Estrés, ansiedad y depresión

El estrés es un comportamiento adaptativo que, en niveles adecuados, nos activa y prepara para las exigencias de la vida cotidiana: euestrés o estrés normal. Pero resulta difícil regular nuestro organismo y su funcionamiento a las sobreexigencias del medio. Cuando sus demandas sobrepasan nuestra capacidad de respuesta ingresamos en el estrés como sobreesfuerzo y sobreadaptación.

Este esfuerzo adaptativo hace peligrar nuestra salud a mediano o largo plazo: estrés-enfermedad. Éste puede tener graves consecuencias físicas y emocionales y es un problema creciente de salud pública. Su incidencia viene aumentando progresivamente en la población contemplada como un todo, en todas las edades, incluso en niños, y en todos los grupos sociales.

Las fases del estrés

Se caracteriza por diversas fases que evolucionan progresivamente en gravedad si no son tratadas adecuadamente.

La primera, llamada de alerta, es el estrés agudo, muy útil porque nos prepara para enfrentar los peligros y desafíos del día a día. Presenta los síntomas de la llamada reacción de “huida frente a la lucha”, nos da una descarga de adrenalina por ejemplo cuando tenemos que escapar de un perro feroz o de un coche que viene en dirección a nosotros. Esta fase debería resolverse rápidamente con la solución del problema que la ha ocasionado y con el retorno del organismo a la situación basal de calma.

En cambio el estrés-enfermedad ocurre porque en la actualidad las amenazas que percibimos son constantes y continuas. No conseguimos solucionar los problemas y preocupaciones diarios y estos se acumulan -ya sea en el ámbito laboral, personal, interpersonal o familiar- haciendo que evolucione a la fase siguiente, llamada de resistencia, cuando corre el riesgo de convertirse en crónico.

En esta segunda fase, entre los síntomas están: alteraciones en el sistema inmunológico, que llevan a una baja resistencia y a una gran facilidad para contraer infecciones; gastritis, úlceras y alteraciones digestivas; alteraciones de la memoria y la atención, concentración y productividad. También alteraciones del apetito, del humor y aumento de la irritabilidad; insomnio y demás alteraciones del sueño; disfunción eréctil, alteraciones del deseo sexual y envejecimiento precoz.

Si el estrés no es tratado en esta fase y continúa evolucionando, llegará finalmente la fase final de extenuación. En esta fase pueden aparecer hipertensión, gastritis, úlceras, enfermedades inmunológicas y otras más severas, debido al agotamiento del sistema inmunológico y de los mecanismos de adaptación y defensa.

Cómo neutralizar el estrés

Debemos intentar aumentar nuestros recursos personales, con la finalidad de incrementar nuestras condiciones para hacer frente a los problemas de modo más equilibrado y armonioso. Dado que es posible que estos continúen existiendo, otros nuevos aparecerán y seremos cada vez más solicitados por el entorno para afrontarlos y resolverlos.

Debemos tratar nuestra salud de manera holística, integrando el cuerpo y la mente, lo emocional y lo espiritual, con estrategias como la actividad física, la relajación, el entrenamiento autógeno y la psicoterapia centrada en el manejo del estrés. Complementadas con la medicina ortomolecular y medicina clínica.

Todo ello enfocado en la persona como un todo, aprendiendo cómo mejorar la calidad de nuestra alimentación y vivenciando momentos de esparcimiento, procurando siempre trabajar en una profesión que nos dé placer y tenga sentido para cada uno de nosotros; viviendo relaciones afectivas en que se dé prioridad al amor, la amistad y la intimidad, transformando y ejercitando nuestros valores e ideales, también nuestra flexibilidad y autoestima.

Es bueno cuestionar e indagar nuestros pensamientos y sentimientos cuando nos lleven a desánimo, irritabilidad o ansiedad. Ver su real correspondencia con la realidad de cada día, siendo equilibrados en el pensar, actuar y sentir. También cómo relacionarnos con nuestros seres queridos, amigos o compañeros de trabajo. Nuevamente diremos que es importante el entrenamiento en la autoobservación no sólo de los datos que nuestro sensorio capta del cuerpo, también lo es cómo pensamos, sentimos o nos relacionamos.

Es bueno preguntarse qué causó el estrés, cómo lo sintió física y emocionalmente, cómo actuó en respuesta al estrés y qué hizo para sentirse mejor.

Hay modos no sanos de enfrentarse al estrés: comer en exceso, fumar, beber en exceso, demasiadas horas frente a la TV, poco contacto con amigos y familiares, dormir en exceso, postergar indefinidamente la toma de decisiones, evitar enfrentar los problemas y descargar la irritabilidad sobre otras personas.

Pero tenemos formas saludables de enfrentar el estrés: actividad física bajo supervisión médica, comprometerse con mantener una buena sociabilidad, evitar el estrés innecesario, lograr un mayor control sobre el medio, evitar personas que tensionan, buen manejo del tiempo, expresar adecuadamente y de modo no agresivo los sentimientos, evitar el perfeccionismo en demasía, aceptar las cosas que no se pueden cambiar, darse tiempo para el esparcimiento y la relajación y fundamentalmente adoptar una estilo de vida sano.

Más que preguntarnos lo que nos pasa y por qué nos pasa, entrenarnos para adquirir habilidades para enfrentarlo adecuada y eficazmente.
Una indeseable evolución del estrés es el denominado SEDA, secuencia estrés, depresión, ansiedad y adicciones.

Diferencias individuales

Hay diferencias individuales en la forma de vivir, enfrentar y manejar el estrés. También hay formas de vivir la autonomía. La idea de infinito se corresponde con la de autonomía como uno de los criterios básicos de la individualidad, y autonomía significa bastarse a sí mismo, sobrellevar la vida con la propia fuerza venciendo la tendencia a la dependencia. En la dependencia el individuo se halla expuesto a fuerzas externas a él, naturales o sobrenaturales; se siente protegido y seguro.

Es la condición natural del niño, que gradualmente va superando en la medida en que usa su propia fuerza. También es la condición del débil que vive a expensas de los demás. El individuo autónomo es el que se puede denominar “emocionalmente maduro”, capaz de sobrellevar la vida con su propio esfuerzo, de formular y guiarse por sus propios criterios.

Para el hombre contemporáneo el estrés o la angustia son inherentes a las condiciones de su existencia, y se convierten en principio de fortaleza y satisfacción al hacerles frente y soportarlos, manejándolos con recursos que se pueden aprender y transmitir. Es que ante la magnitud del problema -en la época actual- el control y manejo del estrés debería enseñarse en asignaturas especiales. La fortaleza, la capacidad de restablecerse durante y después de la adversidad, son aprendizajes prioritarios para el hombre de hoy.

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