que engloba el consumo de vino doméstico (cuya sistemática caída lo coloca en valores per cápita inferior a los 23 litros anuales) y de las exportaciones (que también vienen cayendo como consecuencia de la pérdida de competitividad de la vitivinicultura nacional).

Al tener una pendiente negativa respecto del precio, es claro que la demanda agregada de vino (consumo doméstico más exportación) pondrá un techo a los precios a pagar por las uvas si se quiere evitar un mayor deterioro del consumo total.

1. Por el lado de la producción, en un año determinado la oferta es completamente inelástica ya que el volumen de la cosecha depende más que de variables económicas, de los factores climáticos imperantes durante el ciclo productivo y del volumen de vino de arrastre de años anteriores. Acumular stocks por arriba del volumen técnico de equilibrio, presionará a la baja el precio de la uva.

La producción anual de uva muestra una importante variabilidad y por eso su precio varía con cada vendimia. Este factor de riesgo es aceptado por el productor como parte de su realidad productiva y, por la bodega, como parte de la actividad comercial y se ha incorporado a la jerga vitivinícola como “el año del bodeguero o el año del viñatero”.

Es importante explicitar entonces que estamos frente a un negocio de largo plazo y que la rentabilidad de ambas partes no estará dada por el resultado económico de un año sino del promedio de varios años dentro del conocido ciclo vitivinícola. La necesaria convivencia de sus actores convierte a la negociación comercial en un juego de suma cero, lo que implica que en un año determinado cualquiera de los dos puede perder. Esto es aceptado por la expectativa de que dicha pérdida puede ser compensada con una ganancia futura.

En un mercado de competencia perfecta, que no es justamente la realidad del mercado vitivinícola, la anhelada convivencia vendrá por el lado de una simetría de fuerzas entre el poder de negociación entre compradores y vendedores. Esto se traduce en un precio justo de la uva que compensará sus respectivos costos de producción y los riesgos productivo y comercial asociados. En un mundo schumpeteriano, al final de cada año el negocio arrojará pérdidas o ganancias que retribuirán al capital físico inmovilizado y la capacidad empresaria de las partes para gestionar costos y riesgos.

En un mercado imperfecto y con evidentes signos de una creciente concentración, como el que rige la comercialización de la uva, se observa una oferta atomizada en manos de miles de productores y una demanda concentrada en pocas bodegas compradoras. En tales condiciones, la anhelada convivencia requerirá incorporar al análisis las asimetrías de fuerzas en el poder de negociación de las partes contratantes al momento de acordar el precio del producto, las condiciones de pago, y sus implicancias en la equidad distributiva de la renta entre productores e industriales.

La tabla adjunta muestra los diferentes tipos de gobernanza que pueden darse en el mercado de uvas. Es claro que lo descripto como “Mercado” se da en muy raras situaciones y lo más común es observar una mezcla de las restantes categorías de gobernanza.

Cabe preguntarse ahora ¿qué vitivinicultura queremos los argentinos?

Mi respuesta parte del concepto de desarrollo sustentable definido como un estadio del proceso de crecimiento económico del sector vitivinícola en el que se han alcanzado plenamente la eficiencia productiva y la equidad distributiva entre los diferentes eslabones de la cadena de valor. Tal condición quedará satisfecha cuando la totalidad de la población involucrada en la misma tenga garantizada una igualdad de oportunidad de acceso a los recursos básicos (vivienda, salud, educación), a los recursos productivos y a los mercados.

Con esta meta en mente, quizá ideal pero realizable, me detendré ahora en la vendimia 2017 a la que llegamos luego de varios años de precios de la uva extremadamente bajos, que no alcanzaban a cubrir los costos de producción (años del bodeguero) y ahora en la parte del ciclo en que el productor podía resarcirse de quebrantos pasados (año del viñatero) se encuentra con que sus expectativas de precios, basadas no en las incertidumbres propias de una mala estimación de la cosecha sino en las ofertas recibidas de sus compradores, no serán satisfechas.

Por razones de espacio comentaré a continuación sólo las aseveraciones más polémicas del autor del artículo original las que, si bien no son transcriptas textualmente, respetan el contexto en que fueron escritas.

1.- Tengamos en cuenta que el viñatero vende su uva y se olvida de lo que pasará con el vino elaborado (sic)…., mientras que el bodeguero tiene un largo período de espera antes de cobrar el vino con pagos diferidos en el mercado interno y exportaciones que cobrará a un tipo de cambio que no acompaña la inflación.

Esto es al menos una injusta valoración del esfuerzo del viñatero, que normalmente entrega su producción sin precio y aceptando condiciones de pago que, de acuerdo a los “usos y costumbres”, son en cómodas cuotas mensuales, sin ajuste por inflación o por el valor del dólar de exportación (aunque esté subvaluado). El viñatero no se olvida del destino del futuro vino. Es más, antes de cobrar la uva de la cosecha 2017 incurre en los costos de producción de la campaña 2017/8 que asegurará la materia prima para elaborar el futuro vino. Además, al cobrar la uva en seis cuotas mensuales a partir de junio, financia junto a la bodega la elaboración del vino.

2.- Pareciera que los productores no tienen en cuenta que las operaciones comerciales en 2017 se efectuaron entre partes con libertad contractual y que hoy pueden optar entre cientos de compradores sin ningún tipo de apremio. Además el viñatero tuvo disponible el contrato de elaboración….

Esgrimir este argumento es negar tanto las asimetrías de poder de negociación de las partes, como el proceso de concentración creciente cada vez más evidente y que por haberlo mencionado antes no merece más comentarios. En cuanto a la libertad para contratar sin apremio, es desconocer el carácter perecedero de la uva que deja al viñatero indefenso al momento de vender su producción dentro de un plazo perentorio. Es cierto que siempre tiene la opción de elaborar a maquila pero ésta se desvirtúa porque el contrato tipo de elaboración no incluye ninguna valoración de la calidad enológica de la uva ni del vino que recibe de la bodega. Aceptar estas condiciones implica para el productor asumir un riesgo adicional (comercial) que no le corresponde y aumentar las asimetrías ya descriptas.

3.- Los viñateros demoraron la facturación porque sus expectativas de precio (basadas en una incierta estimación de la cosecha) superan ampliamente lo que los bodegueros (basados en su sensatez) consideran que es lo que pueden pagar…..

Además de una subestimación del productor al considerarlo insensato, esta afirmación distorsiona la realidad y desvía la discusión de las causas del conflicto ya que las expectativas estuvieron alimentadas por las bodegas compradoras que, por sus propios desaciertos al estimar la oferta total y en particular de las variedades tintas procedentes de zonas más frías, y en línea con el propósito de asegurarse la uva, las llevó a ofrecer precios y condiciones de pago que hoy no están dispuestas a respetar por exceder los valores que ellas consideran sensatos. No es un tema de sensatez o insensatez, es el libre juego de oferta y demanda (aún en un mercado imperfecto) en un típico “año del productor”.

Quiero coincidir con el autor en que los contratos de venta de uva a largo plazo y la elaboración a maquila fortalecen al productor y pueden ayudar a transparentar el mecanismo de formación de los precios, al contrarrestar la concentración del mercado y compensar las asimetrías de poder de negociación entre las partes. Para ello hay que perfeccionar los contratos actualmente en uso incorporando explícitamente la valoración cualitativa de la uva de forma tal que no quede unilateralmente en manos de la bodega. También es cierto que, de esta manera, se promoverá la mejora continua de la calidad de los vinos argentinos, objetivo superior con el cual es imposible no coincidir. En una próxima nota propondré mecanismos institucionales para su implementación.

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