"Cuando él falleció me encerré con su obra. A ver si me podés entender... yo lo veía en esas telas. Desprenderme de la pintura era como dejar que se me fuera”, dice con esa película de amor que moja los ojos la viuda de Enrique Sobisch.
Pero no quiebra: “Al fin me di cuenta de que eso no era justo para él, que Sobisch quería compartirla con el mundo”. Y es por eso que ahora, 25 años después de su fallecimiento, volvemos a recorrerla, a reordenar catálogos, a clasificar dibujos, a liar anécdotas viendo las fotos (con Di Benedetto, con Sergi, con ella), a reunir ese material que el artista dejó y que construye un tesoro.
“La línea no existe. La línea se crea con la sensibilidad de cada persona. Eso solía decir”, cuenta Marta Migliavacca mientras toca el borde de “El retorno del guerrero”, una colección de dibujos que jamás fue exhibida. Y recuerda el interés de Sobisch por el número de oro, un concepto de la proporción tan geométrico como natural (se halla en las nervaduras de las hojas, en el caparazón de un caracol, en los folículos de las flores) que desde la Antigüedad se utiliza como patrón de armonía y belleza.
De pronto, asoma una foto junto a Antonio Di Benedetto. “Se entendían mucho. Eran parecidos: muy introspectivos, muy inteligentes”, dice. Y anécdota: tiempo después de que Di Benedetto publicara su novela “Zama” (‘ 56), escritor y pintor se juntaron a beber un vino. De pronto, vislumbraron la película y juntos elaboraron el guión.
Por esos años Sobisch era co-director de “estudio 65”, una productora audiovisual y ya había comenzado a desempeñarse como director de Arte de Canal 9. Pero el asunto quedó en bocetos. Lo que sí terminó fue una pintura de gran tamaño inspirada en la novela: “Es la sombra deforme de un hombre sobre un fondo de selva: Zama”.
Antes, Sobisch ya había ilustrado “Declinación y Ángel” (58), otro libro de Di Benedetto y “Pachamama” de Antonio Tejada Gómez (55). Después, lo haría con “Profeta en su tierra” y “Amanecer bajo los puentes” sin mencionar los cuentos de Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Roberto Arlt y el cuadro “Cerca ya de todo” que hizo en homenaje a un verso de César Vallejo.
Manifiesto
"Rescatamos la dignidad del oficio, el respeto por las leyes armónicas y el concepto impresionista de la luz y la atmósfera. El color como mayor atributo de la luz. Reivindicar la luz y el color en el contexto de la revolución impresionista, actualizando su forma y contenido, enriquecido por las sucesivas aportaciones hechas por la figuración y el realismo en lo que va del siglo.
Obras fuertemente intelectualizadas, a la vez que profundamente sentidas, que no quieren perder el sentido de la grandeza a favor de pequeños apetitos de éxito circunstancial”. Esas palabras fueron escritas por Sobisch en España, poco antes de aquel diciembre en que se detuvo, sorpresivamente, su corazón.
“No solía hablar mucho de su obra, ni de la pintura en general, pero necesitó dejar esto”, dice Marta ante la hoja mecanografiada del Manifiesto.
Él, que compartió sus estudios con los pintores mendocinos Orlando Pardo y Carlos Alonso, que fue discípulo del prestigioso Spilimbergo, que en 1978 realizó en Buenos Aires una exposición de más de 100 obras en homenaje a Marc Chagall, transitó en su arte tres etapas. “Primero el expresionismo violento; luego la neofiguración y, finalmente, el realismo mágico”, detalla Marta.
Así, contemplando simultáneamente y en desorden la obra de Sobisch, surge un relato de su infancia. “Durante su niñez, en San Luis, todas las mañanas él debía salir a prender una fogata para calentar las cañerías congeladas. Esto es lo que veía”, indica Marta al contemplar el cuadro “Amanecer”.
En 1979, Sobisch se radicó en Madrid, donde desarrolló su etapa artística más madura. En esta ciudad, además, desarrolló una intensa actividad docente y cultural.
Allí estrechó su relación con Antonio Di Benedetto y Ambrosio García Lao, dos exiliados mendocinos. “Fue mi maestro. Gran ilustrador. Pintor enorme. No invente -me decía- porque nos trataba de usted”, recuerda la escritora Fernanda García Lao, hija de Ambrosio. De hecho, en su novela “Fuera de la Jaula”, Fernanda rescata una frase muy suya: “Para ser vanguardia primero fuimos simétricos”.
Líneas de fuga.
Sobisch realizó su primera exposición en 1954, en la Galería Giménez de Mendoza. Siguieron más de doscientas muestras individuales y colectivas en casi todo el país y en el exterior.
A partir de 1958, en México expuso en el Museo de Arte Moderno del D. F. y en distintas galerías privadas de arte (Génova, Proteus). Además, en ese país estudió muralismo, tipografía, arte precolombino y diagramación de libros en el Fondo de Cultura Económica.
En 1960 retornó a Mendoza, donde desarrolló una fecunda etapa en el expresionismo. Exhibió sus obras en Chile, Argentina, Colombia, El Salvador, Uruguay, Perú, Guatemala, Ecuador y Costa Rica. Recibió numerosos premios y distinciones internacionales.
En Buenos Aires continuó su desarrollo en el expresionismo. La generación expresionista a la que adhiere Sobisch tiene como principales exponentes a Fritz Bleyl, Erich Heckel, Karl Schmidt-Rottluff, Ernst Kirchner, Marc Chagall y Emil Nolde.
Admirador del boxeador Nicolino Locche, realizó una muestra de retratos llamada “Nicolino visto por Sobisch”.
A fines de los ‘70, Sobisch incursionó en la nueva figuración, movimiento que tiene en Argentina, entre sus más destacados exponentes, a Jorge de la Vega, Rómulo Macció y Ernesto Deira.
A partir del ‘79, ya radicado en Madrid, inició el que sería su lenguaje definitivo: el realismo.
Finalmente, se volcó al hiperrealismo.
Desde 1985, fue invitado anualmente a participar del Salón de la Figuración Crítica, en el Grand Palais de París, y expuso asiduamente en Les Grands et Jeunes D'Anjourd'hui; como también en galerías privadas de la capital francesa.
Realizó muestras, asimismo, en Hamburgo (Alemania ), Pisa (Italia), en Madrid (España) y en alguna ciudad del estado de Iowa (Estados Unidos).
Sobisch encarnó durante 40 años las vanguardias de la figuración. Fue premiado en diversas oportunidades por su mérito artístico.
A lo largo de su vida, tuvo un permanente compromiso con la belleza. Políticamente, estaba a la izquierda.
Su vasta y magnífica obra mereció el elogio de numerosos críticos de arte, escritores, pintores y poetas.
A los 59 años, la muerte lo sorprendió en la ciudad de Madrid, el 12 de diciembre de 1989. En agosto de 1991, sus colegas y amigos organizaron en Galería de Arte Centoira, de Buenos Aires, una muestra homenaje, en la que participaron Carlos Alonso, Santiago Cogorno, Carlos De La Mota, Fabián Galdámez, Leopoldo Presas, Luis Scafati, Mariano Pagés, Julio Pagano, Alfredo Plank, Leonardo Simone, Pablo Obelar, María Jesús Martín y Pablo Sobisch, entre más.
Dejó tras de sí una una obra magnífica, que ahora vuelve a la luz.